"Reino sin reyes", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
"Reino sin reyes", por Renato Cisneros. (Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

Queridos Reyes Magos. A pesar de llevar décadas viviendo a la sombra del hegemónico Niño Jesús; de haber sido eclipsados por el protagonismo contemporáneo de Papá Noel; de ser reducidos a la condición de elementos decorativos de todo nacimiento navideño; y de ser ignorados por la mayoría de esta urbe denominada justamente ‘Ciudad de los Reyes’ en honor a ustedes, a pesar de todo eso, me siento a escribirles este 6 de enero –su fecha fundacional– como una forma de devolverles importancia.

Es que según las crónicas, Reyes, hasta la mitad del siglo XIX ustedes eran en el Perú, en especial en Lima, los patronos emblemáticos de las Navidades, actores estelares de las fiestas de fin de año. Se cuenta que había carreras en su nombre; una de ellas, la más esperada, la célebre Bajada de Reyes, suponía un espectáculo donde el Rey Blanco, el Rey Negro y el Rey Indio cabalgaban por las calles principales ganándose la ovación de los transeúntes. En las casas, los niños esperaban los regalos no en la Nochebuena del 24 de diciembre, sino en la mañana del 6 de enero. Y no los traía Santa en un trineo jalado por renos, los traían los reyes sobre sus camellos. Y no se dejaban al pie de un árbol invernal, sino al interior de medias y zapatos.  

Pero, claro, eran otros tiempos. A raíz del triunfo peruano contra la armada española en el combate del 2 de mayo de 1866, el presidente de turno, como una forma de subrayar la independencia, mandó confiscar los inmuebles de los residentes peninsulares que se negaban a adoptar la nacionalidad peruana y ordenó dejar de celebrar las fiestas españolas, no las católicas, pero sí las monárquicas. En su muy bien documentado Descubrimiento de España, el escritor Fernando Iwasaki cuenta eso y comenta que, “en medio de tanta fiesta regia, algún despistado confundió el Día de Reyes con el Día de los Reyes”. Así, pues, como triste consecuencia de un vulgar malentendido, la Bajada de Reyes quedó desactivada y nadie volvió a festejar con el mismo entusiasmo a los magos de Oriente que, según el relato bíblico, llegaron a Belén siguiendo una estrella, con un cargamento de oro, incienso y mirra, para adorar al hijo de Dios. En adelante, los únicos ‘reyes’ que se harían visibles en esta comarca serían medianos empresarios, cuya rampante prosperidad económica producto del cultivo de productos de primera necesidad les permitió construir emporios comerciales y forjar dinastías alrededor del negocio. De esa estirpe surgieron, por ejemplo, el Rey de la Papa, el Rey del Pollo, la Reina de la Cebolla y ya después, en otros rubros, el Rey del Cierre y hasta los Reyes de la Cumbia y el Folklore.

Hoy, como toda práctica conmemorativa a los Reyes Magos, seguro veremos, como cada año, a tres tristes funcionarios públicos disfrazarse con atuendos colorinches, montarse en jamelgos aburridos y dejar regalos de utilería en el interior del Municipio de Lima. Más que eso, poco o nada. En este Perú sobrepoblado de ladrones y corruptos, ya ni siquiera los nombres de los magos se respetan. De ahí que hace poco surgiera en redes sociales la versión corrompida de Melchor, Gaspar y Baltasar, rebautizados Malhechor, Gastar y Va-a-asaltar, los Tres Reyes Vagos.

Pero esta no es una crónica de cómo los Reyes cayeron en desgracia, sino una petición escrita para que –por su intermedio– regrese la calma al país en estos días en que ni la inminente presencia del papa Francisco ni el advenimiento de Rusia 2018 ni la vaga promesa de la reconciliación parecen remedios suficientes para descomprimir las tensiones políticas y sociales provocadas en el último tramo del año anterior.

Queridos Reyes Magos, hagan magia. Que en este reino sin reyes se imponga algún reinado. Que alguien mande. Que alguien ordene la casa. Que alguien sea capaz de decirnos que este barco, aunque se hunda, lo hará con un capitán al frente. 

Esta columna fue publicada el 06 de enero del 2018 en la revista Somos.

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