A la salida de la misa de gallo en la Catedral de Lima, un reportero le preguntó a la ministra de Justicia, Ana Teresa Revilla, su opinión respecto al feminicidio de Jesica Tejeda en El Agustino. La desafortunada –por decir lo menos– respuesta de la ministra fue la siguiente.
“Ay, lamento fastidiarlo pero, en verdad, estoy en pleno momento de Navidad. Lamentablemente en este momento no [voy a contestar]”. Todo acompañado de una impasible sonrisa.
Los periodistas que estaban presentes captaron inmediatamente la gravedad de la situación y apresuraron los micrófonos para repreguntar. ¿Acaso la ministra no se daba cuenta de que había una familia que no iba a poder celebrar Navidad? ¿Tanto le costaba priorizar el feminicidio sobre los antojos de panetón?
Alertada por la evidente reacción de la prensa, la perceptiva ministra cambió el tono y apuró el paso. Empezó a responder los lugares comunes que había aprendido en el media training y caminó tan rápido como pudo para alcanzar su vehículo, estacionado unas cuadras más allá.
Una vez en el carro debe haberse tomado la cabeza y pensado: “¿Qué dije? Tal vez nadie lo note… total, es Navidad”. Pero el barullo empezó rápido. Indolente, insensible y adjetivos similares decoraban los tuits que acompañaban su tendencia. Así las cosas, había que reaccionar: a RPP a hacer control de daños.
“Me solidarizo plenamente con todas esas personas que sufren esta situación día a día [¿morir?] y normalmente a veces se estandariza como normal y está al interior de los hogares y sufren a partir de la relación con sus propias parejas […]. Nosotros [nada como la tercera persona plural para diluir la responsabilidad] dimos esas declaraciones porque acabábamos de salir de un oficio religioso y nos cogió de sorpresa [periodistas entrevistando a una ministra sobre la noticia más importante de la semana a la salida de un acto protocolar. Impredecible sin duda]. No entendíamos ni siquiera bien la pregunta en ese instante porque acabábamos de salir de un oficio donde habían estado unos niños cantando [es sabido que la desorientación es una de las secuelas del canto de los niños]. No tomamos tal vez [de repente, quizás, acaso] en cuenta la pregunta con la real dimensión de lo que nos estaban preguntando en ese instante. Pero, efectivamente, para nosotros ese caso es una cosa horrorosa”.
Y así, medio cantinflesca, medio dolida, Ana Revilla trató de cerrar el capítulo más vergonzoso de su carrera ministerial.
Es cierto que todos nos equivocamos y no siempre estamos atentos para dar una respuesta correcta. Ser un personaje público en estos tiempos ultramediáticos es complicado porque cualquier pachotada queda inmortalizada en una cámara y reproducida sin parar en smartphones y redes sociales. ¿Vale la pena entonces, en aras del espíritu navideño, no darle tanta importancia al error de la ministra y dejárselo pasar?
No. El lapsus navideño de Revilla va más allá de un simple desliz. Fue, más bien, un acto de sinceridad. Un “ahorita no, joven, me fastidias”. Y esa no puede –en ninguna circunstancia– ser la reacción de la principal autoridad sobre justicia y derechos humanos del Gobierno ante un caso de feminicidio. Más allá del discurso preparado, necesitamos ministras y ministros que realmente sientan la urgencia de la lucha contra la violencia contra la mujer.