La muerte es una palabra que Héctor Chávez Zegarra (74), el cuartelero más antiguo del cementerio ‘El Ángel’, conoce desde que solo tenía tres meses de edad, cuando su madre falleció; a los cuatro su padre perdió la vida y a los siete sus abuelos.
La muerte siguió asociándose a Héctor. El cajamarquino llegó a Lima a trabajar en el cementerio Presbitero Maestro y luego en ‘El Ángel’.
Había dormido en la calle, en los carros, pasado hambre, frío, pero en un lugar tétrico para muchos, Héctor encontró cobijo y tranquilidad.
“Los muertos te cuidan, te dan fuerza, tienen mucha energía. El cementerio no es malo, los ladrones que entran sí, ya no es como antes que podías defenderte, ahora vienen con un fierro y te matan. Gracias a los muertos, yo estoy con vida”, declara.
¿Su miedo? “El miedo existe, pero depende de ti. A mí, por ejemplo, me tentó Sarah Ellen. Me tocaba hacer guardia en la noche, rondaba, y por dos horas dejé de reaccionar, cuando desperté estaba débil, y recordé que había estado con ella. Pasó mucho tiempo para que hiciera noche, porque me asusté mucho”, recuerda.
Seis décadas sirviendo a los muertos no es suficiente para Héctor Chávez que todos los días llega hasta ‘El Ángel’ en su bicicleta. “Soy pobre, sigo siendo pobre, pero feliz, tengo dos hijos y una esposa”, confiesa. Dice que se quedó como cuidador del cementerio porque le agradó servir al público. “Aquí me hice una persona útil, no me preparé, pero tengo valores y experiencia”, agrega.
Marcelino Bacon Chávez (68), llegó a ‘El Ángel’ hace cuarenta y ocho años, su hermano mayor, Tito, lo llevó, y recuerda que la primera vez que puso flores a un nicho, una espina le pinchó los dedos. “El cliente se molestó y solo me dio veinte centavos”, cuenta.
Para Marcelino ser cuartelero de ‘El Ángel’ es un trabajo extraordinario y único, del que nunca sintió vergüenza. Vive a unas cuadras del cementerio, viene caminando, llega bien abrigado y por estos días una glaucoma lo aqueja, pero no le impide laborar y menos demostrar su amor, a la vida y su respeto a la muerte.
Visita la tumba de su hermana, la besa, visita la de su suegra, le agradece, se instala en su pabellón ‘Santa Gilda’. Espera, que un cliente llegue para empezar el trabajo, aunque ahora la tecnología está presente hasta en estos casos. A Marcelino, le llegan giros del extranjero, una familia que vive en España, le pide que semanalmente le pongan flores a su madre, ¿cómo lo verifican? Pues, enviando una foto por WhatsApp.
Cuando llegue el momento del descanso eterno, Marcelino quiere que sea en el cementerio ‘El Ángel’, el núcleo de su vida, ahí pasa más de doce horas trabajando, ahí conoció a su esposa vendiendo flores, ahí recuerda a sus hijos jugando. Ahí, ahí quiere quedarse siempre.