Oscar García

En Lima, la ciudad que respira neblina, el frío invernal es una incomodidad que se combate con el arsenal de costumbre: chompas, chalinas y, en los casos más privilegiados, con un acogedor equipo de aire acondicionado. Pero para los peatones de esta urbe de 10 millones de habitantes, el frío es una maldición que se cuela por las hebras de la ropa, sobre todo cuando se va por la calle. Es en esas mañanas de bostezos rumbo al trabajo, o por las tardes, mientras se va a casa con la cara salpicada de garúa, que aparece la figura salvadora de un emoliente para calentar el alma.

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