(Foto:Archivo)
Figuera
Miguel Villegas

Parado delante de los camarógrafos, como si la vida algo le debiera, con un pie detrás y la mirada alerta y lista para la pelea, el muchacho venezolano se mete al túnel de dónde muy posiblemente no saldrá nunca más. Ha venido a un país que no es el suyo y, gracias a sus oficios, ya es noticia. Mala noticia. De lejos, en alguna calle de Independencia, la zona donde vagaba sinuoso y elegía sus fechorías, no hacía caso si alguien le gritaba por su nombre, Edison Agustín Barrera. Hace años, el día en que con 14 años asesinó al delincuente que mató a su hermano, dejó de ser ese muchacho venezolano de ralos bigotitos. Ahora voltea cuando lo llaman "Catire". Ahora sonríe cuando le dicen que, de todos los Malditos del Tren de Aragua, esa banda de sicarios que posa en FB con armas como si fueran chupetines, él es el más maldito.

Parado delante de los camarógrafos, como si la vida algo le debiera, con un pie detrás y la mirada alerta y lista para la pelea, el muchacho venezolano se mete al túnel de dónde muy posiblemente no saldrá nunca más. Ha venido a un país que no es el suyo y, gracias a sus oficios, ya es noticia. Buena noticia. De lejos, un niño de 40 años que tiene su misma camiseta le grita, desde occidente: ¡dale venezolano, carajo! y él, Arquímedes Figuera escucha y levanta el puño, con esas pocas fuerzas que le quedan a alguien que ha corrido 90 minutos y monedas en un clásico picante ante el último campeón peruano. Qué digo corriendo: escapándose de la mala suerte de un equipo como la ‘U’ que, aunque su pasado habla de vitrinas llenas, ahora busca –tamaña ironía- no ganar nunca el ominoso título de campeón de la Segunda División. Escapando pero no huyendo. Poniendo el pecho.

Los dos son venezolanos, los dos son noticia y los dos han polarizado la semana de un país que acepta, cada vez con mayor comodidad, que le roben, que lo insulten, que lo asesinen.

Si Universitario fuera una jugada, no sería una huacha o una pared. Y si fuera un jugador -con el perdón de Chale, Leguía o Martínez; de tantos otros- tendría que ser uno que se tira de cara al minuto 90 y exprime la camiseta como si estuviera en una lavandería. En ese rubro, extraño para un medio que celebra los taquitos, cuando llega a la 'U' un futbolista así, se gana rápido el respeto de la gente. Se lo imita, se le sigue, se le espera. Es automático. Venga de la China, de Uruguay o de Venezuela, como Arquímedes Figuera.

En un país como el Perú, que también es un país de venezolanos, que tan bien ha entendido a los venezolanos, es un orgullo que justo él tenga partidos como el del sábado por la noche. Que sea Figuera el hombre que se vaya aplaudido en un estadio lleno de peruanos y, quién sabe, miles con sus mismas preocupaciones, sus mismos miedos, su misma nostalgia por el barrio que dejó y que quizá, ya no existe. Arquímedes Figuera se llama, futbolista, seleccionado, competitivo, venezolano. Acaso, su mejor ejemplo.

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