Hay dos historias sobre el monitor Huáscar. Una popular, que anhela vagamente su devolución sin darle muchas vueltas al asunto, y que se ha ido atenuando con el tiempo. Una oficial, difundida sobre todo entre militares, que no anhela nada porque los trofeos de guerra no se piden. En esta postura oficial hay matices: la de marinos que no quieren ni oír hablar del tema y ni siquiera les parecería saludable que Chile devuelva el barco motu proprio. El otro matiz es de políticos y diplomáticos, que coinciden en que no es prudente pedirlo, pero piensan que si Chile lo devolviera, ello sería una buena noticia.
El desfase entre la postura popular y la oficial es, pues, muy grande como para que Yonhy Lescano pretenda acortarlo cuando dijo en Tacna el lunes pasado: “Como una muestra de buena voluntad del gobierno chileno, de las instituciones chilenas, tomando en consideración que ustedes ya han celebrado su bicentenario y nosotros lo vamos a celebrar, para que haya más acercamiento en los pueblos de Perú y Chile, devuélvannos el monitor Huáscar”.
A pesar del tono pacifista de Lescano, y a pesar de la devoción nacional por Grau y las circunstancias de su muerte heroica en el Huáscar; ningún gobierno peruano ha pedido a Chile su devolución. Ni siquiera lo hicieron los dictadores como Odría o Velasco, más proclives a un discurso nacionalista; pero, claro, siendo ellos militares, se alinearon con el principio de que lo perdido en guerra no se pide.
MIRA: Yonhy Lescano lanzó su promesa sobre el Huáscar en Tacna
Para entender esto último, conversé con el vicealmirante en retiro Jorge Montoya Manrique. Él no solo está muy al tanto de los sucesos de campaña, en tanto candidato a segundo vicepresidente en la plancha de Rafael López Aliaga; sino que, sobre todo, expresa con claridad el pensamiento y la tradición no escrita en normas, pero muy presente en su arma. Además, ha presidido el comando conjunto de las fuerzas armadas y estuvo en el grupo que trabajó para zanjar el diferendo marítimo con Chile en La Haya.
“El Huáscar debe quedarse donde está. Murió con Grau. El buque representa al comandante. Su voluntad fue que se hunda pero Chile lo rescató y luego de mucho tiempo lo convirtió en un museo”, me dice Montoya. Pero hay una razón más general, un principio no escrito de honor militar que trasciende a Grau y nuestra historia y se remonta a la tradición bélica más antigua. Lo explica Montoya: “Los trofeos no se piden ni se entregan, se reconquistan”.
Por si no quedara claro este código de honor militar no escrito, le pido a Montoya que vuelva a frasear la idea: “Nadie que pierda su arma en la batalla quiere que se la devuelvan. O muere con ella o la reconquista”.
Los loquitos del bote
El desfase entre la visión popular y oficial, es tal, pues, que no se conoce ninguna gesta de alguien que reclamara el Huáscar, más allá de declaraciones electorales como la de Lescano. El anhelo es tan vago que la gran mayoría de peruanos ignora que el barco está en el puerto de Talcahuano, muy cerca de Concepción; y que se puede visitar y pasear por el interior de la nave. Lo digo por experiencia, porque fui como turista, solo y a la carrera, sin saber lo que me esperaba, y de pronto me sumí en una visita conmovedora que tuvo su clímax cuando me topé con el camerino de Grau.
Al poeta chileno José María Memet le encantó la estampa del Huáscar y organizó un recital con poetas peruanos y chilenos en la orilla en el 2007. Antes hubo otros eventos, que no tuvieron suficiente eco como para que la ubicación y el buen estado del buque se hiciese conocido en el Perú. Tras el terrible terremoto del 27 de febrero del 2010, con epicentro en las costas de Concepción, el tsunami que lo acompañó remeció tanto al Huáscar, que aparecieron fake news que decían que se lo había tragado el mar o se había desvanecido en el horizonte. Ese hubiera sido un final poético para un símbolo de guerra; pero estaba intacto, surfeó el olón y quedó en su sitio.
