Manuel Merino de Lama, si bien estará en la galería de los presidentes de la República, lo hará al lado de aquellos que estuvieron menos de una semana en el cargo, como Manuel María Ponce (1930), Ricardo Elías (1931), Tomás Gutiérrez (1872) y Javier Luna Pizarro (1822). Pero si su deseo incontrolable de llegar al sillón de Pizarro lo llevó a pisotear formas y fondo, su caída tuvo un alto costo en inestabilidad y dolor.
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La muerte de dos jóvenes y varios heridos es el punto alto de cómo la política en el Perú es una franja abierta entre los ciudadanos y sus representados. Esa brecha que se manifestó en los noventa con el desplome del sistema partidario y permitió el surgimiento del fujimorismo no se cerró con su caída, sino que se sobrellevó gracias a un crecimiento económico.
Todo esto bajo la construcción de un diseño institucional deforme, lleno de trampas y de entrega de armas letales para que los poderes se liquiden y no colaboren. El momento llegó con las elecciones del 2016 en las que PPK consigue tan solo 18 escaños de 130. En cambio, Fuerza Popular obtuvo 73, logrando una mayoría absoluta.
Todo estaba servido para no llegar al bicentenario con el mismo gobierno. Así fue, al no reconocimiento del triunfo de PPK por parte de Keiko Fujimori, las diversas estaciones fueron los cuatro eventos de vacancia, dos renuncias presidenciales, que produjeron dos Congresos y cuatro presidentes en menos de cinco años. No hay momento en la historia del Perú con esta secuencia comprimida de eventos, en medio de una terrible crisis económica y sanitaria.
Pero esos encontronazos entre poderes, con discursos demagógicos, altisonantes en donde todos se acusan de corruptos entre sí, hartaron aún más a la población con la vacancia de Vizcarra, no porque, como señalaban las encuestas, no creyeran en las serias acusaciones que pesan sobre él, sino porque a escasos meses de un proceso electoral y cambio de mando, toda alteración resultaba siendo perjudicial. Y así ocurrió. Merino y su coalición parlamentaria forzaron la salida de Vizcarra y el tapón de la indignación ciudadana que él controlaba, salió disparado. Las marchas y movilizaciones acabaron con Merino y su Gabinete en pocos días.
Ante las renuncias de Merino y la Mesa Directiva del Congreso, todo se debe recomponer. Todo se debe negociar pero, justamente, la poca experiencia de los parlamentarios lo hacen dificultoso.
El nuevo gobierno debe ser encabezado por una persona que no solo sea el producto de acuerdo de los partidos, sino que logre ser aceptado por la ciudadanía, cosa que Merino-Flores Araoz carecían. Pero no se puede acceder a la presidencia sin un acuerdo político con tres partes indisolubles: economía, salud y elecciones limpias.
No hay espacio para cambios mayores porque se quiebra cualquier consenso. Más política sincera, menos especulativa. Llegamos arrastrándonos al bicentenario. No podemos seguir con las mismas reglas y los mismos incentivos perversos.
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