A Miguel Iza no le gustan las entrevistas. Eso se sabe. Mientras lo maquillan para la portada, empieza a conversar con Somos sobre su último trabajo en el cine. Arranca alargando las palabras como si le diera pereza. Le agradecemos por el tiempo y bromea –o no– diciendo que lo han obligado. El actor, uno de los más renombrados de las tablas en el Perú, tigre de tigres, bravo de bravos, va saliendo de la modorra y empieza a animarse cuando profundiza en la construcción del protagónico que tiene en Caiga quien caiga (Amaranta Films), a estrenarse el 23 de agosto. Será Vladimiro Montesinos. O, al menos, la versión que ha creado sobre él.
La cinta, dirigida por Eduardo Guillot, está basada en el libro del mismo nombre escrito por el ex procurador anticorrupción José Ugaz y aborda la captura y caída de uno de los hombres más oscuros de nuestra historia reciente. Da cuenta, pues, de la lucha constante entre quienes buscan el control del Estado con fines delictivos y quienes, en solitario, tratan de seguir creyendo en la justicia y la legalidad de un país secuestrado. Cualquier parecido con lo que esté ocurriendo hoy es –o no– pura coincidencia.
Más relajado ya, Iza (50) se planta también frente a la cámara. No va con terno ni tiene una raya al costado del pelo como el arequipeño. Pero sí lleva base. Y lentes dorados. Le piden que entre en personaje. La toma es solo de su rostro. Lo hace y a uno se le eriza de golpe la piel. Tigre de tigres. Bravo de bravos.
- Tu primer pensamiento cuando te ofrecieron el papel fue…
Qué divertido… Montesinos es uno de los pocos malos contemporáneos que se pueden hacer, podría considerársele hasta un clásico. Me refiero al personaje, más allá de la persona o el delincuente. Lo es tanto como un Ricardo III o un Drácula.
- ¿Hiciste una investigación del personaje?
Él forma ya parte del imaginario. No hay mucho que estudiar sobre Vladimiro porque, más allá de la historia real o fidedigna, es interesante la imagen que la gente tiene de él. Yo he recurrido a mi propio imaginario, también. De hecho, lo que me gustó de la propuesta de Eduardo Guillot [el director] es que no era su intención hacer una imitación. Así es más paja.
- ¿ Y basarse en esa imagen colectiva le añadió mayor presión al trabajo?
Al contrario, era mucho más ligero. Porque lo que íbamos a crear no era una copia de Montesinos, sino algo que nos gustara a todos. Eduardo me propuso agarrar dos o tres características y desarrollarlas, magnificarlas. Y así fue.
- ¿Te sorprendió algún pasaje del libro de José Ugaz en que se basa el filme?
No. Hay anécdotas que Ugaz me ha contado, que no recuerdo que hayan estado en el libro. Esas cosas me impresionaban más. Luego, hablando con Lucho Jochamowitz, quien lo ha investigado mucho porque tiene un libro que lo perfila, imaginábamos cómo era. Dice, por ejemplo, que ese tipo se dedicaba a trabajar todo el día, delincuencialmente seguro, pero todo el día. Y hablábamos acerca de la gran imaginación que debía tener para contar con una visión global del país o de la región. Él me decía: “¿Tú te imaginas crear un mundo así cada día?”.
Casi como el trabajo del actor…
Exacto. Yo le decía: “Bueno, mi trabajo se parece mucho a eso”. Los momentos en los que más chambeo son aquellos en los que estoy imaginando, creando. Entonces me resulta interesante pensar el personaje como un incansable creador. La cantidad de energía que hay que emplear para crear un sistema que perduró once años y quién sabe si seguirá perdurando. Algo similar pasó cuando construimos Ricardo III en La Plaza. Más que buscar datos reales sobre este rey inglés, lo interesante era el imaginario que teníamos de un tipo como este. Además, también fue paja buscarle el lado totalmente opuesto al arquetipo. Su lado ‘bueno’; es decir, sus debilidades. Si una persona es muy buena, también hay que buscarle su lado malo. Porque si no, es aburrida.
- ¿Qué debilidad hallaste en el personaje de Montesinos?
