El que fuera uno de los principales intérpretes nacionales dejó de existir. Su legado incluye más de 30 telenovelas y una decena de películas y cientos de obras teatrales.
El que fuera uno de los principales intérpretes nacionales dejó de existir. Su legado incluye más de 30 telenovelas y una decena de películas y cientos de obras teatrales.
Oscar García

* Esta nota fue publicada el 15 de agosto del 2015 en la edición impresa de la revista Somos.

A un lado del abdomen, Enrique Victoria esconde la huella apenas perceptible de un impacto de bala. No es una cicatriz tipo ‘galón de guerra’, fruto de sus luchas por los derechos de los actores, ni tampoco el resultado de alguna reyerta amorosa. Es la marca de Sangre Negra, un bandolero que en los años 40 atacaba a los viajantes de caminos que se aventuraban a ir de noche por los senderos colombianos. Esa vez, la compañía de teatro con la que Victoria iba de gira fue la premiada. El actor tenía 28 años y cuenta que la sacó barata. “Tenían por costumbre degollar a sus víctimas y jalarles la lengua hasta dejárselas así como una corbata”, dice y echa una carcajada mientras su auditorio –es decir, este equipo periodístico– escucha su relato con sincero estupor.

Victoria es una máquina de contar anécdotas y ha perfeccionado el arte de narrarlas en los cerca de 90 años de experiencia de vida que ha acumulado. Dosifica la información, crea nudos, hace pausas dramáticas y hasta interpreta los diálogos de cada historia con la solvencia que le da ser uno de los mejores actores del país. Ciertamente es el más longevo. El próximo 18 de agosto, Enrique Carlos Benjamín Victoria Fernández cumplirá nueve décadas y dice que planea celebrarlo en familia, en compañía de sus tres hijos, cinco nietos y tres bisnietos. El menor de ellos, Sebastián, de solo seis años, le arranca sonrisas cada vez que lo menciona.

Pura aventura “No pensé que llegaría a los 90. Estoy feliz porque me cuida mi socio”, dice y señala hacia el cielo. A la entrevista con Somos llega solo. Nadie lo acompaña y dice que no necesita de esas ayudas. “A mí lo que me desesperaba era llegar a esta edad y estar mal, ser un estorbo, un engorro para mis hijos, que me aman. Pero Dios ha querido ayudarme y hacer que tenga vitalidad, que me pueda mover solo y que siga trabajando”, dice Victoria, que por estos días está en grabaciones de la telenovela Amor de madre. A la edad que tiene, su memoria es muy buena. “Es que estoy acostumbrado a memorizar párrafos, hermano, y páginas completas; la memoria no es un problema”.

La vida de Enrique Victoria parece haber sido especialmente dura, pero él la cuenta siempre con una sonrisa. Quedó huérfano a edad temprana, pero dice que nunca le faltó amor. La sola historia de su nacimiento parece digna de un arranque de novela. El actor nació en Managua (Nicaragua), el 18 de agosto de 1925, en medio de una balacera entre las fuerzas de Sandino y Somoza. Esa noche sus padres, el actor español Carlos Victoria y la actriz chilena Lydia Fernández, se refugiaron en el consulado peruano. “Yo nací en la cama del cónsul, así que más peruano ya no puedo ser”, bromea. Su padre falleció de pulmonía a los pocos años y la madre se llevó a Chile a él y a su hermana Nury. A los cuatro años ya era actor en pequeñas comedias y números musicales. Pudo haberse quedado ahí y ser un ciudadano chileno, pero el destino le reservaba una jugada especial: su encuentro en ese país con la familia Gassols.

Ellos eran peruanos y tenían una compañía infantil de operetas que viajaba por todo Sudamérica. “Eran como 15 niños. Ahí en Chile conocí a mi gran amigo, el actor Carlos Gassols. Él tenía cinco años y yo, 10. Los Gassols nos vieron a mi hermana y a mí y le pidieron a mi madre que integrásemos su compañía. Ella aceptó”. La dejaron allá con la condición de reencontrarse después y se fueron de gira por Argentina, Bolivia y Perú. Cuando llegaron a Lima, los niños Victoria se enteraron de que su mamá había estado con cáncer. Alcanzaron a hablar con ella por teléfono. Al poco tiempo, la señora falleció.

