El tema se hizo noticia de portada sin que nadie lo esperara. La publicación en el diario La Nación de Buenos Aires de la que ha sido llamada una “invasión” de carpinchos (Hydrochoerus hydrochaeris) en Nordelta, un exclusivo barrio nacido en 1999 merced a la transformación inmobiliaria de un área que era un humedal frente al delta del río Parana, viralizó rápidamente el hecho. La imagen de Oreo, una perra de raza schnauzer mini herida por un ejemplar del roedor más grande del planeta, se ganaba un sitio de privilegio en las pantallas de televisión y los teléfonos celulares, y las redes sociales pasaron a ser el escenario de múltiples debates donde se mezclaban las cuestiones ambientales, de salud pública, de trato hacia los animales y hasta de justicia social.
En cuestión de horas, la noticia pasó a ser trending topic en Twitter y mientras los reporteros de todos los canales de noticias buscaban testimonios en el lugar, situado a 30 kilómetros del centro de la capital argentina, se desataba una verdadera avalancha de bromas y memes que se centraban en el alto poder adquisitivo de los habitantes del complejo de viviendas. De pronto, la imaginación popular convirtió a los carpinchos (conocidos como capibaras, ronsocos o chigüiros en otros países del continente) en insólitos representantes de los sectores menos favorecidos, o directamente en un auténtico ejército revolucionario cuya intención sería reconquistar su territorio y expulsar a quienes les habrían usurpado su hábitat natural.
Como suele ocurrir con este tipo de eventos, algo de cierto se esconde detrás del impacto inicial. Los carpinchos, efectivamente, pertenecen a la fauna nativa de esa región. “Las poblaciones actuales ya estaban en el lugar cuando la zona eran humedales naturales”, confirma María José Corriale, doctora en Ciencias Biológicas especializada en ecología y manejo tanto de esta especie como de los coipos o nutrias (Myocastor coipus), y agrega: “Ahora, simplemente están recuperando su nivel poblacional”.
De amplia distribución en buena parte de Sudamérica, la especie se mantiene en un buen estado de conservación y no integra ninguna categoría de riesgo. Tampoco en la Argentina. El mayor número de individuos se encuentra en los esteros del Iberá (provincia de Corrientes), pero también se los puede observar en el norte del Gran Chaco, las áreas bajas que rodean los ríos Paraná y Uruguay, y en Misiones, en el extremo noreste del país. “Hasta hace algunos años, se establecía la zona del Delta como límite meridional de su presencia, pero ahora también se encuentran en varios puntos del interior de la provincia de Buenos Aires”, subraya Corriale, investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
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Los efectos del auge agropecuario
Si comprender lo que está sucediendo con los carpinchos en esta región del centro del país obliga a hablar de los cambios en el uso del suelo que han ocurrido en las últimas dos décadas, explicar el caso concreto de Nordelta implica conocer las características de una urbanización que desde su puesta en marcha no ha detenido nunca su crecimiento.
En el primer caso, la aparición de estos enormes roedores (en promedio miden 1,24 metros de largo y pesan entre 35 y 70 kilos) guardaría relación con el avance de la actividad agrícola que se produjo en los últimos 20 años. Los nuevos cuerpos de agua y los canales de irrigación permiten el establecimiento de grupos de carpinchos que, aprovechando sus excelentes cualidades natatorias, se van desplazando en busca de lugares favorables para asentarse. “Además, la agricultura desplazó a la ganadería desde el interior del territorio hacia las zonas de humedales que antes no se utilizaban”, comenta la doctora Corriale. “Hemos visto que existe una interferencia entre el ganado y los carpinchos, sobre todo en períodos de bajante de los niveles hídricos. Cuando el ganado entra en los bañados pisotea y destruye la vegetación que los carpinchos usan como protección y refugio, lo cual motiva su traslado a otros sitios”.
