Los últimos días de Ana Jara, por Enrique Pasquel
Los últimos días de Ana Jara, por Enrique Pasquel
Redacción EC

Los intentos de la primera ministra de , mucho me temo, parecen ser nada más que desesperados manotazos de un personaje cuyo final ahogamiento se encontraba cantado desde el inicio de su entrada en escena. Durante su gobierno, después de todo, –con la presta colaboración de su esposa y de ciertos solícitos ministros– ha cultivado un especial talento para meter cabe a las sucesivas .  

Recordemos, por ejemplo, lo que sucedió con el entonces primer ministro Jiménez. Él, intentando limar asperezas, invitó a un diálogo a todas las fuerzas políticas, pero el presidente lo saboteó cuando decidió que él no conversaría con nadie. Desautorizar a Jiménez en las grandes decisiones, de hecho, se terminó convirtiendo en un desafortunado hábito. Ahí está, solo por poner otro ejemplo, el episodio en el que mientras este último negaba públicamente la intención del Estado Peruano de comprar los activos de Repsol, Humala se reunía con el representante de la compañía en Palacio para conversar los términos de una eventual adquisición.

Con Villanueva no fue distinto. Recordemos que fue la primera dama quien le dio la estocada mortal –con la complacencia del presidente– cuando luego de que este declarase sobre las intenciones del gobierno de evaluar un aumento del salario mínimo.

Por su parte, en una entrevista a este Diario, el ex primer ministro Óscar Valdés fue muy claro al señalar que Humala gobierna “en base a cúpulas y en base a binomios” y que no se respetan las jerarquías.

El caso de la señora Jara no tendría por qué ser la excepción. Ella trata de tender un puente con una oposición maltratada por el gobierno. Pero todos sabemos que lo más probable es que no pase mucho tiempo hasta que el presidente decida quemarlo con un exabrupto como que un partido de oposición o que el líder de otro partido es un “gordo panzón”. Esto, si es que antes cualquier acercamiento no es estropeado por Urresti –uno de los ministros favoritos del presidente– calificando a algún líder opositor de “retrasado”, “perro” o “tramposo sacavueltero”.

La situación, por supuesto, se ve agravada por las acusaciones de espionaje para las que el presidente tampoco ayuda. Es de poca utilidad que la primera ministra jure que el gobierno no ordenó ningún reglaje cuando todos sabemos que la DINI no le reporta a ella, sino al señor Humala, quien no da garantías de transparencia en este asunto. ¿De qué sirve que ella ponga las manos al fuego por una organización sobre la cual no tiene control? Poco o nada valen esas promesas.

Así las cosas, no sorprende que varias bancadas hayan respondido a la solicitud de diálogo de Ana Jara con una invitación a que se retire a su casa. Después de todo, no importa qué tanto se esfuerce la primera ministra en tratar de apagar los incendios que surgen por doquier, pues todos saben que su principal problema es que convive con una banda de pirómanos.