1 / 5 SOBREVIVIR EN EL DESIERTO. Kimberly Cruz y su niña lavan ropa en los exteriores de su vivienda, ubicada en el asentamiento humano PROFAM, en el distrito de Santa Rosa, al norte de Lima. (Foto: Musuk Nolte)
2 / 5 BIEN COMÚN. Para poder sobrevivir a la pandemia se organizan ollas comunes, donde los vecinos comparten lo que tienen, incluso agua para cocinar. Muchos se han quedado sin trabajo. (Foto: Musuk Nolte).
3 / 5 DURA REALIDAD. Muchas familias no tienen los recursos para comprar un tanque de agua, por lo que se ven obligadas a usar baldes improvisados que son tapados con lonas y plásticos reciclados. (Foto: Musuk Nolte)
4 / 5 EL DESIERTO QUE NO VEMOS. El virus ha puesto en evidencia las hondas carencias que afectan a millones de peruanos. (Foto: Musuk Nolte)
5 / 5 GEOGRAFÍA INACCESIBLE. Aquellos que cuentan con reservorios en las zonas más altas deben ingeniárselas para abastecerse de agua, pues los camiones cisterna no logran subir debido al difícil acceso. (Foto: Musuk Nolte)
Son tres las recomendaciones que más se repiten en estos días de crisis sanitaria: distanciamiento social, uso de mascarillas y lavado frecuente de manos. Esto último, sin embargo, resulta más que complicado para el millón de personas de Lima Metropolitana y el Callao que dependen de una red de camiones cisterna administrada de forma tercerizada por Sedapal, para que así puedan abastecerse de agua.
Esta realidad es la que pone en evidencia, a través de imágenes y videos de una crudeza impactante, el fotógrafo Musuk Nolte con el proyecto “Historia del agua en un desierto”, financiado por el Pulitzer Center y el fondo de emergencia en el contexto del COVID-19 para periodistas de National Geographic Society.
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“En esta pandemia, Sedapal ha hecho un esfuerzo por llevar agua de forma gratuita a las zonas más alejadas de Lima, pero ha sido insuficiente. La empresa solo tiene 41 camiones cisterna, a las que se suma una red privada de vehículos para transportar el líquido, pero sin regulación tarifaria”, comenta Musuk, quien realizó un trabajo de campo por casi cuatro meses en los extremos norte y sur de Lima, recorriendo asentamientos humanos de los distritos de Santa Rosa y Villa María del Triunfo.
“Las personas tienen que esperar que, una vez por semana, el camión llegue para distribuir el agua, guardarla en reservorios y comenzar a dosificarla. La falta de conexiones e infraestructura lo hace más difícil”, añade.
Para conocer toda la magnitud de la investigación, ingresar a https://historiadelaguaeneldesierto.com. //
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