En el 2013, Marisol Grau, entonces periodista de El Comercio y tataranieta de Grau, se alió con María de la Luz Prat, bisnieta de Arturo Prat, quien fue la heroica contraparte chilena de Grau; para hacer un reportaje en pleno barco, y revisar la idea de la devolución y del punto de encuentro. En la ficción nacional, recuerdo un caso explícito de anhelo de vuelta del Huáscar: en el cortometraje “El gran viaje del Capitán Neptuno” (1991) de Aldo Salvini, dos locos de atar, encarnados por Aristóteles Picho y Martín Moscoso, fantasean con el retorno del buque. Todo quedó en la afiebrada imaginación de Salvini y sus personajes.
Recién hoy, Talcahuano y la geolocalización del Huáscar se viraliza en el Perú, gracias a la ocurrencia de Lescano. El alcalde del puerto, Henry Campos, le respondió en un video: “No hay buenas intenciones en sus declaraciones cuando utiliza un monumento nacional y un patrimonio de nuestra ciudad para poder incluirlo en su candidatura presidencial (…) Le queremos decir que si sale presidente electo, lo invitamos a visitar y conocer el Huáscar, pero el Huáscar de nuestras costas no se mueve”.
En el control de daños bilateral tras la provocación de Lescano, se puede decir, como consuelo, que solo le han respondido en voz alta algunos congresistas chilenos y una autoridad municipal. Pero el tema sí se convirtió en portada en Chile, y El Mercurio, el diario más importante, lo entrevistó el día 23: “Le hago llegar al presidente Piñera la petición de que Chile devuelva el Huáscar al Perú”, tituló el periódico la entrevista y así Lescano se convirtió en el primer político de peso –por su condición de puntero en los sondeos- que reclama tal cosa.
Ha habido otros candidatos, como Ollanta Humala, que en campaña apelaron al nacionalismo anti chileno. Pero este lo hizo marchando cerca de la frontera, no mencionó al Huáscar pues, como militar, debe conocer la tradición. Una vez electo, por cierto, se atuvo a la prudencia diplomática, como lo han hecho todos los presidentes desde entonces. Como, presumiblemente, lo haría Lescano, si es electo y quedan atrás las poses electorales mientras caemos claramente en la cuenta que la primera dama peruana sería nada menos que la ciudadana de origen chileno Patricia Contador de Lescano.
El fantasma del sur
Llamé a Hugo Otero para pedir su opinión sobre la ocurrencia de Lescano. Otero puede abordar este tema en su exacta dimensión porque ha manejado campañas electorales y porque ha sido nuestro embajador en Santiago. Su madre fue chilena y conoce todos los antecedentes que nos tensan o nos acercan. “Es irresponsable e inoportuno y su propósito no es conseguir el Huáscar sino conseguir votos y espantar el fantasma de la esposa chilena. Entorpece las relaciones con Chile. Nuestros pueblos ya se han unido por encima de los tratados y las diferencias históricas”.
Otero, por supuesto, conoce la tradición guerrera: “La posición del Perú, de la Marina, de Relaciones Exteriores, es que no se pide un trofeo de guerra; ahora, si Chile lo devuelve, bienvenido sea”. Aquí está el matiz diferencial con la posición militar. Cuando le pregunté a Montoya, que pasaría si Chile lo devuelve sin que se lo pida, me dijo, a título personal: “Le diría gracias, y lo hundimos en Angamos”. La idea de que el buque murió con Grau pesa mucho en el sentimiento de la Marina.
En cambio, Otero, sostiene: “El Huáscar debe ser un punto de encuentro después de 3 siglos entre el pueblo peruano y el chileno y no seguir siendo un germen de discordia”. Me contó un antecedente de un importante político, Manuel Seoane, uno de los máximos dirigentes del APRA, muy prestigioso en Chile, donde fue embajador del gobierno de Manuel Prado en 1961. Resulta que el diputado chileno demócratacristiano Tomás Pablo, sostuvo la posición de devolver el Huáscar. Otero cree que es muy probable que Seoane haya alentado esa postura de Pablo; pero no tuvo ningún eco favorable, y el capítulo se cerró rápidamente.
