(Foto: Karen Zárate)
(Foto: Karen Zárate)
Arturo León

Hay tres cosas que hacen del nado de mar una práctica única: el agua helada, la corriente y las olas. Quedarse en un mismo lugar es casi imposible. No hay carriles que respetar ni muros de cemento a los costados. Para muchos se trata de una aventura. El espacio es infinito; la sensación, aseguran, espectacular. Cada vez son más las personas que deciden dejar la piscina para llevar sus brazadas al espacio más natural que existe en el planeta tierra. Más en esta época del año, en la que el sol empieza a caer con fuerza sobre la Lima gris de siempre. Somos conversó con cuatro amantes del nado marítimo. Ellos explican por qué, cuándo y cómo decidieron, con más de 40 años, trasladar parte de su vida al océano que tan cerca tenemos en la capital.

ESTRELLAS DE MAR
El agua es parte de su vida. Tanto, que en 1984 compitió nada menos que en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. 100 y 200 metros libres fueron las pruebas a las que clasificó. La mejor experiencia de su vida. Hoy, como no podía ser de otra forma, Sandra Crousse es directora técnica del equipo de natación del club Regatas. Pero eso no es lo que más disfruta a los 52 años. Todas las mañanas, a eso de las 8:00 a.m. y después de instruir a sus alumnos, Sandra se alista para abrazar el océano Pacífico. “Me sirve para salir de la rutina, para relajarme, para sentirme libre. Puedo sentir una energía y una frescura distintas cada vez que salgo del mar. Es una sensación que me invade”, asegura. No compite –esa parte la deja para la piscina–, pero pasa horas y recorre cientos de metros cuando está sumergida en el mar. “Hoy puedo trasladar el deporte que hice toda mi vida al mar y eso me encanta. Adoro el mar y la vida que existe ahí”. Se nota que practicó siempre natación. En la playa 1 del Club Regatas, Sandra se desplaza en el agua a una velocidad que impresiona. Pensar que todo comenzó por precaución. Tenía piscina en casa y sus padres temían lo peor: que se ahogue. En la academia Los Delfines hizo sus pininos.

Muy cerquita de ella, Mabela Martínez (58) intenta seguirle el ritmo. Van de forma paralela y sincronizadas. No participó nunca en una prueba olímpica, pero hace más o menos 15 años que nada competitivamente en el mar. Pero lo más importante es que se divierte. La productora del programa Sonidos del mundo de TV Perú empezó en Colán, Piura. Ahí, junto a su amiga y hoy congresista Karla Schaefer, descubrió las maravillas del mar. “Para mí, nadar en el mar es un bálsamo. Es una de las mejores cosas que uno puede hacer”.

Todo iba viento en popa hasta que una serpiente marina la mordió en las playas del norte. “Me quedé traumada”, comenta. El susto, por suerte, pasó rápido y retomó. Hoy, a la par de sus labores en Mabela Martínez Producciones, es parte del equipo nacional de la academia Aqualab y representa al Perú, en la categoría masters, cuando son competiciones internacionales. Pese a todo, revela que todavía le cuesta superar el primer choque con el agua helada. “Para mí el paraíso es el norte. La felicidad total es nadar en el mar, a una excelente temperatura y con el agua transparente”.

JEFES ACUÁTICOS
Luis Noriega es presidente del grupo Concebir. Cristopher Varas es gerente general del grupo Vivargo. No solo coinciden en ostentar cargos importantes, sino también en cómo el mar impacta en sus vidas. “Créeme que entrar al mar es relax total. No pienso en nada de nada. Me curo de todos los dolores por el agua helada. Y salgo realmente en paz absoluta”, comenta Noriega, uno de los médicos pioneros de la fecundación in vitro en el Perú. “Me gusta porque me relaja. El mar es una fuente de energía; cuando nadas en aguas abiertas, estás en otro mundo”, opina Varas (44), quien no ve mejor forma que nadar en el mar para lidiar con dos hernias que padece en la espalda. El también aficionado y deportista de equitación está todos los viernes a la 1:00 p.m. en la playa Pescadores. Con wetsuit, aletas, gorro y lentes acuáticos nada con un grupo de amigos entre dos y tres kilómetros. Pero es la sensación de estar lejos de la tierra lo que más lo emociona. “En el mar siento que estoy en constante desafío. Porque a la naturaleza no se le puede controlar. Eres tú quien se adapta a ella”, explica.

Noriega, el doctor de 66 años, compitió por última vez en julio: cruzó el estrecho de Gibraltar con su hijo Javier. “Nadamos en paralelo y sin wetsuit. Fue espectacular”, cuenta. Y desde marzo se preparará para una aventura sin igual. Nadará en las aguas heladas del lago Ness de Escocia. Ahora que llega verano confiesa que entrará al mar a diario. No volverá a dejar esta práctica, como a los 14 años. Hace seis años regresó para nunca más dejar las aguas abiertas. //

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