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Oscar García

Sentado en un banco en la puerta de su hogar, iluminado por el sol huamanguino de las dos de la tarde, Julio Urbano (80) contempla su calle con distancia, como hundido en un recuerdo. Por fuera, su vivienda es sencilla, con un pequeño letrero que anuncia a los paseantes: . Por dentro, el lugar es un templo en el que guarda las joyas que ha labrado en toda una vida consagrada al arte manual. La llegada de la prensa lo sorprende; luego se relaja. En sus paredes, decenas de recortes de periódicos, diplomas amarillentos, medallas y fotos hablan fuerte sobre una persona con un kilometraje de vida sorprendente.

Julio es el hermano de Jesús Urbano, el gran retablista ayacuchano que falleció en mayo del 2014, ese que fuera considerado por Unesco como un Tesoro Humano Vivo. Tras su muerte, Julio es considerado ahora el último de su especie, sobreviviente de una generación que revolucionó el retablo en la década del 50, otorgándole narrativa, técnica y hondura social a un antiguo objeto que antes, como anotaba Jose María Arguedas, solo poseía una carga religiosa y mágica.

La historia de estos cajones se remonta a la Conquista. “Los españoles necesitaban las figuras de los santos para llevarlas a los pueblos, para convertir a los indios. Como estas eran grandes y se viajaba a lomo de bestia, eran mejor las miniaturas. Y en estas cajas las ponían. Así fue el nacimiento del retablo”, dice Urbano, quien recuerda que el antecedente inmediato de este arte fueron las Cajas de San Marcos, retablos con iconografía religiosa respetados entre los campesinos.

La transformación de los San Marcos en objetos artísticos comenzó en los años 40 con Joaquín López Antay, notable artesano ayacuchano que reemplazó las escenas de santos con costumbres locales como los bailes de tijeras o las cosechas. Discípulo de López Antay fue Jesús Urbano, que en los años 50 ganó notoriedad por su trabajo preciosista, hecho con figuras en masa de papa y a pulso, no con molde, como se estilaba. En 1950, el embajador británico llegó al taller de los hermanos Urbano eh Huamanga y se llevó varios retablos. Al poco tiempo los invitaron a Europa. Julio asegura haber recorrido el mundo varias veces. Para probarlo nos enseña recortes de distintos diarios. “¿Ves? Este de acá está en alemán. De acá solo entiendo mi nombre”".

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- Tradición viva -
En los barrios de Quinuapata y Belén, Huamanga, Ayacucho, hay talleres de artistas que trabajan en clan. El talento se transmite de padres a hijos y se procura que el sello familiar se mantenga. Un ejemplo es Retablos Ramos. La tradición la inició Donato Ramos (55), un artista natural de Vinchos, Ayacucho. “De chico me gustaban los colores del retablo, me daban curiosidad, pero no tuve profesores”. Sus hijos Yuri (30) y José Arturo (32) han continuado su estilo, caracterizado por los pliegues en las ropas y en sus puertas, que no solo son pintadas, sino talladas en cedro y hasta tejidas. A diferencia de Urbano, que propone la defensa de la tradición, lo de los Ramos es innovación constante. El futuro del retablo.

Yuri, egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes, en Lima, es el presidente de la Mesa Técnica de Retablistas de Ayacucho, una asociación que congrega a 85 artistas. Cuenta que trabajar en familia los ha enfrentado a retos especiales. Como la vez que padre e hijos se abocaron por varias noches a leer El Quijote como fuente de inspiración para un concurso nacional que premiaba a la mejor representación del personaje de Cervantes. Los Ramos ganaron.

Otro reto llegó desde el mismo Palacio de Gobierno. “Un día nos dijeron que el presidente Humala quería vernos. Mandaron una camioneta y nos fuimos a Lima. Allí nos felicitó y nos pidió que le hagamos retablos personalizados con costumbres de Tailandia y Corea del Sur. Él quería que el retablo fuera un obsequio para cada país que visitaba. De ahí le hemos hecho más retablos: para la presidenta de Brasil y para los gobierno de Rusia y de China”.

