(Foto: Omar Lucas)
(Foto: Omar Lucas)

Hacia arriba, las copas de los árboles, el salto travieso de los monos, frutos que contemplan la tierra como una esperanza, aves cautelosas que guardan los secretos de la selva, mariposas que comparten su silencio y su belleza. Hacia abajo, la tierra fértil, animales en busca de sustento, el Amarumayu convertido en una anaconda contaminada que atraviesa la jungla, el hombre que trabaja de sol a sol, la raíz del mundo. Y el peligro. Un peligro constante, una amenaza cotidiana, el miedo que quieren imponer los asesinos de la selva en todos aquellos preocupados por protegerla.

Ese miedo puede llegar de día o de noche, siempre anónimo, violento, vil. Puede llegar a la puerta de las casas en medio de la madrugada, en forma de acechantes motos cuyos motores histéricos parecen gritarles a los activistas que se vayan a otro lado, por una, dos, diez noches seguidas, mientras ellos no se atreven a abrir la puerta para ver qué demonios del bosque los intimidan así. Isabel Yalico, profesora jubilada de 60 años, rostro amable y maneras dulces pero decididas, lo ha vivido en carne propia. Voces sin nombre la han amenazado por teléfono. Hombres sin escrúpulos han invadido la pequeña bodega que tenía en su casa –en un tramo feroz de la Carretera Interoceánica– para llevarse lo que pudieron y destrozar lo que quedaba. A otros, como don Víctor Zambrano, le han dejado en casa notas anónimas, amenazándolos de muerte a él y a su familia. Lo han llamado, peyorativamente, ‘ambientalista’, a la vez que soplón o ‘chupamedias’ del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp). Incluso, el activista de 73 años, líder del Comité de Gestión y de Los Tambopatas y premio National Geographic de Liderazgo en Conservación 2016, apareció en una lista negra preparada por los mineros ilegales que arrasan estas tierras. No es difícil suponer qué es lo que podría pasarles a quienes la integraban. “En un principio yo tenía temor, pedía por favor un psicólogo, pero ahora todos nosotros ya estamos bien curtidos en esas cosas, ya no nos da miedo nada”, dice, firmemente, Isabel.

Ambos son los rostros principales del Comité de Gestión de la Reserva Nacional de Tambopata, un espacio participativo reconocido por el Sernanp y formado por 2.500 familias que viven en la zona de amortiguamiento. Entre ellos también hay muchos cuyos hijos han sido amenazados, que han encontrado balas en sus puertas o que han sido invadidos en plena madrugada por encapuchados que amenazan con ejecutarlos, colocándoles cañones de escopeta en las bocas a punta de gritos e insultos. No son pocos los que han tenido que escapar por sus ventanas, correr hasta encontrar refugio e irse por largos periodos –o para siempre– de Puerto Maldonado. Tampoco son pocos los que han desaparecido sin dejar rastro o han sido directamente asesinados, como el activista y presidente de la Federación de Concesionarios de Forestación y/o Reforestación de Madre de Dios (FEFOREMAD), Alfredo Vracko, ultimado en noviembre del 2015.

Es duro pensar que la Reserva Nacional de Tambopata, uno de los lugares con mayor biodiversidad del planeta, pueda ser al mismo tiempo un lugar tan peligroso para la vida humana. Pero las verdaderas bestias salvajes no son los animales, sino hombres de carne y hueso, capaces de todo por un poco de oro.

Bienvenidos a la jungla
“El liderazgo lo tiene Víctor, pero no es fácil ser un Tambopata, un defensor del medio ambiente en la reserva y la zona de amortiguamiento. Porque Víctor ha recibido muchísimas amenazas, Isabel ha sido intimidada en su casita, cercana a la zona crítica de La Pampa, varias veces. Y los responsables son los mineros ilegales”, nos dice Eddy Peña, representante de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental, uno de los principales aliados de las familias que sufren en carne propia lo que significa vivir en una tierra de impunidad. Juntos, estos campesinos honestos y sus aliados, se han hecho llamar los ‘Tambopatas’, los amigos de la reserva, y han iniciado la campaña #TambopataLibre, que incluye la difusión de mensajes de conservación en diversas plataformas de comunicación, como las redes sociales, para lo cual han reclutado a un número importante de influencers, tan comprometidos como ellos en salvar la selva de Madre de Dios. Entre ellos están los cocineros Pedro Miguel Schiaffino y Luciano Mazzetti, la fotógrafa Alexandra Behr y la blogger Lorena Salmón, quienes visitaron la reserva hace unos días para conocer de primera mano sus historias. “Esta campaña tiene como objetivo que el comité de gestión pueda ejercer la defensa del lugar, captar fondos para que se realice el seguimiento y monitoreo de los atentados contra la naturaleza y el cuidado de esta zona. Además, por supuesto, de obtener recursos para su seguridad”, acota Peña.

Desde hace décadas, los originarios nativos de la zona, el pueblo ese’ejja, también pugnaron, sin resultados, por que el Gobierno les permita una cogestión de la reserva. La lucha de los Tambopatas ha evitado que el ingreso de la minería sea mayor y envía, además, un mensaje fuerte: es posible vivir respetando y defendiendo los bosques.

Si incidimos en la seguridad de los Tambopatas, es porque Madre de Dios es un departamento que, según datos del 2017 del Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público, ostenta la tasa más alta de homicidios al año en todo el Perú, con 46,6 por cada 100 mil habitantes, más del triple que Lima, con 14 por cada 100 mil. En febrero del 2017, la Policía descubrió el ‘quemadero’, una pira ardiente de cadáveres y huesos, fosa común de la minería ilegal, donde eran incinerados trabajadores informales estafados o asaltados, víctimas de los sicarios que trabajan para estas poderosas mafias –varios de ellos ex policías o ex militares–, que no solo son responsables de la deforestación de la selva, sino de la del alma: esclavitud, prostitución infantil y lavado de dinero son otras plagas que azotan la zona. “Nosotros actuamos en ese escenario completamente desfavorable y lleno de obstáculos”, nos dice Víctor Zambrano. “En la misma zona liberada todavía existen remanentes muy fuertes de los mineros ilegales. Los ‘duros’, como los llamamos nosotros, que son los que manejan el tema económico, amenazan y se resisten a retirarse. El panorama es esperanzador, pero todavía no podemos cantar victoria”.

En febrero de este año, el presidente Martín Vizcarra oficializó la declaratoria de emergencia de los distritos de Tambopata, Inambari, Las Piedras y Laberinto, con el inicio de la llamada ‘Operación Mercurio’, que incluyó a 1.200 policías y 300 militares. Gracias a esa decisión, solo permanece allí un 20% de los más de 40 mil mineros ilegales que depredaban los bosques en La Pampa, actividad que se desbordó bajo el periodo del anterior gobernador regional (periodo 2015-2018), Luis Otsuka, ex dirigente de mineros informales.

“Ya estamos viendo el amanecer de distinta manera”, nos dice Isabel Yalico. “Estamos viendo que las cosas no se han hecho por gusto, que estamos encaminados. Al apoyarnos, apoyan a todo Tambopata”. //

Cómo ayudar:
- Puedes comprar polos y gorras en: www.tambopatas.org
- También se pueden realizar donaciones directas a través de Tunki y Yape, al teléfono 986134873, a nombre de Víctor Zambrano, o a través de la web www.tambopatas.org.

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