Jaime de Althaus

Eduardo Dargent dedica su última columna a tratar de entender “qué llevó al fujimorismo y sus aliados a perder su ventaja estratégica y regalarle al gobierno la disolución del Congreso”, pues “fue suicida pretender elegir a magistrados y recién después votar el pedido del Ejecutivo pudiendo conseguir la confianza y luego elegir un TC con mejores credenciales”.

Hubo muchos errores y trasfondos, sin duda, pero lo que ocurrió es que las 7 bancadas creyeron en la honestidad constitucional de Vizcarra, en que no se atrevería a disolver inconstitucionalmente el Parlamento. Jamás imaginaron que la denegatoria de la confianza pudiera ser el resultado de una interpretación presidencial y no de una votación expresa.

Más allá de eso, es interesante hacer el mismo ejercicio interpretativo de Dargent, pero aplicado a Vizcarra: ¿qué lo llevó a forzar las cosas al límite, hasta llegar a la disolución inconstitucional del Congreso? Pues él no tuvo el Congreso belicoso que sufrió PPK. Fuerza Popular (FP) había perdido largamente la mayoría absoluta y estaba dividida, Keiko Fujimori había sido encarcelada y más bien Vizcarra tuvo siempre al Congreso contra la pared. Al 28 de julio de este año él había ganado ya todas las batallas. Por eso, Pedro Olaechea, en su discurso de asunción el 27 de julio, enumera los problemas del país y le ofrece un trabajo conjunto. Un sector de FP y otras bancadas venían laborando en una agenda de reformas que coincidía con las propuestas en el Plan Nacional de Competitividad (PNC) publicado el mismo 28. La agenda para un entendimiento estaba dada y ofrecida, pero Vizcarra respondió con el adelanto de elecciones, empoderando al ala dura de FP y desatando la crisis política virulenta y artificial que desembocó en el golpe. ¿Por qué?

Quizá haya sido la metodología populista del “posicionamiento permanente” de su asesor Aguiar. Cada vez que caía en las encuestas había que construir un enfrentamiento con el Congreso para levantarse. La cuestión de confianza, que entrañaba la posibilidad añorada de cerrar el Congreso, era el instrumento ideal. Por eso, un entendimiento con el Congreso no convenía. Si había acuerdo, ya no había crisis. Demoró lo que pudo la reunión solicitada por Olaechea, que luego tampoco tuvo continuidad. Mercedes Araoz contó que el lunes 21 de setiembre le ofreció ayudarlo en anudar una agenda de gobernabilidad con el Congreso, y el presidente rechazó el ofrecimiento.

También, según “La República”, desaprobó los acuerdos que estaba alcanzando Salvador del Solar, aparentemente rechazados asimismo por el ala dura de FP.

Para el populismo político el diálogo no tiene sentido. Desarma. El monólogo sin enemigo también. Por eso algunos se preguntan con quién va a confrontar ahora. De hecho, el problema no era el supuesto obstruccionismo. Cuando María Alejandra Campos le preguntó qué tema concreto estaba siendo bloqueado por la oposición, no tuvo respuesta.

Ahora goza de un 82% de aprobación (Datum). Ni Fujimori. Debe sentirse muy cómodo. Pero un tanto desconcertado. Ahora tiene que gobernar. Y sacar por decreto de urgencia esas reformas contenidas en el PNC que el Congreso no estaba obstruyendo. Incluso las reformas políticas pendientes. Si no lo hace, queda claro que esa no fue la razón para cerrar el Congreso.

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