Germán Leguía Drago, 'Cocoliche'. Dueño de un fútbol cerebral, de trote parsimonioso y alta precisión en el pase. Fuera de la cancha, un lujo de ingenio y facilidad de palabra, ampliamente demostrados en la charla de "Mundialistas". El Mundialito de EEGGLL de la Universidad Católica fue la sede elegida. (Foto: El Comercio/ Eduardo Cavero)
Germán Leguía Drago, 'Cocoliche'. Dueño de un fútbol cerebral, de trote parsimonioso y alta precisión en el pase. Fuera de la cancha, un lujo de ingenio y facilidad de palabra, ampliamente demostrados en la charla de "Mundialistas". El Mundialito de EEGGLL de la Universidad Católica fue la sede elegida. (Foto: El Comercio/ Eduardo Cavero)
Jaime Bedoya

En el principio fue el pitazo. Y se hizo el fútbol. Pero este no se concreta ni tiene sentido hasta que un jugador, un estadio, o todo un país, pronuncian un monosílabo mágico: gol.

Explorar la relación de la palabra con el más bello de los deportes fue la sabrosa misión de un conversatorio convocado por Estudios Generales Letras de la PUCP y El Comercio. El motivo no podía ser más oportuno: la muestra fotográfica "", registro gráfico inédito del archivo histórico del Diario, se exhibía en el campus universitario.

Millenias y Xennials, la Generación La Tocó, hijos del triunfo y del éxito hecho realidad, se confrontaban con las imágenes en blanco y negro de nuestras raíces mundialistas: México 70, Argentina 78 y España 82. Años duros, con un octavo de los recursos actuales, pero no por ello menos mágicos.

Y luego el silencio. Treinta y seis años sin oír la palabra gol en su dimensión heroica. Ya era hora de volver a celebrar verbalmente el balompié, tanto con honra académica como con esquina lingüística. Estos fueron los convocados: el dos veces mundialista Germán Leguía, el catedrático y suma cum laude de la jerga Julio Hevia, y el notable novelista Gustavo Rodríguez. Moderando, Johnny Pacheco.

—Ronda de preguntas—

— Germán, ¿qué es lo mejor, lo peor, lo más inaudito que hayas escuchado en una cancha?
Leguía: Algo me sucedió narrando el Mundial del 94. En esos momentos decir algunas cosas del fútbol era difícil. Se trataba de un arquero de Camerún que no agarraba ni una sola pelota. Entonces se me ocurrió decir:

–Ese no vuela ni con un troncho.


Error enorme. Terminé fuera del canal. A nadie le gustó esa jerga, pero esas son las palabras que usamos nosotros en el fútbol. Es como cuando dices ese arquero no agarra ni un elefante en un ascensor. Es una figura.

La palabra pichanga salió del fútbol. Nosotros después de entrenar muy fuerte le decíamos al entrenador ya, ahora una pichanga. En las anticucherías cuando no tienes billete pides una pichanga y te dan de todo, las sobras. En el fútbol quería decir que si eras delantero podías hacer de arquero, y viceversa, nadie jugaba en su puesto, era para divertirse.

Si repito otras cosas que se decían en el campo no solo me vuelven a botar de la televisión sino de acá, la universidad. Nosotros aprendimos mucho de los argentinos. Por ejemplo, te tocaba marcar a Passarella. Él era el capitán y tú lo tratabas de insultar. Te decían: Dile cachudo, dile esto, dile lo otro. Entonces yo le decía cachudo y él volteaba y me decía.

–¿Cuánto ganas? Porque se me ha ido el chofer y estoy pagando 10 lucas.

— ¿Tu apodo en el fútbol era 'Cocoliche'? ¿Cuál es la historia de ese nombre?
Leguía: A los 6 años –yo siempre metiendo la pata– mi tía dijo que me prepararan para llevarme al colegio. Al colegio, ¿para qué? Yo voy a jugar al fútbol, los voy a mantener a todos, retruqué. Y mi tía dijo:

– Este está cocoliche.

— Julio, cómo se explica que en el fútbol peruano de apodos casi infantiles, como 'Los Tres Gatitos', hayamos pasado al 'Depredador', la 'Pulga','Orejas'?
Hevia: Antes había muchos animales en el mundo del fútbol, leones, gatos, pumas, y si hoy tienes depredadores o pulgas atómicas es porque la referencia cinematográfica opera fuertemente. El fútbol dialoga continuamente con cantidad de escenarios. Entonces los nombres rebotan en la medida en que sean más cómodos para que el espectador se apropie de ellos. Una de las características de la jerga es que no solo es ingeniosa sino que es rápida. El que no es rápido en esto mejor que se retire del mundo de la jeringa.

