Cruchaga no pudo tomarse ninguna foto con Juan Pablo II, pero desde el Vaticano el Papa le hizo llegar esta imagen a manera de agradecimiento.
Cruchaga no pudo tomarse ninguna foto con Juan Pablo II, pero desde el Vaticano el Papa le hizo llegar esta imagen a manera de agradecimiento.
Ana Núñez

La mañana del 2 de febrero de 1985, en algún punto del cielo peruano entre Lima y Arequipa, el papa Juan Pablo II –a bordo de un avión de la extinta AeroPerú– mandó llamar al arquitecto Miguel Cruchaga. Comenzaba el segundo día de su visita a nuestro país y una fuerte gripe amenazaba con tumbarlo. “Arquitecto –le dijo–, por lo que he visto hasta ahora es una persona precavida. ¿Entre las precauciones que ha tomado se le ha ocurrido que al Papa le puede dar un resfriado?”.

Miguel Cruchaga, 45 años, cabello completamente negro y coordinador de la comisión que preparó la primera visita del polaco Karol Wojtyla al Perú, se topaba inesperadamente con el lado más humana de uno de los papas más carismáticos que ha tenido el mundo católico. Debajo de la impactante y blanquísima túnica del pontífice había una persona como cualquiera de nosotros. Y no había doctor a bordo.

“Me acordé de que cada vez que viajaba, mi esposa me echaba un puñado de pastillas para el dolor y cosas así en el bolsillo interno del saco, así que lo revisé y ahí encontré un Desenfriolito. El Papa se lo tomó”, recuerda más de 32 años después Cruchaga, ya con el cabello despintado.

“USTED ME CORRIJAS”
Cruchaga prácticamente ha inventariado cada una de las anécdotas de aquellos cinco días de vivencias junto a uno de los hombres más influyentes de la historia. Se ha preocupado de no olvidar las frases exactas del polaco que fue Papa por casi 27 años. Hasta las pronunciaciones de Juan Pablo II las recuerda con claridad.

Por ejemplo, no olvida el día que le tocó a Juan Pablo II visitar Cusco. Lo mandó a llamar apenas habían alzado vuelo y le preguntó si alguno de sus hombres sabía hablar quechua de Cusco. El Santo Padre tenía entre manos un papel con una frase que debía leer ante los cusqueños, pero no tenía idea de cómo pronunciarla. Por suerte –¿o acción divina?–, uno de los policías designados a Cruchaga sabía hablar quechua.

“El Papa leyó ante el policía el papel y este, emocionado, le dijo: ‘Muy bien, Su Santidad, lo ha hecho perfecto’. A lo que Juan Pablo le responde: ‘No puedo estar perfecto, yo soy polaco y no hablo quechua; usted me corrijas’. Así hablaba el Papa: ‘usted me corrijas’”, recuerda y ríe el arquitecto.

La mejor anécdota personal de Cruchaga, sin embargo, tiene que ver con la partida del hoy santo polaco. Después de sus presentaciones en Lima, Arequipa, Cusco, Ayacucho, Piura y Trujillo, Juan Pablo II debía pasar por Iquitos, ciudad en la que lanza su histórica frase “el Papa se siente charapa”. Así que para evitar el regreso del pontífice a la capital, se decidió que el avión presidencial lo lleve desde la selva peruana hasta Puerto España (Trinidad y Tobago). Cruchaga participó incluso en las actividades en esa pequeña isla. “Poco antes de despedirme, me acerqué al Papa y él me preguntó qué me había parecido su visita en Puerto España. Yo le respondí que muy bonito, pero él me dijo: nada como Perú”.

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