Este mes se cumplen dos años del descubrimiento –al menos oficialmente– de los primeros casos de COVID-19 en la ciudad de Wuhan en China. Durante ese tiempo, los países se dividieron –grosso modo– en dos grandes grupos en su modo de controlar la pandemia. Unos siguieron la estrategia del COVID-19 cero; mientras otros, la de la contención y la mitigación. La diferencia entre esas dos no puede ser más evidente.
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Mientras esperaban el desarrollo de vacunas y ejecutaban luego sus campañas de vacunación, los países que usaron las medidas de contención y mitigación (el Perú entre ellos) emplearon una estrategia que combinó, en grado variable, el cierre temporal de sus fronteras, las cuarentenas, el uso obligatorio de mascarillas, la prohibición de eventos que pudieran propiciar el contagio en espacios cerrados y la vigilancia epidemiológica para –en diversos grados de eficiencia– detectar y aislar los casos positivos.
En tanto, los países que usaron la estrategia de COVID-19 cero (entre ellos China, Australia, Nueva Zelanda, Singapur y Taiwán) cerraron completamente sus fronteras, se aislaron del mundo, impusieron cuarentenas obligatorias de 14 días a todos los visitantes y usaron una severa vigilancia epidemiológica, cerrando ciudades completas si se encontraba un solo caso de infección. Eso explica las sorprendentes cifras de 10 o 20 casos diarios de infección en un país con más de mil millones de habitantes como China, o la ausencia de casos y muertes durante días o semanas en Nueva Zelanda.
Un comentario, publicado en abril en “The Lancet”, refiere que, comparado con los países que escogieron la estrategia de contención y mitigación (incluidos EE.UU. y Europa), los que escogieron la estrategia de COVID-19 cero tuvieron tasas de mortalidad per cápita más bajas, cuarentenas más cortas y menos estrictas y una recuperación económica más rápida, condiciones que permitieron que sus habitantes gozaran de una vida relativamente normal.
El asunto es que –como lo declaró a la revista “Science” el epidemiólogo de la Universidad de Hong Kong Ben Cowling– la aparición de la muy contagiosa variante delta, la fatiga pandémica de la población, el daño económico de mantener las fronteras herméticamente cerradas y el advenimiento de las vacunas han hecho que se empiece a cuestionar la vigencia y, sobre todo, la duración de la estrategia del COVID-19 cero. El experto dijo que, en el largo plazo, esta estrategia no es económicamente sostenible y que “los países necesitarán probar diferentes enfoques para encontrar el equilibrio adecuado entre la prevención y el control de infecciones y la normalización de las actividades sociales”.
—Nueva Zelanda y Australia—
Estrictos practicantes de la estrategia COVID-19 cero, ambos países han virado drásticamente su abordaje y han aceptado que eliminar la infección de sus países será una tarea imposible.
Australia, desde que descubrió el primer caso de la variante delta a mediados de junio, en la ciudad de Sidney, está teniendo el número más alto de casos de COVID-19 desde el inicio de la pandemia (2.372, el 10 de octubre). Eso hizo que el 6 de agosto el Gobierno Australiano abandonase definitivamente la estrategia COVID-19 cero y centre su atención en la vacunación masiva de la población, con el objetivo de relajar las medidas cuando alcance una cobertura de vacunación de 70% de la población total (al 30 de octubre está en el 60,1%). El Gobierno ha dicho que cuando lleguen al 80%, la vida podría regresar a lo normal.
“La estrategia del COVID-19 cero no es económicamente sostenible”.
Nueva Zelanda anunció la primera semana de octubre que abandonó su plan de COVID-19 cero, luego de batallar sin éxito, durante siete semanas, contra un brote de la variante delta. Sus autoridades han puesto todas sus esperanzas en la vacunación, la que después de un lento inicio ha llegado al 63,2% de la población total al 30 de octubre.
—El caso de China—
Hasta el momento, China sigue siendo el único país grande en persistir con la política de COVID-19 cero. Mantiene esa posición como un asunto político de orgullo, con sus autoridades afirmando que el éxito en contener el virus es una victoria ideológica y moral sobre Estados Unidos y otras naciones que ya empiezan a considerar el COVID-19 una enfermedad endémica.
Con una estrategia centrada en la masiva vacunación (al 30 de octubre, el 76,3% de su población está completamente vacunada), una agresiva vigilancia epidemiológica, descubriendo casos tempranos y construyendo cercos epidemiológicos de enteras regiones del país y castigando severamente a los funcionarios de salud que no están atentos a la detección de casos y medidas de contención, el Gobierno Chino está logrando mantener su política de COVID-19 cero.
Sin embargo, la muralla podría resquebrajarse. Una nota de Reuters del 30 de octubre informa que Mi Feng, portavoz de la Comisión Nacional de Salud (NHC) de China, ha manifestado que 14 provincias han reportado casos durante las últimas dos semanas y que el brote se está desarrollando tan rápidamente, que la situación de control del virus es ya un asunto grave y complicado. El brote ha expuesto la laxitud mental de algunas autoridades locales, le dijo Wu Liangyou, otro funcionario del NHC, a Reuters.
—Corolario—
Dado el curso de los acontecimientos, es importante reconocer que la política de COVID-19 cero no tiene asidero real y debemos aceptar también que el COVID-19 se está convirtiendo en una enfermedad endémica. Por más doloroso que parezca, debemos reconocer que siempre habrá enfermos y muertes por COVID-19, y cada sociedad deberá decidir el número de casos y muertes que quiere tener.
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