* Juan Carlos Ortecho es Editor de Deportes de RPP.
La aparición milagrosa del ‘Orejas’ Flores en el sofoco de Barranquilla y en la noche interminable del martes nos dejó con una certeza que escapa al rigor de la razón. Eduardo Sacheri la identifica como “ese amor gratuito, esa esperanza desbocada. Ese dolor, esa rabia, esa fe rotunda en que, alguna vez, habrá revancha”. Lo más lindo de la vida, avala Luis ‘Cuto’ Guadalupe desde esta orilla del continente.
En Paramonga, esa certeza, que en realidad es fe, aparece en un mural de la Panamericana Norte: “Lapadula, fortaleza inca con alma, corazón y vida”, homenaje recíproco a la imagen que el delantero peruano se tatuó en el brazo. Y también es la figura del ‘Orejas’, ya no con la sonrisa del niño de Collique que celebra goles como si fueran una travesura, sino con un alarido de rabia, porque la fe, como esperanza, también es revancha.
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En estos tiempos de desconcierto y enfermedad, la única respuesta tiene que ser la fe. “Uno abre la puerta y sale a la calle con un infierno escarbándole las entrañas”, escribe Roberto Fontanarrosa en “La observación de los pájaros”. Podría corresponder a la descripción de la rutina diaria de un país que a cada vuelta de esquina parece tornarse más vil y desolador. En realidad, habla de un hincha que no logra soportar el sufrimiento que le ocasiona un partido de fútbol y se va a un parque para no escuchar la derrota de su equipo ni los gritos de gol de sus vecinos.
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En esta tierra que el sol ilumina, porque lo dice el vals y la fe, sin embargo, no nos vamos a ningún lado. Nos quedamos a ver al ‘Orejas’ levitando sobre camisetas amarillas.
Al otro lado de estos tiempos nos miraremos al espejo y, como el personaje de Fontanarrosa, descubriremos que tendremos más de mil nuevas canas en las sienes. Serán las huellas de la fe, o de la certeza, que para nosotros viene a ser lo mismo.
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