Selma deambula, parpadea con sus largas pestañas y saca su lengua pardusca para engullir una albóndiga que le ofrece un turista embelesado. En su refugio keniano esta jirafa está al abrigo de los peligros a los que se enfrenta su amenazada especie.
Vive en el Giraffe Center de Nairobi, un santuario creado al comienzo de los años 1980 para proteger y garantizar la reproducción de las jirafas de Rothschild, y convertido en una de las principales atracciones turísticas de la capital keniana.
Selma es afortunada: está a salvo. Desde hace unos días, la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN) considera "vulnerable" a la jirafa, icono de África y animal terrestre más alto.
Su población cayó un 40% en 30 años, pasando de 155.000 en 1985 a 97.500 en 2015, según la UICN. Las guerras, la caza furtiva y la reducción de su hábitat explican que la jirafa esté amenazada de extinción.
Tres de las cuatro especies de jirafas existentes se encuentran en África del Este. Una de ellas es la jirafa del Norte, con tres subespecies, entre ellas la nubiana, a la que pertenece desde este año la de Rothschild.
La población de la jirafa nubiana, que vive en Etiopía y Sudán del Sur, ha caído de 20.500 en 1981 a 650 en 2016. La región también perdió el 80% de sus jirafas reticuladas, que se hallan en Kenia, Etiopía y Somalia.
"Somalia es un hábitat importante para la jirafa reticulada. Algunas informaciones indican que sigue habiéndolas pero no estamos seguros y el futuro pinta mal", explica Arthur Muneza, coordinador para África del Este en la Fundación para la preservación de la jirafa.
"Vamos a perder estos animales si estos países no se pacifican y si no son lo suficientemente estables como para favorecer los esfuerzos de preservación", añade.
Somalia, República del Congo, Sudán del Sur y el nordeste de Kenia son escenarios de conflictos.
La violencia no sólo favorece la caza furtiva, sino que casi imposibilita cualquier intento por estudiar las jirafas y protegerlas.
- Fragmentación del hábitat -
"Cuando los hombres armados ven una jirafa caminar cerca de ellos, la consideran una fuente de comida. Con una bala se puede matar un animal de este tamaño y sirve para alimentarse durante semanas", detalla Muneza.
Esto también limita el estudio. "Si los investigadores no se sienten seguros para ir a estos lugares, no documentarán lo que pasa", añade.
Históricamente, la jirafa no ha suscitado mucho interés entre los científicos.
"Las investigaciones a largo plazo comenzaron en 2003 en Namibia", mientras que las de los elefantes se remontan a hace 30 o 40 años, constata Muneza.
Las guerras no son el único problema. La fragmentación del hábitat es otro factor de declive, porque reduce su acceso a la comida y su capacidad reproductiva.
En algunos lugares de Kenia también matan a estos animales por sus huesos, su médula espinal y sus sesos, considerados por algunos como un remedio contra el sida.
"Hay gente que mata a las jirafas únicamente por su cola", por el prestigio, lamenta Muneza.
Según él, el primer país africano en haber desarrollado una estrategia de protección de las jirafas fue Níger al comienzo de los años 1990, logrando hacer pasar la población de 50 a 450 ejemplares. Pero la especie se extinguió en Senegal, Nigeria, Burkina Faso, Guinea, Mali y Mauritania.
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