Todos los días, a las 9 de la mañana, Rafo León entra a su taller, en una vieja casona miraflorina. Se queda allí todo el día, buscando su propio lenguaje, batallando con lo desconocido: el color, siendo él daltónico. Un día de marzo del 2021 lo invade una sensación incómoda. Piensa: “la maldita depresión”, que ahí está siempre. Los siguientes días no puede salir de la cama, agotado hasta el extremo. Casi un año después de haber salido de UCI, y de un proceso largo de rehabilitación física y respiratoria, da fe de que ese cansancio es el síntoma del Covid-19 al que más atención hay que poner.
Ahora es hipertenso y se mide la presión tres veces al día. Todavía hace religiosamente los ejercicios de su terapia y aún siente terror cuando el aparato de la saturación marca menos de 90. Hay días en que baja –y no son las pilas- y al día siguiente se siente fenomenal. “Lo más preocupante era, y sigue siendo, que como no se sabe nada de esta enfermedad rarísima, todo es solo por hoy. Esa incertidumbre vamos a tener que sobrellevarla. Está instalada, como muchas en el mundo, pero esta no es existencial”. Su obsesiva rutina tiene otra razón: el miedo a un derrame cerebral. “Si te mueres, ya vaya y pase, pero quedarte así, no”.
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RAFO LEÓN CONVERSA CON SOMOS
—¿Haber estado cerca de la muerte te cambia como persona, te hace mejor, o más vulnerable?
Los médicos hablaban con mi familia: “hoy se va”. Yo estaba brutalmente drogado. Cuando he regresado a mi casa, Pilar, Adriana y Bernardo me contaron todo y me sentí profundamente agradecido. Ellos tres fueron un equipo. Eso ha contribuido a unirnos muchos más. Mis nietos preguntaban mucho, les fascina esto de mis delirios.
—¿Las alucinaciones fueron una respuesta de tu organismo?
No tengo memoria alguna de dos meses. Todo lo reemplacé por una secuencia de delirios, que vivía como si fueran realidad pura. Al volver a la realidad, he tenido que contrastarla. Hablar con Pilar, preguntarle cosas. Ella me miraba: “qué hablas, cojudo”. Ahí me di cuenta de que algo pasaba.
—Pero tu cuerpo estaba con los químicos…
Ya no. La experiencia de mis delirios era surreal pero era absolutamente real. Es muy fuerte y tiene implicancias hasta políticas. Uno de estos delirios me llevó de la clínica San Felipe a una clínica que Vladimiro Montesinos había puesto en una playa para atender a marinos chilenos enfermos de Covid. Charo, mi doctora, estaba y no estaba. En la realidad me decía: “ya, tranquilo”. Y en el delirio: “ya, tranquilo”.
—¿Cuánto dura un delirio?
¿Cuánto dura un sueño? Es imposible manejarte en el lenguaje del inconsciente.
LA POLÍTICA DELIRANTE
—¿El 2022 servirá para curarnos del 2021, o lo que viene será peor y toca ‘apechugar’?
Hay varias respuestas. Por un lado tenemos a quienes defienden el statu quo: nadie quiere perder su chamba. Por el otro, hay una especie de institucionalidad silvestre, que a contramano de todo, defendemos. Hay una intuición, un olfato diferente. ¿Qué pasa en la región, con los Bukele, Ortega, AMLO, Morales en su momento, Bolsonaro? Todos se han montado sobre la idea de ‘salvar’ a la población de algo, del comunismo por un lado, de la amenaza del imperialismo, por el otro. En cambio, Castillo no puede.
—No llega, no le alcanza.
Castillo no puede salvar ni a su gato. Pero por alguna razón hemos puesto a un sujeto al que estamos de alguna forma controlando, tengo esa impresión. No ha hecho ninguna de las cosas que la derecha se moría de miedo que hiciera (lo de la ‘reforma agraria’ es una tontería). Todo su discurso es para asustar, cargado de simbolismo.