Altas y bajas Los huérfanos fueron acogidos en nuestro país por una amiga de la madre, la actriz Julia Serrano, y su esposo, Luis García, quienes les dieron amor y cobijo en ese trance tan difícil. “Ellos fueron los mejores padres para mí. De hecho, mi mamá Julia estuvo presente en mi nacimiento, en Nicaragua. Así de amiga de mi mamá era. Mi papá Luis no quería que fuese actor, pero yo no podía dejar de actuar ya. A los 18 terminé la carrera de electricista, a exigencias de él, y le dije: ‘Adiós, me voy con la compañía de teatro’. ¡Y nunca he arreglado ni una lámpara!”, cuenta emocionado.

Una vida intensa como la suya no podía estar exenta de altibajos. Victoria no tiene ningún reparo en hablar sobre los dos meses y 28 días que estuvo recluido en un hospital psiquiátrico de Caracas, en los años 60, en una cura de desintoxicación por su adicción a las drogas. “Cometí la estupidez de muchos jóvenes de empezar con la marihuana. De ahí pasé a la cocaína y finalmente a la morfina. Pero yo solito ingresé a esa clínica. Tenía hijos y necesitaba mejorar. Estuve con una camisa de fuerza durante el periodo de abstinencia, vomitaba todo el tiempo y defecaba mis pantalones. Cuando terminó el tratamiento, el doctor me dijo: ‘su cuerpo está sano, ahora tiene que sanar su mente’, y lo hice con la ayuda de mi socio”, dice otra vez señalando con el dedo hacia arriba.

Tiempo de sanación Victoria es una persona muy espiritual. Con frecuencia habla de Dios, que llegó a su vida en otra de esas horas bajas, cuando nadie le daba trabajo por su pasado sindicalista. “He sido ambulante. He vendido golosinas en buses interprovinciales. También he sido ateo. No creía en los curas. De hecho, le pegué a uno en mi colegio, cuando dijo que las mujeres del espectáculo eran prostitutas, y me botaron. En los 80 nadie me quería. Un día que no tenía ni para el pasaje salí a caminar desesperado y llegué a un templo de la Iglesia Mesiánica Mundial”. En su relato, afirma que entró desorientado y alguien se ofreció a imponerle la mano (práctica conocida como jorhei) y fue invadido por una sensación de dicha impensable. “Y ese día me empezó a ir bien. Me dieron trabajo, me llamaban de todos lados. Me hice creyente. Yo no me voy a retirar de la actuación sino hasta cuando el socio me lleve”.

Victoria quiere ser recordado como actor, pero sobre todo como un luchador por los derechos de los artistas, una labor que sus colegas le reconocen. Junto al hombre de teatro César Urueta, fue el principal impulsor de la Ley del Artista, que ayudó a redactar y que fue promulgada por el ex presidente Alejandro Toledo en el 2003. Esta misma ha sido sometida a cambios y, según Victoria, ahora está “más del lado de los empresarios que de nosotros”. Desde su puesto en la directiva de Inter Artis, la sociedad de gestión colectiva que ve los derechos de los artistas del audiovisual, sigue luchando hasta encontrar a un ministro que se atreva a acoger sus reclamos o a un congresista que lleve la discusión de la Ley del Artista al Pleno del Congreso, con las modificaciones que su gremio plantea.

Hacer lo que le gusta y ser recompensado por ello ha sido la mayor satisfacción que le ha tocado vivir en estos 90 años. No son solo recompensas económicas. “Hay veces que me abrazan por la calle. Que un vendedor del mercado me vea y me ofrezca un plátano me sigue conmoviendo, porque me pasa a cada rato”. Está claro que el artista no solo vive del aplauso, pero sí necesita de este. Y esas muestras de cariño son satisfacciones que no cambia por nada del mundo.

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