Según una definición suya reciente, el márketing político consiste en “conocer las necesidades del pueblo, elaborar planes de trabajo viables y apoyar a comunicar la propuesta”. Conocedor del comportamiento caprichoso de los consumidores peruanos a través del tiempo, en esta entrevista Rolando Arellano se da licencia para analizar no los mercados y las ofertas de bienes y servicios, sino el escaparate político. La tesis que Arellano plantea implica un ejercicio de autocrítica: no tenemos lo que merecemos, sino aquello que recibimos por no elegir con esmero.
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—El momento es curioso: un candidato ofrece acabar con delincuentes a balazos, otro anuncia que va a suprimir el hambre. Mientras tanto, en el sur Antauro Humala promete pena de muerte para corruptos, en el norte Martín Vizcarra azuza el adelanto de elecciones. El ciudadano está en este momento sometido a la presión de muchas opciones. ¿Qué busca un peruano promedio que quiere vivir en paz?
El márketing político analiza lo que la gente quiere, formula planes para resolver los problemas y luego comunica esos planes, para que luego se cumplan. Si no lo cumples, no es márketing, es una simple venta. El márketing no es para vender, sino para que la gente regrese. Nuestros políticos no hacen márketing, solo venden.
—Pero aun así son reelegidos. El caso paradigmático es Alan García y sus dos gobiernos, pero no es el único político que se recicla en el Perú. ¿Esto no rompe esa regla del márketing?
El caso de Alan García es especial; a él no lo eligieron porque era bueno, sino porque la otra opción era peor. Más bien diría que el caso peruano es emblemático, porque la mayoría de nuestros expresidentes, o están presos o son procesados. Realmente, no es negocio haber sido elegido y no cumplir, porque si hay algo que tiene el pueblo peruano es un sentido de control y de justicia posterior. Uno dice: elijo mal, no importa pero, eso sí, después voy a cuidarme de que cumplan y, si no, los voy a castigar.
—El ‘malmenorismo’ es algo ya establecido.
Hay un círculo vicioso. Primero, no nos hemos preocupado por elegir bien y, como resultado, hemos tenido malas autoridades. En vez de pensar que la próxima vez vamos a elegir mejor, hay una especie de resignación por el mal menor: los políticos no sirven, así que ¿para qué me voy a preocupar al elegir? Y cada vez hay peores autoridades porque los peruanos nos desentendemos de nuestra decisión. Estamos resignados a que el sistema no funcione, entonces no nos preocupamos por buscar mejores opciones. Es un círculo vicioso que está muy relacionado con la informalidad: el Estado no funciona, así que no me importa, genero mi Estado paralelo, libre, anárquico. Los anarquistas dicen que la sociedad puede funcionar sin reglas.
—Es un pragmatismo perverso, al final: si veo en las noticias que el congresista, el alcalde, el ministro y el presidente no cumplen, o no son transparentes, o hacen trampa, ¿por qué tendría yo que seguir las reglas que ellos mismos me imponen?
Los peruanos decimos que mejor es que funcionemos sin reglas, o con las reglas informales, que con las reglas de un Estado que está mal articulado. Estamos viendo una desesperanza y una resignación.
— En estas épocas electorales, se repite el ciclo de siempre: promesas vacías o irreales, fanfarria, el folclor político acostumbrado. Pero usted, estudioso de la conducta del consumidor, ¿qué ve cuando lee los letreros en la calle o un debate en la televisión?
Siento vergüenza por los mismos políticos, porque no se dan cuenta de que lo que están haciendo es dañar a la sociedad y a ellos mismos. Un político que ofrece algo, si es elegido, con toda seguridad no va a cumplirlo y va a terminar con el pueblo en contra, con juicios encima, etc. Van a tener cuatro o cinco años de cierto poder y el resto de su vida va a ser una pesadilla, así es en la mayor parte de los casos.
—Pero el elector no parece inmutarse, incluso celebramos la promesa más ocurrente, aplaudimos sabiendo que los burlados somos nosotros.
Veo a ciudadanos que saben que les están ofreciendo cosas falsas, y que van a elegir opciones por la forma y no por el contenido. Al poco tiempo tendremos las quejas, las críticas, como si los responsables de haberlos elegido no fuéramos nosotros. Nos quejamos de lo que hemos hecho nosotros mismos, y no lo reconocemos.
—Pero también es un problema de oferta. El ya famoso “es lo que hay”.
Como toda la oferta es mala, termino eligiendo al menos malo. Lo que la gente cree es que la oferta mala es culpa de los políticos, no nos damos cuenta de que la oferta es mala porque nosotros, al no elegir bien, estamos dejando el camino libre a esos malos políticos. Nadie que tenga vergüenza propia va a presentarse en un ámbito que está desprestigiado. Lo que nos queda es recuperar la importancia de la política.
—Es como la llamada televisión chatarra. Está allí, al alcance de la mano, la podríamos consumir a diario,
La solución no parte del deseo de que haya buenos políticos, sino de que haya buenos electores. El márketing nos dice que el centro de todo un proceso de intercambio se da a partir del consumidor. El concepto de ‘mandatario’ no viene de mandar: yo le doy la autoridad para que mande. Y tenemos que responsabilizarnos del resultado, es decir, si el elegido resulta un mal funcionario, es porque yo elegí mal. Se debe elegir de la misma manera racional con la que compramos un celular.
—¿Un elector –o un consumidor– debe elegir pensando en qué factores?
Primero, que quien va a elegir tenga capacidad para administrar, que tenga conocimiento. En segundo lugar, que tenga experiencia. Tercero, que tenga un equipo que lo pueda ayudar. Al final, que sean confiables, honestos y con reputación.
