No siempre el Canal 7 fue el primo pobre de la televisión privada. Entre el 17 de enero de 1958, cuando se inauguró, y el 15 de diciembre de 1958, cuando se fundó América Canal 4, tuvo todas las primicias, todas las exclusivas y todos los tops de sintonía. ¡Fue el único canal del Perú!
Una donación de 22 mil dólares de la Unesco al Ministerio de Educación permitió al segundo gobierno de Manuel Prado ganarle al sector privado la iniciativa de la TV. En la mayoría de países de la región fue al revés: fueron los dueños de radios los pioneros. Pero aquí, la sociedad de Antonio Umbert y Nicanor González, dueños de Radio América; y los Delgado Parker, al mando de Radio Panamericana, demoraron demasiado. Entonces, fue el Canal 7, con documentales enlatados y modestísimos programas de entretenimiento y noticias, el único que se veía en los televisores estratégicamente colocados en las vitrinas del Jirón de la Unión.
Había que vender aparatos para que la TV comercial tuviera sentido –se calcula que en diciembre de 1958, cuando nació Canal 4, apenas había 5 mil pantallas en Lima– y arrancara la industria de los primeros géneros y formatos: telenovelas, comedia en sketches, shows con música en vivo, concursos de conocimientos. Eso fue lo que hicieron a todo pulmón el 4 y el 5 a partir de 1959; y entonces el 7 sí lució como el primo paupérrimo. No pudo ni quiso competir con los grandes, pues se asumió que su rol era educativo y cultural cuando ese par de palabras era sinónimo de aburrido. Y casi dejó de existir en el ránking.
El primo con vara
En 1971, el gobierno de Juan Velasco nacionalizó el 51% de acciones de todos los canales. En 1974 nacionalizó el 100% y juntó a América y Panamericana, los dos canalazos de aquel entonces, en una misma empresa estatal, Telecentro. Fue uno de sus pasos más firmes para consolidarse como una dictadura sin atenuantes.
Esa nacionalización forzosa de sus primos comerciales fue venturosa para el 7. El velasquismo detestaba la televisión privada, pues era “la correa de trasmisión del imperialismo”, de modo que castigó sus enlatados gringos, reprimió sus telenovelas reputadas como embrutecedoras de las amas de casa, abucheó sus concursos que promovían el espíritu competitivo en los chicos (sí, entonces eso era visto como cosa mala). El Tío Johnny y Kiko Ledgard tuvieron que migrar, Ferrando se acomodó, Pablo de Madalengoitia se moduló, Humberto Martínez Morosini perdió un poquito de convicción y engolamiento al leer el teleprompter.
Pero en el 7 todo fue al revés: más presupuesto para competir y experimentar. No funcionó el intento de importar el clásico Plaza Sésamo porque era un enlatado ‘imperialista’, aunque lo produjera la PBS, ‘el canal 7 gringo’. Pero sí funcionó el presupuesto para experimentar, y el 7 tuvo la primicia del color.
Enrad, la empresa pública que reunía al 7 y a Radio Nacional, pudo crecer en tecnología y alcance nacional y ser, por mucho tiempo, la emisora con más repetidoras. Y cuando el calendario de la vuelta a la democracia ya estaba trazado, el primo con vara quiso reír sin coartadas educativas: produjo Estrafalario, un show cómico de sketches que sirvió de transición hacia la explosión popular de Risas y salsa en la tele comercial.
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