El lapsus navideño de la ministra de Justicia, Ana Revilla, va más allá de un simple desliz. (Foto: GEC)
El lapsus navideño de la ministra de Justicia, Ana Revilla, va más allá de un simple desliz. (Foto: GEC)
María Alejandra Campos

A la salida de la misa de gallo en la Catedral de Lima, un reportero le preguntó a la ministra de Justicia, , su opinión respecto al feminicidio de Jesica Tejeda en . La desafortunada –por decir lo menos– respuesta de la ministra fue la siguiente.

“Ay, lamento fastidiarlo pero, en verdad, estoy en pleno momento de Navidad. Lamentablemente en este momento no [voy a contestar]”. Todo acompañado de una impasible sonrisa.

Los periodistas que estaban presentes captaron inmediatamente la gravedad de la situación y apresuraron los micrófonos para repreguntar. ¿Acaso la ministra no se daba cuenta de que había una familia que no iba a poder celebrar ? ¿Tanto le costaba priorizar el feminicidio sobre los antojos de panetón?

Alertada por la evidente reacción de la prensa, la perceptiva ministra cambió el tono y apuró el paso. Empezó a responder los lugares comunes que había aprendido en el media training y caminó tan rápido como pudo para alcanzar su vehículo, estacionado unas cuadras más allá.

Una vez en el carro debe haberse tomado la cabeza y pensado: “¿Qué dije? Tal vez nadie lo note… total, es Navidad”. Pero el barullo empezó rápido. Indolente, insensible y adjetivos similares decoraban los tuits que acompañaban su tendencia. Así las cosas, había que reaccionar: a RPP a hacer control de daños.

“Me solidarizo plenamente con todas esas personas que sufren esta situación día a día [¿morir?] y normalmente a veces se estandariza como normal y está al interior de los hogares y sufren a partir de la relación con sus propias parejas […]. Nosotros [nada como la tercera persona plural para diluir la responsabilidad] dimos esas declaraciones porque acabábamos de salir de un oficio religioso y nos cogió de sorpresa [periodistas entrevistando a una ministra sobre la noticia más importante de la semana a la salida de un acto protocolar. Impredecible sin duda]. No entendíamos ni siquiera bien la pregunta en ese instante porque acabábamos de salir de un oficio donde habían estado unos niños cantando [es sabido que la desorientación es una de las secuelas del canto de los niños]. No tomamos tal vez [de repente, quizás, acaso] en cuenta la pregunta con la real dimensión de lo que nos estaban preguntando en ese instante. Pero, efectivamente, para nosotros ese caso es una cosa horrorosa”.

Y así, medio cantinflesca, medio dolida, Ana Revilla trató de cerrar el capítulo más vergonzoso de su carrera ministerial.

Es cierto que todos nos equivocamos y no siempre estamos atentos para dar una respuesta correcta. Ser un personaje público en estos tiempos ultramediáticos es complicado porque cualquier pachotada queda inmortalizada en una cámara y reproducida sin parar en smartphones y redes sociales. ¿Vale la pena entonces, en aras del espíritu navideño, no darle tanta importancia al error de la ministra y dejárselo pasar?

No. El lapsus navideño de Revilla va más allá de un simple desliz. Fue, más bien, un acto de sinceridad. Un “ahorita no, joven, me fastidias”. Y esa no puede –en ninguna circunstancia– ser la reacción de la principal autoridad sobre justicia y derechos humanos del Gobierno ante un caso de feminicidio. Más allá del discurso preparado, necesitamos ministras y ministros que realmente sientan la urgencia de la lucha contra la violencia contra la mujer.

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