()Foto: AP)
Elvis Presley

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A los 10 años vi en un programa de TV a un preso tras las rejas de una celda que bailaba como loco al ritmo de una canción que empezaba sonando: tann tannn, pum pum, taan taan, pum pum. La imagen se grabó tanto en mi mente que cada vez que veía a otro presidiario en la pantalla chica pensaba que este iba a poner a cantar. Años después, curioseando en el cuarto de una tía, encontré un casete amarillo, viejo, sin caja y con palabras escritas en lo que parecía alemán. Estaban, de hecho, en ese idioma. Todas, menos una: #ELVIS. Se trataba del álbum “Top Ten hits”, recopilatorio de los mejores éxitos del Rey. Desde ese día mi vida tiene un soundtrack.

Es raro, ¿no? La vida pasa tan rápido. Los días pronto se vuelven semanas, meses, años. Cuando uno ya tiene algo de tiempo en este mundo, mira atrás, lo bueno y lo malo, lo triste y lo alegre, y todo se asemeja al trailer de una película. Una vieja película que conocemos y que nos toca el corazón de mil maneras. Pues el filme de mi vida tiene una pista de sonido, una banda sonora. Y no la escribió John Williams, compositor muchas veces ganador del Óscar. Mi banda sonora fue escrita por muchos autores cuyos nombres no recuerdo, pero cantada siempre por el hombre de Mississippi. Ahora yo me pregunto: ¿por qué me toca tan en el alma esta música a mí? Un hombre de 42 años, peruano, que vive en un país donde solo se oye reggeaton. ¿Por qué?

Es difícil ensayar respuestas. En el intento se revela lo que me pasa cuando escucho su voz, ya sea en ritmo del rock and roll, gospel, rhythm and blues o una simple, pero honesta balada. Tal vez es porque me siento acompañado. Dejo de sentirme solo.

Mi abuela murió hace unos años y camino al cementerio no quise llevar a nadie en el auto. Solo quería escuchar Amazing Grace, un tema que habla sobre lo perdido que puede estar uno en la vida y de cómo Dios te encuentra. Paso antes, también. Cuando la chica que me gustaba en la secundaria se reía de mí, lo único que me alegraba era escuchar Hound dog. Después, cuando mi novia se fue para no volver, lo único que ponía en el CD tendido en mi cama era Always on my mind, una canción que dice algo como: "Perdóname por no amarte como pude haberlo hecho… tú en mi mente siempre estarás". Hoy, de hecho, cuando el día amanece gris, son las 8 de la mañana y estoy tarde para trabajar, El Rock de la Cárcel me hace saltar de alegría mientras atravieso manejando el venenoso tráfico de Lima. La soledad es tan cotidiana que uno ni cuenta se da. En mi cotidiana soledad, mi mejor compañía es la música. La música de Elvis.

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