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Elaborar esos trabajos no fue sencillo. Requirió que la familia se documente en las costumbres de cada país. “Una vez pusimos por error una figura que era de otra cultura. En Lima nos hicieron ver eso y ahí nomás, apurados, tuvimos que romperla y hacer otra para reemplazarla”, cuentan entre risas. Pero lo más complicado de todo es ajustarse a la agenda diplomática del gobierno. “Para el último trabajo que hicimos nos dieron apenas 15 días”, dice José Arturo. “Fue muy exigente, con decir que acá con mi papá y mi hermano dormíamos dos horas al día, corriendo siempre, porque de otra manera no íbamos a llegar al plazo y ellos son bastante estrictos”.

- Del Perú al Mundo -
Como Palacio parece haberlo entendido, el retablo –un arte popular que se encuentra en varias zonas del sur y también en Lima– es el embajador natural de la cultura de nuestro país. Su carácter representativo y narrativo hace que sea legible por cualquier persona del mundo. Los turistas que llegan al aeropuerto Coronel FAP Alfredo Mendívil, el principal de Ayacucho, se sorprenden con el imponente retablo de 5,20 metros de altura que les da la bienvenida. Este es obra de Edwyn Pizarro (40), un destacado artista popular del barrio de Belén, en Huamanga, que abre las puertas de su taller a esta revista.

Pizarro confiesa que aquella obra la hizo en 1994, cuando tenía solo 20 años. Se inició en el arte gracias a su hermano mayor, pero su instrucción se vio truncada cuando este desapareció en 1984 durante la época de la violencia política. Con el tiempo buscó otros maestros porque quería aprender. “Tuve mentores con estilos diversos. Hay los retablos muy barrocos, como los de la familia Blanco, con telas muy recargadas, y hay estilos más simples, pero con mucha carga social, como el de la familia Jiménez. De ambos aprendí cosas”, sostiene.

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Para Pizarro, los retablos son una poderosa forma de expresión. Se refiere a ellos como una “representación mágica de las 
ideas que tenemos en nuestra alma”.
 Al ser tan personal, es imposible
 que dos maestros 
retablistas hagan
 una obra idéntica, aun cuando 
compartan un 
mismo tema. Los
 Jiménez, Ramos, 
Pizarros y Blancos prefieren trabajar objetos únicos antes que piezas en serie. “Una de las cosas que los retablistas ayacuchanos echamos de menos es más apoyo del Estado. A las artes populares siempre se las ha visto por lo bajo. Mi sueño ese que se haga de una vez una carrera profesional de esto”.

- Regresando a Lima -
El fallecido maestro Jesús Urbano llegó a Lima en 1984, escapando de la violencia terrorista que le había costado la vida a su primogénito. Su escuela es continuada hoy por su hijo, el destacado Jesús Urbano Cárdenas, y también por su hija Lourdes (60). “Desde niña aprendí de él, primero a hacer los muñequitos con masa de papa, luego a pintar. En nuestro trabajos ponemos siempre las hojas y las flores como mi papá lo hacía, es su estilo”, dice. En su taller, ubicado en Manchay, al sureste de la capital, se trabaja en estos días duro. Se viene Navidad, una temporada alta para los artesanos de retablos. Ayudan a Lourdes en el trabajo sus hijos Saúl, Iván y Moisés, la tercera generación de los Urbano.

El nacimiento campesino es una obra muy popular en estas épocas. La escena religiosa de Belén parece transportada por sus manos al Perú, con pastores con chullos, animalitos típico. etc. “Tratamos de hacer las cosas como mi abuelo”, dice Iván Espinoza Urbano. Pero lo suyo no es solo trabajo en serie. También tiene una obra personal. Para comprobarlo, desempolva un retablo grande que denuncia en cuatro segmentos la contaminación del medio ambiente.
La obra es tan elocuente con el más duro artículo o editorial, aunque quizá más efectivo. No es necesario saber leer para entender la potencia del mensaje. //

Este artículo fue publicado en Somos el 29 de noviembre del 2014.

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