—La retórica del ‘escogido’, del maestro que por fin…
El ‘elegido’. Es el maestro al que después de 200 años le ha llegado su momento. Hay algo interesante que ver en el triunfo de Boric en Chile: es el triunfo de los jóvenes en la calle. No es un triunfo sindical, y Castillo equivocadamente está jugando al sindicalismo y habla de clase obrera en un país donde el 80% es informal. A mí a veces me dicen: “cómo te has vuelto un derechista”.
—¿Qué respondes a eso?
Yo no sé si me he vuelto un derechista, pero este gobierno no es de izquierda. Es el gobierno más conservador que te puedas imaginar. ¿Cuál es nuestro statu quo como país? La informalidad, la ilegalidad. La defensa de ese estado de las cosas es absolutamente conservadora.
—¿Qué es lo que veías en tus viajes que ahora observas en nuestros dirigentes?
Yo creo que Castillo y su gente gobiernan como se maneja un municipio grande o un gobierno regional. Con metas muy chicas, sin ninguna planificación, disponiendo de la plata como creen que pueden hacerlo, con mucho compadrazgo, muy machistas. Es como jugar al gobiernito regional.
—Me has dicho: ahora es cuando la casta política nos representa, más que nunca.
Así es. Por décadas, toda la intelectualidad se ha llenado la boca diciendo: no tenemos gobiernos representativos. Bueno: lo tenemos, más que nunca. Pedro Castillo es la reencarnación de una actitud peruanísima: ganar tiempo. ¿Qué va a pasar después? No importa. Este es el gobierno de ganar tiempo, aunque no lo lleve a ningún lado.
LOS “MONSTRUITOS” QUE NOS REPRESENTAN
Estamos en el taller de alguien que pinta, pero que prefiere no ser llamado ‘artista plástico’. Aclara que está aprendiendo (algunos de sus maestros han sido Salvador Velarde, Polanco, Gino Ceccarelli, Bernardo Barreto) y que no hay aún un lenguaje que lo identifique. “Aspiro a eso, ojalá”.
—¿No te consideras un artista plástico?
Es que yo no tengo escuela, y hace falta. Gino me hizo romper con mis propios miedos, y con Bernardo estoy haciendo el camino contrario: dentro de lo posible, aprender a dibujar.
—¿Por qué aprender a dibujar y no a pintar?
Ahí entra el tema de mi daltonismo. De chico dibujaba decorosamente. Pero la pintura era según mi criterio, por eso me jalaban. Cristina Gálvez un día me dijo: “no intentes reprimir eso, más bien sácale provecho y conseguirás tu propia clave cromática. Eso es un privilegio”.
—No te frustró esa condición…
Mi padre, que en algunas cosas era tan represivo y en otras, tan genial, trabajaba como gerente de la imprenta del colegio Leoncio Prado. Me mandó a hacer un tremendo álbum de tapas duras. Me dijo: “colecciona pintura. No por gusto te llamas Rafael”. Así aprendí desde muy joven el estilo románico, Giotto, el renacimiento. A los once años ya conocía a los impresionistas. Más allá ya no entendía nada, hasta ahora. Es duro este camino.
—¿Uno pinta autobiográficamente?
Claro que sí. A mi abuela Elena (de la Fuente) la he pintado de mil formas. Fue para mí una figura muy importante en mi infancia. A veces destapas cosas no tan amables, sino monstruosas. Al comienzo hacía mucha sátira, casi caricaturesco. Pero yo quería aprender.
—Haz ido boceteando personajillos deformes de nuestra política. No necesitan nombres, son uno y son todos…
Exacto. Yo no sé hacer caricatura. Estos son monstruitos en sí mismos. Tienes a un ‘Puka’, Guido Bellido, que es un cínico, una persona de mala entraña. Su misión en esta vida es desbaratar, destruir y crear caos. Ha emputecido el quechua, por ejemplo. En lugar de ser una herramienta de unidad, la ha convertido en una herramienta de discriminación. Pero también tienes a una Karelim López, con unas redes de poder increíbles.
