Botica
Botica
Oscar García

El concepto de botica fue mutando de significado con los siglos, conforme el campo de la medicina humana se iba haciendo más metódico y científico. Se ha usado esa palabra para designar muchas cosas en el pasado, desde dispensarios (la palabra viene del griego apotheke, que significa ‘almacén’) hasta hoy, que ha sido usurpada por un grupo político para discusiones de pobre nivel retórico. Las boticas de antaño no se usaban para ‘chancar’, ‘joder’ o ‘deslegitimar’ a nadie, sino con el fin más altruista de buscar la salud con los incipientes conocimientos que se tenían a la mano.

Los primeros boticarios conocidos por ese nombre llegaron al Perú con los españoles. Entonces practicaban una profesión más cercana a las pócimas supersticiosas de la Edad Media que a la medicina moderna. Esta se potenciaría con los conocimientos en herbolería nativa que se tenía en ‘las Indias’. Con el tiempo, sus conocimientos empíricos fueron sistematizándose hasta que, en 1737, el rey Felipe V aprueba los estatutos del Colegio de Profesores Boticarios de Madrid. Para ejercer esta disciplina en el virreinato había que tener un permiso especial que no siempre se respetaba.

Con la independencia empezaron a aparecer las boticas modernas, al menos como se las conoció hasta el siglo XX. Eran establecimientos de propiedad de un boticario o de un farmacéutico (en el último caso, les ponían de nombre farmacias) en donde se preparaban los remedios, pomadas dermatológicas, mejunjes y cremas que recetaba un doctor calificado. Los locales eran amplios y destacaban por sus muebles de madera fina y estantes que rebosaban de frascos con compuestos químicos, materia prima de las medicinas de la época. En 1824, un farmacéutico francés de apellido Dupreyrón abrió en la cuarta cuadra del Jirón de la Unión (ex Mercaderes) la Antigua Botica Francesa, un lugar donde acudían las clases altas no solo a encargar sus medicamentos específicos, sino a disfrutar bocadillos y helados, pues era una fuente de soda. En 1838 se funda también la Antigua Botica Inglesa, que hasta ahora subsiste con ese nombre y con sus estantes repletos de frascos, en su local de la cuadra 3 del jirón Cailloma.

Una investigación gráfica de Vladimir Velásquez, director del proyecto cultural Lima Antigua, nos permite conocer cómo eran estos establecimientos. Él posee fotos de, entre otros lugares, la Bótica Alemana, que quedaba en la misma plaza Bolognesi. Cerca de la Plaza Italia estaba la Farmacia Catalana y las Boticas El Inca, en el cruce de Jirón de la Unión con Ucayali. Toda esa cultura de mandar a preparar los medicamentos fue quedando olvidada cuando los productos químicos farmacéuticos se fueron industrializando.

Había una cierta mística en las farmacias de antaño, cuyos propietarios veían la profesión como un apostolado y eran considerados entre los mejores vecinos del barrio. Como recuerda Juan Parreño, docente de la carrera de Farmacia y Bioquímica en la Universidad Norbert Wiener y del Instituto Carrión, por ley las farmacias debían estar separadas entre sí en un radio de 600 metros. “Antiguamente los turnos ‘de guardia’ eran de una semana entera, en la que los farmacéuticos no podían dejar de atender nunca en ese tiempo. Después eso cambió a turnos de 24 horas. Hoy no hay nada de eso”. Desde las últimas décadas del siglo XX, las farmacias se distinguen de las actuales boticas, pues las primeras son de propiedad de un químico farmacéutico y las segundas no. En el primer gobierno de Fujimori, recuerda Parreño, se dieron algunas leyes que desregularon este campo. Es así como llegamos al panorama actual, en donde uno puede encontrar hasta tres farmacias o boticas que pelean en una misma cuadra y en donde hay cadenas de boticas comerciales que han ido despersonalizando un poco lo que fuera una atenta tradición muy querida por todos. //

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