Sufría con la traición y el abandono. No se sentía contenido, apoyado, valioso.
- En 35 años de carrera has interpretado varios villanos. ¿Por qué?Porque hacer de malos ‘buenos’ siempre es más divertido. Esos personajes son mucho más redondos. El Drácula de la novela, por ejemplo, es un malo ‘chato’, no logrado. Es unidimensional. En el cine se ha hecho de él un personaje más rico. Otra cosa es hablar de Macbeth, de Ricardo III. Ellos te suponen el encuentro con una riqueza en cuanto posibilidades de interpretación.
- Hay actores que cuentan que les ha sido complicado ‘sacudirse’ del villano una vez acabado el trabajo. ¿Te pasa?
No. Lo que pasa es que al trabajar siempre se debe ser uno mismo. Al menos yo concibo así la actuación, siendo siempre uno mismo. Agregándole, claro, algunas características que hacen que se vea diferente. Puede pasar que uno se vuelva o más sonso o más intolerante o más dulce, porque estás trabajando ese lado de ti, ¿no? Pero como yo siempre soy renegón, no hay ninguna diferencia [ríe].
- Has dicho en el pasado que cuando hacías Macbeth o Ricardo III pensabas en Montesinos. ¿Ahora es al revés?
En Ricardo III trabajamos mucho la carencia de la mamá. Eso no se veía en la obra, pero así lo planteamos como fondo. Su lado débil era que su mamá no lo quería. Para mí, acercarse a la debilidad de Montesinos tenía que ver con una carencia de base. En la película se hace referencia a su padre, no se desarrolla, pero ahí la identificamos nosotros para trabajar. Eso a mí me pareció muy interesante. Esa carencia hace que de grande necesites sobresalir para ganar el reconocimiento que no tuviste de niño. Ese es el rollo que llevé de Ricardo III a Vladimiro. Como te digo, eso no se ve en la película. Generalmente, los actores usamos cosas que no se van a ver. Me sirven a mí para tener un referente de cómo se pone nervioso, cómo se altera, qué lo hace fuerte o qué lo empodera. El público al final no sabe, aunque siempre hay uno que en el público se da cuenta [ríe]. No falla, siempre hay uno. Es divertido.
- Hablando de la persona y no del personaje, ¿Montesinos fue indispensable para la existencia de Fujimori?
Fujimori fue una invención de los apristas, básicamente. Ahora, bien difícil que perdurara en el poder sin Montesinos. Yo creo que todo esto ha sido armado por él. Nosotros, simples mortales, jamás sabremos la historia real, por eso he preferido hablar más de personajes que de personas.
- ¿Qué es lo que te apasiona más del proceso de construcción del personaje?
Todo [ríe]. Depende mucho del personaje, de la obra, del montaje, de los técnicos. Para cada obra hay que inventarse un sistema de trabajo. En esta película, como nunca, el asunto ha sido técnico. Y eso es lo que me atrajo de ella. Tomamos esos tres elementos de caracterización de los que te hablaba. De pronto cómo habla, cómo mira, los lentes, la corbata, los gemelos que usaba mucho. Los detalles sumados arman el personaje. No es que lo defines previamente. A veces es consecuencia de la camisa que no te quedaba bien. De la panza que nunca funcionó. Recuerdo que probamos dos o tres panzas y a nadie le gustó. Con las chicas de vestuario juntamos un pedazo de esto, un pedazo de lo otro y con vendas y, puta, funcionaba mejor que todo lo que habían llevado. Y eso nos sirvió. A mí me generaba cierta incomodidad que me servía. Era como que el tipo estaba sometido de alguna manera a una tortura. Funcionaba. Con la panza perfecta tal vez no habría sido igual.
- ¿Por qué no hubo una panza real?
Primero porque no hubo tiempo. Estos proyectos salen rápido y hay que hacerlos. Si tuvieras un año de preparación, me la pienso y digo, en un año claro, subo. Aunque yo nunca he podido subir de peso por más tragón que sea. Lo más que he pesado ha sido 78 kilos…
- ¿Y cuánto mides?
1,78 m… Siempre he sido flaco reflaco. Ahora estoy gordo comparado con lo que era.