DAN SNOW
BBC Mundo
Para el siglo XIX ya muchos pobladores se habían establecido en buena parte de Estados Unidos. Sin embargo, en el lejano oeste la historia era distinta. Gran parte de ese territorio seguía siendo un misterio… hasta que llegó John Wesley Powell.
Decidido a cambiar esa realidad, este hombre se encargó de dirigir una expedición a lo largo del “intransitable” río Colorado para adentrarse al entonces inexplorado Gran Cañón.
Corría mayo de 1869. En ese entonces diez hombres en cuatro embarcaciones cargadas hasta la borda con alimentos y equipamiento científico, iniciaron el camino desde Río Verde, en el territorio estadounidense de Wyoming.
La corriente los llevó rápidamente hacia el sur.
Fue el comienzo de uno de los viajes de exploración más grandes en la historia de Estados Unidos. Una aventura que le debe todo a la energía, la ambición y la enorme curiosidad de este veterano de la Guerra Civil de Estados Unidos.
Su objetivo era llenar ese gran espacio en blanco, un área del tamaño de un país europeo mediano y que continúa dominando el mapa del oeste estadounidense.
A lo largo de ese territorio desconocido se extiende el cañón más asombroso del mundo. Una cicatriz profunda e irregular, aunque de una belleza impresionante, que fue tallada por el río Colorado. Un lugar conocido simplemente como el Gran Cañón.
Hasta entonces ningún hombre había navegado la longitud del río Colorado. Sus enormes cataratas eran consideradas un obstáculo imposible de sortear.
Si bien el resto del país estaba cada vez más colonizado, esta área seguía significando una enorme interrogante.
El equipo tuvo éxito en su misión, pero a un costo terrible.
Tres meses y 1.000 millas (1.600 kilómetros) más tarde, sólo dos embarcaciones con seis supervivientes escuálidos lograron establecer un asentamiento en la desembocadura del río de la Virgen en Nevada.
Las miserias y privaciones que habían experimentado a lo largo de camino habían obligado a cuatro de los hombres a abandonar la expedición, y habían conducido al resto al borde de la locura.
REVIVIR LA AVENTURA
Este verano me puse en camino en barcos exactamente iguales a los usados por Powell, para recrear una buena parte de ese viaje.
Nunca pudimos experimentar el horror que vivieron los hombres de Powell. Para empezar, sabíamos a dónde íbamos.
Powell y sus hombres miraban constantemente al horizonte, concentrados en detectar cualquier signo de que una caudalosa caída de agua estaba a punto de echarlos a la muerte. Salvados de esa amenaza, nosotros lo teníamos fácil.
Powell era un verdadero hijo del siglo XIX.
Se quitó de encima la influencia de su padre, que era un pobre predicador ambulante, inmigrante proveniente de Shrewsbury, Inglaterra.
Sumergido desde pequeño en los libros, la ciencia era su credo. La sed voraz por el conocimiento y el avance lo marcó desde la infancia.
Powell tenía prisa de vivir la vida. Remó por los ríos Ohio, Illinois y Mississippi antes de cumplir los 25 años.
Pero su exploración fue brutalmente interrumpida por la Guerra Civil. Luchando junto a los unionistas, fue testigo de los horrores de la batalla de Shiloh en 1862, donde muchos de los heridos no tuvieron la oportunidad de sobrevivir. Fueron quemados en vida a causa de los incendios que arrasaron la hierba que cubría el campo de batalla.
En la batalla de Shiloh fue herido por una bala de fusil, perdió un brazo y casi se muere. Además, un daño en las terminaciones nerviosas le causaría un gran dolor por el resto de su vida.
Powell inició su expedición tras obsesionarse con el oeste luego de realizar algunos viajes para recolectar fósiles y rocas en veranos anteriores.
UN RÍO SALVAJE
Fue acompañado por una colorida colección de personajes, que iban desde algunos sin ningún tipo de experiencia hasta hombres de montaña endurecidos, y se hizo llamar a sí mismo “el mayor”.
En su diario de viaje y en los relatos hechos luego de concluirlo, ni una sola vez hizo referencia a su discapacidad, la cual nunca lo detuvo para escalar los bordes del cañón en busca de muestras.
Algunos días el río era benigno y el progreso fácil. Otros días el Colorado se mostraba salvaje.