— Gustavo, la boquilla, hecha arenga, es uno de los motores del triunfo heroico. ¿Cuáles recuerdas?
Rodríguez: Creo que el primer consolidador de arengas fue el ‘Pecoso’ Ramírez, una especie de vocero en el estadio entre la hinchada y el equipo. Proponía arengas ingenuas, medias lornas. Como para la época: A la bin a la bao, a la bin bon bao. Una sí le ligo en 1970: ¡A-rri-ba Pe-rú! Quedó.

Veo una correspondencia entre dos sociedades, la argentina y la peruana. La barra peruana en nuestros estadios tiene mucho de murga argentina, y quiero creer que es un intercambio porque nosotros le pusimos la bailanta, la cumbia villera. Es una tesis personal.

— Germán, ¿y cuando no hablaban, qué papel juega el lenguaje corporal en un partido?
Leguía: Eso lo empezaron los brasileños. La famosa samba que hacían. Te hacían una jugada y te ofendían con el baile. Lo de Ricardo Gareca de decir piensen, llevándose los índices a la cabeza, antes te lo gritaban. Ahora tratas de gritar y es imposible por la bulla que hay en los estadios. A nosotros nos pasó en Brasil, en el Maracaná. Había 200 mil personas en el estadio. Tratabas de decirle algo al del costado y no te escuchaba. Tenías que ir a tocarlo, y decirle: Oye, pásamela. ¡Eso era lenguaje corporal!

Allí me tocó una anécdota con un psicólogo. Jugábamos con Brasil, campeón del mundo. Viene el psicólogo y habla con un jugador que estaba muy nervioso (no voy a decir el nombre para no quemarlo) y le dice: Tranquilo, tú haz como si no estuviera nadie, estamos solos. Era el Maracaná... El jugador lo queda mirando y le dice: ¿Usted alguna vez ha estado ahí afuera?

Exposición "Mundialistas", inaugurada en febrero, en Miraflores. Actualmente se puede visitar en la PUCP. (Foto: Archivo El Comercio)
Exposición "Mundialistas", inaugurada en febrero, en Miraflores. Actualmente se puede visitar en la PUCP. (Foto: Archivo El Comercio)

–No –responde.

–¡Entonces váyase a la csm!

Hasta ahí nomás llegó la psicología.

— Julio, ¿esa misma tensión cómo la vive el hincha?
Hevia: Hay una brecha artificialmente grande entre el espectador y el jugador. Si uno es aficionado al fútbol, uno juega cuando va al estadio. Tal vez no se nota mucho cuando uno gana, se nota más cuando se pierde. Es lo que vi en un estadio pequeño donde jugaba Sao Paulo. En el museo, un espacio muy grande, casi tres pisos, hay plataformas altas donde te subes y vez pantallas inmensas. Ves imágenes de hinchas viendo penales. No ves la jugada. Todo lo lees en la expresión de la gente. A cualquiera que pregunte para qué vas al estadio habría que llevarlo a este museo.

Describir qué se siente ir al estadio me parece comparable a explicar qué se siente cuando lees. Es exactamente lo mismo, hazlo y te darás cuenta. Si no te dice nada es que no perteneces a ese mundo, a esa aldea.

— Gustavo, ¿cómo ves la locución deportiva peruana? ¿Qué fue Peredo en ese mundo?
Rodríguez: La narrativa futbolera, al menos en el Perú, es más oral que escrita. La nuestra es barroca, mientras que la de los sajones carveriana. El antecedente más lejano y próximo a la vez, eso pasa por ser de una generación bizarra, es Augusto Ferrando.

Otro grande, Lucho Garro, un argentino que era un tremendo narrador. Hablaba de metáforas guerreras, de la estrategia de Aníbal, figuras heroicas y legendarias. Humberto Martínez Morosini era el gran creador de las metáforas ( el rincón de las ánimas, se sienten pasos, la vedette). Peredo es un mix de emoción y de conocimiento (de Ferrando y de Lucho Garro). Es una mezcla que no se había dado en estos últimos 40 años. Esto convirtió su voz en la banda sonora de una nueva generación de hinchas.

— Germán, cuéntanos de la interna en una selección. ¿Cómo se soportan bajo esa convivencia forzada?
Leguía: En nuestros tiempos estábamos concentrados seis meses. Tenía que haber bromas. No había otra. No había iPad, no había nada. Había un televisor blanco y negro que tenía tres canales con novelas y te ponías a llorar antes de un partido. Tenías que agudizar el ingenio. En el comedor te ponían kétchup, mostaza. Y los jugadores tienen esa costumbre: a lo que les pongan para comer les echan kétchup, mostaza. Lo que hacíamos era: destapábamos las botellas y dejábamos las tapitas ahí, apenas puestas nomás. Se servían y ¡juas! salía todo el kétchup. Cuando viajamos era igual. Muy pocos éramos de idiomas. Entonces llegábamos a Italia y ya tenías a todo el mundo pensando que estaban hablando italiano cuando en un restaurante decían:

–Mozini, por favor una Coca-Cola.