— ¿Ha cambiado este elector peruano a través de las últimas décadas?
En los años 60 estaba Manuel Prado, de una familia de la oligarquía; después viene Belaunde, un burgués citadino; después, si nos saltamos las dictaduras, está Alan García, que provenía de la clase media; después, Fujimori, un migrante clasemediero; luego llegaron Toledo y Humala, de pasado andino; hubo un ‘hipo’ en esta línea, que fue Pedro Pablo Kuczynski, y ahora tenemos a Castillo. El poder se democratiza cada vez más.
—Esta figura se repite también en los gobiernos subnacionales. El alcalde provincial de Cusco es del Movimiento Regional Tawantinsuyo, el gobernador de Piura integra el Movimiento Independiente Fuerza Regional.
En el caso de los gobiernos regionales y las alcaldías, el 90% no integra partidos nacionales, sino movimientos regionales. El poder ya está en el pueblo, es una tremenda transformación en términos de representatividad. Si Castillo no tuviera los graves problemas que tiene por su mal manejo, probablemente tendría muchísima más aprobación. El Perú no es una pirámide, sino un rombo, y esa mayoría que está al medio sabe que tiene el poder y se siente muy empoderada.
—Meses atrás, le dijo al periodista Fernando Vivas: “No sé si la incertidumbre de la política llega a mucha gente”. Ahora, mientras conversamos (la entrevista fue el viernes 16 por la mañana), el presidente Castillo y el nuevo presidente del Congreso, José Williams, conversan para ver cómo mantener a flote el barco. ¿Eso les importa a las personas que más bien sortean el día a día?
Creo que importa menos de lo que creen los medios, pero más que hace un año. La política hoy está muy cercana al bolsillo, la gente relaciona a la política con el precio de los alimentos, por primera vez esto llega al agro por el asunto de los fertilizantes. La gente ve ahora mucho más de cerca la política. Además, no hay ahora otros distractores, como por ejemplo el fútbol.
—Y si es así, ¿por qué entonces la calle sigue fría?
Por una razón muy simple: no hay alternativas. Si hubiera algún movimiento político que ofreciera algo distinto, hace rato que los jóvenes habrían salido. Pero ahora, ¿para qué salir a protestar, para que a Castillo lo reemplace el presidente del Congreso, que también está desaprobado? Es tirarse a una piscina sin agua, nadie quiere eso.
—¿Existe la posibilidad de un centro? Quizá nos merezcamos una temporada de política simple, plana, sin altibajos.
El juego no es de izquierdas y derechas. Desde el punto de vista económico, el Perú es un país de centroderecha, porque todos quieren ser propietario de sus empresas y sus casas. Por otro lado, la informalidad es el extremo del liberalismo, y si preguntas a las personas si quieren más control del Estado, dirán que no. Somos un país que debate entre la izquierda y la derecha, pero el problema está en el otro eje, el problema que tenemos es que hay grupos conservadores que quieren mantener el statu quo en los temas sociales, y ahí se oponen los jóvenes: los temas de género, las libertades individuales. Nuestro problema no es que no trabajamos ni que no emprendemos, sino la incapacidad de trabajar juntos. No hemos logrado pasar del ‘yo’ al ‘nosotros’, y ese es el problema más grave, recién estamos formándonos como nación.
—Y en ese proceso de formación aparecerán los populistas de siempre, con las pócimas mágicas de siempre pero que no han funcionado nunca.
Mientras no haya visión de largo plazo, sí. El populismo ofrece beneficios de corto plazo; entre eso y ningún beneficio, ¿qué crees que la gente va a pedir? Hay que educar en democracia. El problema no son los políticos, sino los electores. Tenemos que darle la vuelta y entender que nosotros somos los responsables: queremos controlar a quienes ya elegimos, en lugar de preocuparnos antes de hacerlo. La base del problema está en que elegimos mal, allí empieza todo.
—Usted es un optimista terco, suele siempre mirar el vaso medio lleno. ¿Cómo mirar el futuro con entusiasmo?
Yo creo que hay un futuro mejor en lo económico y en lo político. El cambio que viene probablemente sea mucho más centrista, un gobierno más maduro. La cosa no es solo oponerse, sino también aportar.
—Felipe Ortiz de Zevallos dijo hace poco en estas páginas: “El Perú es un país con un estado de ánimo algo bipolar, pero también resiliente. Cuando las cosas van bien, nos imaginamos estar mejor de lo que en realidad estamos. Cuando van mal, creemos que se viene el fin del mundo”.
Por el lado de la economía, la resiliencia de los peruanos es grande. Creo que habrá un rebote que va a oxigenar un poco el lado político y el lado económico. El país felizmente tiene sus recursos: la minería se moverá un poco más y la agroindustria va a seguir fuerte; el turismo está como el eje más afectado, ahí sí va a haber más trabajo para recuperarlo.
—Esta resiliencia viene acompañada de un factor extra. No solo hemos atravesado una larga crisis política y una pandemia feroz, sino también un fuerte fenómeno migratorio.
Como toda migración, ha influido. Empezó siendo una influencia marginal, rechazada –como les pasó a todos los peruanos migrantes–, pero se han ido integrando.
—¿La migración de más de un millón de extranjeros en tan poco tiempo ha variado el comportamiento del peruano en algún aspecto en particular?
Ellos han tenido una gran participación en roles como el desarrollo del comercio electrónico. Si no hubiera habido esos cientos de miles de venezolanos acostumbrados a usar moto, no habríamos tenido este crecimiento del delivery, y en la pandemia eran quienes más necesitaban ese trabajo. Desgraciadamente, las noticias que más vemos son las que reflejan lo malo. Veo algo muy positivo en esta migración, es un grupo que se va a integrar cada vez más.