Como el atentado contra las Torres Gemelas en el 2011, el brutal asesinato de 12 personas en el ataque al semanario satírico “Charlie Hebdo” quedará grabado en la memoria de generaciones y pasará a la historia como un símbolo de la barbarie a la cual puede llegar el ser humano.
Correrán ríos de tinta planteando posibles explicaciones ante tanta vesania, pero nada será igual que antes. Y, sin embargo, el humor no morirá, afortunadamente. Solo las dictaduras y las mentes pequeñas no lo permiten ni lo toleran. A decir verdad, las caricaturas sobre el fanatismo musulmán no eran ofensivas como algunos se imaginan.
Más bien buscaban combatir ese extremismo ciego en nombre del profeta Alá con la ironía y con el humor. Sabemos bien que el mundo musulmán es milenario, rico en cultura y que quienes profesan esta fe no participan de esta insania. Es un grupo minúsculo tal vez, pero –al igual que Sendero Luminoso– liba y se aprovecha de las sociedades democráticas.
Las caricaturas pueden ser muy hirientes y hasta insultantes, lo sabemos bien en el Perú. Uno puede quejarse con razón o sin ella, pero a nadie se le ocurre acribillar a balazos a los artistas por su mordacidad. El extremismo musulmán se ha arrogado el derecho de decir qué está bien y qué mal. Imponer un modo de pensar es típico del autoritarismo y de dictaduras. Así se introduce el odio en la política.
Probablemente los asesinos, de nacionalidad francesa y de origen árabe, tenían resentimiento hacia esa sociedad, cuna de las libertades, porque no estaban del todo integrados, porque en Francia, como en casi todo el planeta, el racismo es una lacra y una cruel realidad. Adicionalmente, la prolongada crisis económica en ese país ha enervado a los jóvenes y a la sociedad en su conjunto.
Luego del horror vivido, Francia se pregunta hoy si fracasó en su política de multiculturalismo, de acoger a miles de personas de otras culturas, respetando sus tradiciones y creencias, inclusive introduciéndolas en el ámbito educativo que es donde sabemos se forjan las conciencias. Todos somos “Charlie Hebdo”, todos somos defensores de las libertades a las que tenemos derecho. Bajar la guardia ante el terrorismo religioso, no criticarlo, es someterse, ser cómplice y permitir que el odio gane terreno.
En nuestro país, el odio en la política va in crescendo, llegando a extremos insospechados. Lo agita y promueve el gobierno de un presidente como Ollanta Humala que no ha hecho la conversión de lo militar a lo civil. Si el líder lanza epítetos contra sus opositores cuando surge un tema que lo compromete, como “cloaca, comisión mamarracho, los parlamentarios han perdido miserablemente el tiempo” y tantos otros, está fomentando el (su) odio, revelando que los indispensables modales democráticos le son ajenos.
Resulta pueril y muy omnipotente que quien conduce el gobierno, ergo tiene el poder a su disposición, dispare de modo dictatorial contra quienes tiene odio, justificándose en que solo responde a ataques. Humala habla de políticos tradicionales, prohíja a una prensa chicha como la de antaño. Los peruanos tenemos memoria y –lo dice la historia– nos afrentan las dictaduras.