Una vez fuimos a Hungría, detrás del muro. En el aeropuerto te daban un papel amarillo y te advertían no lo pierdas. Hasta jugábamos con el papel en la mano. Además te ponían un sello, tinta negra, como en la cárcel. Entonces una vez, para bromear, con César Cueto estábamos en las duchas y le dijimos a Guillermo La Rosa:

–Oye, negro, ya no se ve ese sello. Creo que te quedas acá...

¡Para que le dijimos eso! No sabes lo que era, estaba en el aeropuerto y se lustraba el brazo, estaba asustado.

Otra fue en Colombia acompañando una selección peruana. Me entrevistaba un periodista colombiano cuando justo bajaba en el ascensor el equipo. Salieron todos callados, nadie decía nada. Uy, esos no le ganan a nadie, me dijo, son unos muertos. Él recordaba nuestro equipo. En él estaba José Navarro, que le tenía pánico a los ascensores. Pues entonces apagábamos el ascensor y prendíamos la alarma. La gente gritaba, aullaba, había carcajadas, el lobby era un escándalo. En el hotel decían, resignados:

–Ahí baja la selección peruana.

— Julio, ¿qué es lo que ha logrado Gareca? ¿Y por qué Pizarro no forma ni debería formar parte de este grupo?
Hevia: El gran mérito de Gareca es que ha devuelto una confianza en sí mismo y en su propio juego. Porque no es verdad que nosotros jugamos como Brasil. Nosotros jugamos como jugamos. Y en ese estilo peruano considero a Hugo Sotil el mejor jugador que ha tenido el Perú. Él jugaba para el equipo, no para él mismo.

Leguía: Sotil hace goleador a Jaime Mosquera. Entonces a Mosquera lo contrata un equipo de Portugal en ese entonces por una suma que era de 250 mil dólares. Llega allá y no pasa nada con el goleador. Los portugueses decían: ¡Nos han mandado al hermano! No, te has olvidado de llevarte a Sotil, era la respuesta.

— Julio, ¿y acerca del caso de Pizarro?
Hevia: Pizarro; blanco, grande y exitoso. En el Perú, tres veces faltoso. Es demasiada referencia, aplastante, para un universo que viene de otros orígenes. Que la lucha de otro modo, que le cuesta mucho más. Y que además tiene como agravante lo que ocurría con Pizarro cada vez que venía. El tipo estaba totalmente mitificado, como si fuera un jugador que se fabricaba la jugada. En realidad Claudio, con todos los méritos que hay que reconocerle, era un cazador. A él le ponían las balas delante del arco. Se juntan dos lecturas posibles: la futbolística y la clasista. No es casual que Messi no consiga cosas y que Maradona sí las consiguiera. No es solamente el jugador en la cancha. Es de dónde viene, adónde va.

Leguía: Yo no lo pondría a Pizarro. Si juegas en el Bayern, ahorita como estamos acá a los tres nos ponen a jugar y hacemos goles. Por eso para mí también el mejor jugador del mundo era Sotil. Le ponías a Jaime Bedoya al costado y lo hacía goleador. Igual que Maradona. Tú le ponías diez jugadores de fútbol de mano y Maradona campeonaba con ese equipo. El problema ahora de Pizarro es el de Cubillas en el 82: no tiene sitio en ese equipo.

— Caballeros, finalmente, sus anhelos, propósitos y deseos para la selección peruana en Rusia.
Leguía: Sigo pensando que quedamos entre los cuatro primeros del mundo. Es muy importante que la gente lo crea y lo diga. El jugador eso lo siente.

Hevia: Antes del partido con Colombia dije en una entrevista que íbamos al Mundial de todas maneras. ¿No eres demasiado optimista?, repreguntaron. Escenificando mi respuesta dije: ¡De ninguna manera, estamos en Rusia! Cuando salí pensé, ¿y si no clasificamos? Quizás aún no hemos terminado de valorar a este equipo. Puede llegar lejísimos. También me la juego. Podemos llegar entre los cuatro.

Rodríguez: Estoy impregnado de los dos mundiales que más recuerdo, Argentina 78 (terminamos 0 a 6) y España 82 (1 a 5). Pero cuando ese trauma generacional evalúa lo que ha logrado el comando Gareca usando la tecnología –algo totalmente objetivo– para que crean en sí mismos, empiezo a creer. Después de la primera fase son solo tres partidos. Hay que ganar tres partidos. Semifinales, puede ser.

​Tinta Invisible

La siguiente entrega, a cargo de Dante Trujillo, será el sábado 12 de mayo.

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