Si bien remar en las grandes extensiones de aguas tranquilas era una tarea agotadora, nada se comparaba con el terror, con la sensación de tener el estómago revuelto y con el esfuerzo físico que significaba ser succionado por las aguas blancas y turbulentas.
La expedición de Powell se encontró con cerca de 500 rápidos importantes. Cualquiera de ellos hubiera podido hacer que una las embarcaciones naufragaran o causar la muerte de algunos de los tripulantes.
En algunos de los rápidos se arriesgó. Los barcos deberían, se dijo, “ir saltando y brincando sobre ellas como las cosas de la vida”.
Otros rápidos eran verdadera trampas mortales: “Las aguas rompen como grandes olas en las rocas, y se azotan a sí mismas transformándose en una loca espuma blanca”.
Uno de sus hombres describió uno de los rápidos como “un infierno perfecto de ondas”.
Hubiera sido una locura tratar de navegar a través de esos rápidos, por lo que salían del río, desempaquetaban todos los suministros y los transportaban de manera precaria a lo largo de la orilla.
Durante mi viaje, nueve de nosotros sufrimos para poder levantar uno de los botes. Trasladarlo unos 400 metros por la orilla nos llevó todo el día. Además, el proceso dejó a la embarcación toda golpeada y raspada, y nuestras piernas y tobillos maltratadas.
En las aguas blancas, es decir, las aguas bravas, los barcos se anegan rápidamente, lo que los hace casi imposible de controlar.
Powell escribió que si el bote “se desvía del curso al montarse en una ola y la ola rompe, el bote se volteará. Entonces debemos aferrarnos a él para que los compartimientos en los que no entra el agua actúen como boyas y no pueda hundirse. Y así seguir, arrastrado por las olas”.
Una vez que se pasaba el rápido y se volvía a las aguas mansas, los hombres exhaustos debían trepar a bordo y comenzar a achicar.
HAMBRE
La expedición de Powell perdió dos de sus barcos. Uno de ellos llevaba un tercio de los alimentos y los suministros restantes.
Y a lo largo del camino siempre estaban recogiendo savia de árboles para ayudar a enmendar los barcos restantes.
A finales de agosto se encontraban en un estado terrible.
En un diario escrito durante el viaje, el soldado George Bradley contó que era “una rutina incesante… de esas que imponen un peso en nuestra fuerza hasta llevarnos al límite”.
Tres meses antes, en el primer día de la expedición, sin pensarlo mucho decidieron deshacerse de unos 225 kilos de tocino para aligerar la carga.
Ahora estaban subsistiendo tan solo con harina mohosa.
Bradley registró en su diario que las pequeñas raciones lo habían “reducido a muy malas condiciones”.
El 28 de agosto, el descontento se transformó en motín. Tres de los hombres decidieron dejar el cañón, prefiriendo los peligros inciertos del desierto a lo que consideraban una muerte segura si se quedaban.
Powell les rogó que se quedaran. “Algunas lágrimas se derramaron”, escribió. “Se trató más bien de una despedida solemne. Cada grupo pensaba que el otro estaba tomando el camino peligroso”.
Trágicamente, esos tres hombres nunca fueron vistos de nuevo, probablemente murieron a manos de los mormones o los nativos americanos.
Al día siguiente, los dos barcos restantes con sus tripulantes muertos de hambre finalmente salieron del cañón.
Su reaparición después de meses de silencio emocionó a una nación que había estado esperando noticias.
EXPLORADOR Y PROFETA
Powell sacó provecho de su nuevo estatus de celebridad. Se convertiría en el director del Servicio Geológico de EE.UU., la Oficina de Etnología y el Instituto Smithsoniano.
Su experiencia en el cañón le enseñó que, en lugar de estar vacío, el cañón fue el hogar de muchas culturas nativas americanas. Fue el comienzo de una fascinación duradera y pasó a liderar otras expediciones.
Había entrado en el Gran Cañón como un pionero, con la esperanza de que podría ser explotado y habitado, pero la experiencia le cambió.
Se dio cuenta de que la presencia de los pueblos indígenas, el paisaje, el agua y los ecosistemas significaba que ese paraje no podía y no debería ser poblado como ocurrió con los estados de oriente del país.
Ahora, mientras los estados del oeste están amenazados por una gran escasez de agua, es posible que John Wesley Powell sea recordado no sólo como un explorador, sino también como un profeta.