"Aquí favorecemos el doblez colonial y el juego criollo de las apariencias", dice Jaime Bedoya en su columna.
"Aquí favorecemos el doblez colonial y el juego criollo de las apariencias", dice Jaime Bedoya en su columna.
Jaime Bedoya

Si en el Perú un policía blanco se arrodillara sobre la garganta de un ciudadano negro el evento sería estadísticamente tan improbable que ambos se mirarían con asombro. El propio policía levantaría lentamente la rodilla preguntándose cómo así, en una sociedad de castas establecida desde 1535, alguien como el acabó defendiendo por 1600 soles al mes entelequias sujetas a verificación como la ley y el orden peruanas. Eso les toca a otros, se diría.

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