Décadas después, hubo otro episodio también rápidamente desinflado, pero esta vez en nuestro congreso. En junio del 2016, poco antes del cierre del fin del gobierno de Humala, el congresista fujimorista José Elías Ávalos presentó una moción pidiendo al gobierno chileno que preste al Huáscar por 90 días, durante la celebración del bicentenario. Insólitamente, la moción consiguió más de 50 firmas, entre ellas, las del presidente del Congreso, Luis Iberico, y la de Yonhy Lescano.
Una vez que la iniciativa se hizo pública, las críticas de académicos, militares y ex cancilleres que, además de la idea del préstamo en sí mismo, cuestionaban la incongruencia de asociar un símbolo de la guerra con Chile a la celebración de la independencia; provocaron que varios retiraran su firma de la moción y esta se desinflara.
Estos antecedentes, como ven, se han dado a nivel congresal, en Chile y Perú; pues a nivel del Ejecutivo solo ha habido declaraciones sin mayor consecuencia (Carlos Batalla describe algunas en su reciente artículo “En busca del Huáscar Perdido”). Otro tema, que sí ha sido objeto de reclamos históricos, el de la devolución de los libros sustraídos de la Biblioteca Nacional, tampoco fue objeto de un pedido oficial de devolución a pesar de que no había sido un trofeo ganado en la batalla, sino un mero saqueo. Nuestra diplomacia, y ello incluye a los presidentes, sí tuvieron presente el tema en sus encuentros bilaterales. Por ello, en noviembre del 2007, durante el gobierno de García y la gestión de Otero, se devolvieron más de 3,500 libros. En el 2017 hubo otra entrega. Aún quedan libros pendientes.
Con todos estos antecedentes, se van despejando las dudas sobre el móvil de Lescano: replicar una posible contracampaña nacionalista por el origen de su esposa, posicionándose él como nacionalista. Un conjuro, por cierto, riesgoso, pues subestima dos antichilenismos, el que teme contra sí y el que invoca para defenderse. Al final de la polvareda, quedará el hecho incontrastable e incuestionable, del origen chileno de su esposa.
Que ese temor del candidato más que otros cálculos lo llevó a trajinar al Huáscar, lo delata el hecho de que en el debate organizado por América TV el domingo pasado, Daniel Urresti lo provocó mencionando a su esposa. Lescano pudo replicar en un tono de ‘es chilena, ¿y qué?’, seguido de un mensaje integrador; pero prefirió responder al fuego con más fuego. Otero, memorioso, me recuerda un antecedente en el que, al revés, fueron acciopopulistas quienes alentaron una soterrada campaña contra Lucy Ortega, la esposa chilena de Armando Villanueva, el principal rival de Belaunde en las elecciones de 1980. Entonces, las heridas estaban más frescas y los pueblos menos integrados.
Los días siguientes a su provocación de debate, Urresti se lució con su esposa en todas sus actividades de campaña; mientras Lescano aparecía solo. ¿Por qué este no hizo lo mismo y pasaba la página? Porque la presencia de su esposa evoca otro tema espinoso: el de la denuncia de acoso a través de mensajes de WhatsApp, que le hizo una periodista en marzo del 2019. Aquella vez, Patricia Contador salió a defenderlo y el efecto fue contraproducente, pues a Lescano se le criticó por victimizar a la vez a periodista y esposa.
Dilemas de lecho y patria de un candidato atribulado, hacen revivir un tema inoportuno para las buenas relaciones bilaterales. Dejemos la última palabra en este cuento a Miguel Grau, citado en comunicado de la Asociación Pro Marina que incluye a civiles y militares: “Si el Huáscar no regresa victorioso al Callao, yo tampoco lo haré”.
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