—Has conocido palmo a palmo este país. ¿Los Bellidos, las Karelim son el Perú profundo?
Son en parte el Perú. Lo del postor de una licitación enorme que va, conversa y a los dos días gana, es pan de cada día al interior del país. El periodismo regional que tanto reivindica a Castillo. Se sabe que muchas radios regionales, no todas, viven de la extorsión o de recibir dinero del gobierno regional para no maletearlo. Toda la bronca de Castillo contra los medios nacionales es en favor de esos medios regionales. Eso sí lo tiene claro.
—¿Qué encontramos si le sacamos el sombrero a Castillo?
Confusión, soledad, me lo imagino flotando en esas habitaciones de Palacio, sin entender mucho. La incertidumbre por el virus, y por Castillo, van a ser permanentes.
—¿Hay un Perú disfuncional y otro que tiene las respuestas a todo, en su pasado?
Eso nos lleva a un asunto complicado: el conflicto ancestral entre lo tradicional y lo moderno. Hay un tal Andrés Ancca que se para todos los días en la plaza San Martín. Tiene un discurso entre senderista y reservista, pero bien articulado. Ahí se está gestando algo y nadie le está dando importancia. ¿Quién acude a felicitarlo? Bermejo. Vuelvo a mis viajes. Desde hace mucho tiempo que veo las plazas grandes de las ciudades del sur a los reservistas. ¿Qué hay en su discurso antaurista? Una total xenofobia, contra Chile, sobre todo. Como la de Castillo, queriendo llevar a 41 venezolanos de vuelta a su país. La xenofobia no tiene pierde, en cualquier lado.
—¿El problema es Castillo o el discurso?
Yo nunca le creí el cuento de que era el maestro rural que le daba de comer a las gallinas y que iba a la escuelita… eso no existe. Chota es un centro de producción de amapola, de látex. Pero si tú impones en Chota la dicotomía entre modernidad y tradición, es la mejor manera de no entender nada.
—Es humo que te vende tradición.
Mientras tanto, la modernidad a la manera informal e ilegal, crece, y es la que da plata. Con personajes que han salido de las cavernas para agarrar contratos, cargos, hampones ahora convertidos en asesores. Soy injusto al no mencionar a la horrorosa derecha que tenemos. El discurso de la derecha es el de las señoras y los muchachos fachistones que siguen calentando las redes diciendo que hubo fraude. La derecha no sabe dónde está parada.
—Así las cosas, ¿nos va a dar un poco igual quien resulte elegido gobernante de Lima?
A mí me dará igual, honestamente, pero a un sector muy grande le va a hacer sentir aliviado una persona de mano dura. Y ahí se juntan otra vez, la extrema derecha con el lumpen proletario antaurista.
—¿Cuándo hiciste tu último viaje largo por el Perú? ¿Hallaste algo que te diera esperanza?
Viajé a Huarmey, un valle pequeñito, casi de paso. Allí está el origen de la domesticación del maíz. En el pasado, las mujeres wari gobernaban y hasta el día de hoy tienen una presencia extraordinaria. Es una cultura viva, permanente. No se arrastra del pasado. Está ahora.
—¿Conoces a gente antivacuna? ¿Qué le dirías?
Lo preocupante es que se están organizando en el Perú. Tendría que contar lo de mis delirios en un podcast, para ayudar a ilustrar el extremo al que puede llegar esta enfermedad. Y también como una manera de decirle a la gente: si no quieres caer en este rango de locura, vacúnate, imbécil. Puede que no regreses.
El lápiz era esto
Sobre la mesa de Rafo León descansa un bock con cartulinas blancas, en el que perfila, a modo break vespertino, a algunos amorfos y, al mismo tiempo, reconocibles personajes del poder.
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