En las paredes del cuarto que tenía en casa de mis padres todavía sobrevive un poster de Mazinger Z. Lo debo haber pegado ahí cuando tenía seis años y no sé bien como se las ingenió para sobrevivir intacto a toda la experiencia de crecer. O quizá sí sé: como muchos de mi generación, nosotros respirábamos series japonesas sobre robots las 24 horas. Las veíamos y luego las soñábamos. Tenían en nuestras vidas la gravedad de lo importante. Y la mejor serie de su tipo en ese entonces, la pionera -aunque eso lo sabríamos después- era Mazinger Z.
Los robots en los ochenta eran formidables, como cantaba el Capitán Memo en el impactante opening de El Festival de Los Robots, una canción que puede hacer moquear de felicidad a treintones y cuarentones como he podido atestiguar tantas veces. El Festival de los Robots era un show infantil compuesto por cuatro animes del subgénero mecha (“de robots pilotados”) de los años setenta, y que aquí los transmitieron en los primeros 80 gracias a RTP (Hoy TV Perú). Los niños de entonces crecimos bajo el influjo de programas como El Vengador, que era un robot verdeamarillo pilotado por Febo, un joven aventurero y despeinado, al que su padre salvo de morir al convertirlo en un cyborg.
Ante la proximidad del mal, Febo saltaba de su moto, juntaba sus puños, se daba una vuelta de campana en el aire y ¡listo!, se convertía en un robot. No pidan lógica científica al proceso. Era emocionante y punto. De esas épocas eran otras historias sobre héroes mecánicos como El Gladiador y el Supermagnetrón, que no eran sino enormes androides pilotados por jóvenes aventureros -e igual de despeinados-, dotados de una soberbia legendaria y mayor temeridad. Todas ellas no hubiesen existido sin Mazinger Z (1972).
Mazinger Z fue la primera serie sobre “Super Robots”, como se les llamó a las historias en las que un gigante metálico era pilotado por un humano con propósitos justicieros. Entre sus antecedentes se puede mencionar a Astroboy (1952), de Ozamu Tezuka, el “Dios del Manga”, que introdujo la idea del “robot bueno”. Astroboy tenía la forma de un niño y, como Pinocho, quería ser persona. Del mismo Tezuka llegaría en 1956, Tetsujin 28, también conocida como Ironman 28 o Gigantor, en la que un bruto gigante era pilotado por un chico, pero a control remoto. Mazinger Z fue más allá e introdujo la idea de que la máquina debía ser operada desde dentro, convirtiendo a vehículo y conductor en una sola entidad.
LA GÉNESIS DE MAZINGER Z
Operar un robot desde adentro parece una idea sencilla pero fue revolucionaria en su momento. Se le ocurrió a Go Nagai, el padre de Mazinger, en uno de esos días en los que su auto no avanzaba por culpa del tráfico. Con filas de carros detenidos, a Nagai, un joven dibujante de manga, le pareció divertido imaginar que a su vehículo le salían patas y que podía caminar entre los demás autos. Fue como si de pronto pudiera ver a la Matrix. Era tan buena esa idea que merecía desarrollarse y así nació la historia de Koji Kabuto, un joven valiente y un poco sociópata, gran motociclista, que se ve con la urgente tarea de pilotar a Mazinger Z, un robot gigante y lleno de armas construido por su abuelo.
Koji al inicio es un espíritu libre y despreocupado. Recibe el encargo de manejar a Mazinger Z porque su abuelo moribundo, el Dr. Kabuto, se lo ruega en su lugar de muerte. Este fue asesinado por el siniestro Barón Ashler, un extraño ser mitad hombre, mitad mujer, a solicitud del Dr. Hell, el clásico archivillano de anime, quien quiere apoderarse de la aleación Z, un poderoso compuesto casi indestructible descubierto por el Dr. Kabuto. El Dr. Hell cuenta con un ejército de robots gigantes para lograr sus fines, con los nombres más estrambóticos que se le pudieron ocurrir (Garada K7, Doublas M2, Gromazen R9, Deimos F3) pero Koji Kabuto y Mazinger siempre se interponen en sus planes.
En Mazinger Z está la plantilla de todas las series sobre super robots gigantes, una que variaría apenas con los años. En todas siempre hay seres mecánicos que son pilotados por jóvenes en edad escolar y con problemas de socialización. Muchas veces el chico o chica es pariente de quien creó al gigante y deben luchar contra una organización siniestra que también tiene sus monstruos mecánicos. Hasta Neon Genesis Evangelion, la venerada serie mecha de los 90s, sigue en esencia el esquema de la obra máxima de Go Nagai, aunque es cierto que luego le de mil vueltas en ambición y vuelo artístico. Otro lote, también disponible en Netflix.
Al lado de Evangelion, Mazinger Z, cuyos 92 episodios ha colgado Netflix en formato remasterizado, luce hoy tan entretenida como ayer pero quizá se vea ya demasiado tosca. Es entrañable aunque elemental en sus premisas narrativas, con episodios auto conclusivos en los que el bien se impone al mal, casi como en un capítulo de Pokemón. Se nota problemática en su violencia y en la temática del género, algo que quizá sea comprensible tratándose de un producto hecho hace casi cincuenta años, pero que a algunos espectadores nuevos ha molestado, por ejemplo, en el papel que cumple la joven Sayaka Yumi y su robot femenino Afrodita A, que en la historia solo existe para ser aporreado y luego rescatado por Koji y su Mazinger Z.
Gracias a Mazinger Z, la animación japonesa nunca más fue la misma. En adelante, las historias sobre robots serían cada vez más adultas, sombrías y sofisticadas. Mobile Suit Gundam (1979) instauraría la idea de los “real robots”, en la que estos ingenios son solo máquinas de guerra convencionales y todo el foco de la historia está centrada en los humanos y sus batallas, armados en bandos en los que no siempre se llega a distinguir a los buenos de los malos. Como la vida misma. Un cambio de paradigma y un esquema que nos regalaría, años después, otra venerada serie mecha de guerra llamada Macross o Robotech, que también se puede ver en Netflix estos días en los que sobra el tiempo. Pero esa historia la contaremos en otra oportunidad.//