Durante las últimas semanas hemos visto la enorme cantidad de energía que recibimos del Sol y cómo la aprovechamos a través de la biosíntesis. Normalmente, gran parte de la energía solar que no es utilizada se refleja y es despedida al espacio. Con la revolución industrial del siglo XVIII, comenzamos a generar energía por combustión, y lanzamos a la atmósfera miles de toneladas de CO2 y metano. Estos gases bloquean la radiación térmica de la Tierra al espacio y atrapan el calor dentro de nuestra atmósfera, causando el efecto invernadero.
El resultado es el calentamiento global y el consiguiente cambio climático, que están amenazando la vida como la conocemos. Pero no es la única presión sobre nuestro planeta: paralelamente, la ciencia ha progresado a paso acelerado, lo cual ha ayudado a reducir la mortandad infantil y a prolongar la expectativa de vida.
–Presión demográfica–
A partir del siglo XIX, hasta mediados del XX, la expectativa de vida se prolongó rápidamente. A partir de los años 30, la población mundial –que estaba en poco más de mil millones– se comenzó a duplicar con mayor rapidez. Una de las consecuencias de esta presión demográfica fue la expansión de áreas de cultivo a costa de los bosques. Con el crecimiento de la agricultura creció la demanda de agua y el uso de abonos, insecticidas y herbicidas, que comenzaron a contaminar ríos y –lo más peligroso– la napa freática.
La reducción de bosques disminuye la capacidad de la Tierra de reciclar el CO2. La agricultura, cuya demanda crece con la población, cambia los bosques por áreas de cultivo que reciclan una fracción de los gases invernadero.
“No solo tenemos que detener el calentamiento global, sino más bien revertirlo”.
–Consumo y clima–
Cuando el poder adquisitivo permitió a la gente comer más carne, aumentó el número de animales de consumo. El ganado vacuno ya pasó los mil millones de cabezas y es el mayor productor de metano, un gas de efecto invernadero que dura menos que el CO2, pero su efecto es 80 veces mayor.
Desde la segunda mitad del siglo XX se ha previsto una reducción poblacional en los países desarrollados. Eso –se esperaba– bajaría notablemente la presión sobre el consumo en las naciones de más alto ingreso per cápita. Sin embargo, no se contó con los avances de esos países desarrollados –cuya expectativa de vida también se ha extendido–, ni con la continua migración de ciudadanos de naciones en crisis. Es por eso que los países desarrollados mantuvieron su crecimiento.
–Pronósticos demográficos–
Las proyecciones demográficas se han tenido que revisar varias veces. Pasar de uno a 2.000 millones de habitantes en el mundo tomó 123 años; de 2.000 millones a 3.000 millones, 33 años más; a 4.000 millones, 15 años; y a 5.000 millones, 12 años. El paso de 6.000 millones a 7.000 millones, ya en este siglo, se desaceleró, tardando 13 años. Se calcula que deberían pasar entre 13 y 18 años para alcanzar los 8.000 millones de habitantes, y quizás entre unos 15 y 25 años adicionales para llegar a los 9.000 millones.
El cambio más grande se dará en China, que en vez de crecer, bajará su población de 1.390 a 1.340 millones en los próximos 30 años. Sin embargo, se pronostica que para el 2050 algunos países ya sobrepoblados seguirán aumentando: Indonesia (de 264 millones a 322 millones), Brasil (de 208 millones a 231 millones), Pakistán (de 199 millones a 311 millones), Nigeria (de 191 millones a 411 millones) e India (de 1.350 millones a 1.670 millones).
–Futuro sustentable–
En el siglo pasado se calculó que la máxima población que la Tierra podría sostener es de 7.700 millones. Eso fue sin tener en cuenta el impacto del cambio climático, sus sequías, inundaciones e incendios, ni la reducción de las reservas de agua.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial hubo un aumento espectacular de la capacidad adquisitiva, sobre todo en los países desarrollados. Esto aumentó la demanda de recursos naturales. Mientras tanto, los medios de comunicación (primero la TV y hoy las redes sociales) crearon un apetito mundial por un estándar de vida que nuestro planeta no tiene los recursos para sostener.
“Se calcula que deberían pasar entre 13 y 18 años para al-canzar los 8.000 millones de habitantes”.
No solo tenemos que detener el calentamiento global, sino más bien revertirlo, y esto está directamente ligado a la sustentabilidad. Es decir, satisfacer las necesidades de la población sin dañar el medio ambiente y las condiciones que permiten nuestra existencia. Para lograrlo, tenemos que hacer cambios drásticos, no solo en cuanto al aumento poblacional: tendremos que cambiar radicalmente nuestros hábitos de consumo.
Esto incluye desde la dieta hasta los medios de transporte. Nuevas técnicas permitirán cada vez más cultivos acuáticos e hidropónicos, menos materia prima para producir bienes y mayor reciclaje. Ya estamos generando energía renovable sin combustión y empezando a recuperar algunos de los bosques que hemos destruido. Hay movimientos, desde la agroecología hasta la agricultura con apoyo comunitario, que lograron aplicar la ciencia a la producción agrícola para reducir el uso de abonos, insecticidas y otros productos contaminantes.
La pandemia nos ha obligado a interrumpir nuestros patrones de consumo y moderar nuestras ambiciones, pero en realidad no sabemos si el COVID-19 permanecerá como una enfermedad endémica, ni cómo afectará al crecimiento poblacional. Probablemente su impacto no afectará, mayormente, al cambio climático ni a las presiones demográficas. Al paludismo (malaria) lo conocemos desde el siglo XVIII, y a pesar de la millonaria inversión, no se ha erradicado, y mata medio millón de personas cada año. El sida, un retrovirus simple, ha acabado con la vida de 33 millones de personas en 40 años. Aún ninguna de las dos enfermedades tiene vacuna, aunque existen tratamientos.
Estamos viviendo una época que exige cambios decisivos. Las decisiones que tomemos van a ser definitorias para el futuro de la humanidad. Por nuestra supervivencia necesitamos ponernos de acuerdo para alcanzar un crecimiento poblacional sostenible y proteger nuestros recursos naturales. Sin embargo, según nos enseña la historia, la parte más difícil será ponernos de acuerdo.
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