En la cuestión puntual de Nordelta influyen también otros factores. El primero se basa en las condiciones que el lugar ofrece a la especie. Se trata de un exclusivo emprendimiento que ocupa 1500 hectáreas, de las cuales 300 están ocupadas por lagos y otras 300, por espacios verdes comunes. “Es un medio ambiente sumamente propicio para los carpinchos porque no tienen limitantes. No hay depredadores naturales -yacarés, yaguaretés, boas u otras serpientes- ni se permite la caza, y siempre tienen alimento, porque si no les alcanzan los pastos de alrededor de los lagos pueden subir a los parques o a los jardines de las casas. Esto es lo novedoso que pasa actualmente”, dice Marcelo Cantón, quien vive allí casi desde la inauguración de la ciudad y es el vocero de la Asociación Vecinal Nordelta.
A su vez, María Amelia Chemisquy, presidenta de la Sociedad Argentina para el Estudio de los Mamíferos, puntualiza: “En este último tiempo, la menor circulación humana generada por la pandemia y, sobre todo, las excepcionales condiciones ambientales relacionadas con la sequía extrema, la histórica bajante del río Paraná y los grandes incendios de los últimos dos años en los vecinos humedales del Delta seguramente favorecieron el desplazamiento y eventual ingreso de nuevos ejemplares al área del complejo”. La elevada capacidad reproductiva del Hydrochoerus hydrochaeris (las hembras pueden parir dos veces al año con camadas que oscilan entre 4 y 6 crías) añade un factor más que incide en el aumento en la densidad de individuos.
Un incremento constante desde 2014
En realidad, el incremento en la cantidad de ejemplares que circulan por Nordelta comenzó a hacerse evidente en 2014. Desde entonces, la comunidad local hace un seguimiento de actividad de la especie a través del registro de huellas, pelos y heces, así como la vigilancia con cámaras nocturnas. En 2019, la Dirección de Flora y Fauna Silvestre de la Provincia de Buenos Aires realizó una inspección para valorar la situación y determinó que no existía sobrepoblación. El estudio no pudo repetirse el año pasado debido a la pandemia, pero volvió a hacerse en junio pasado y en esta ocasión el diagnóstico recibió la categoría de “grave”, lo cual significa que ya es recomendable tomar medidas de control. Según los datos que maneja la Asociación Vecinal Nordelta, este año el número de ejemplares habría crecido un 17 por ciento en relación a 2020.
Aun así y hasta hace unos días, la existencia de conflictos entre la especie y los 40 000 habitantes de la urbanización era relativamente menor. Gregarios, territoriales, muy adaptables a las variantes de su hábitat, herbívoros y por lo tanto inofensivos para otros animales, los carpinchos siempre fueron vistos como seres amigables. “Esta es una comunidad con un compromiso muy fuerte con el medio ambiente y la relación de la gente con los carpinchos es muy amable”, enfatiza Cantón. De hecho, uno de los barrios del complejo se denomina justamente Carpinchos.
Sin embargo, el hecho de que se coman las plantas de los cuidados jardines del lugar y, sobre todo, la foto de la perrita Oreo amenazan con cambiar la percepción. “Escuché gritos, me asomé a la ventana, vi dos carpinchos y uno de ellos tenía a mi perra en la boca. Cuando salí se escaparon hacia el lago”, resumió el episodio Myriam Couriel, la dueña de la pequeña mascota. De alguna manera, su relato es un compendio de los comportamientos habituales del roedor.
“Los problemas con los perros suceden porque atacan a los carpinchos. La primera reacción de estos siempre será de huida, incluso aunque haya un solo perro y varios roedores, pero si un individuo se siente arrinconado o quiere defender a las crías puede producirse un enfrentamiento. En esos casos, el saldo de la pelea dependerá del tamaño de cada uno”, indica María José Corriale. “Ya hubo algún perro que murió después de luchar con un carpincho”, afirma Marcelo Cantón.
Además de estas cuestiones que podrían tildarse como “domésticas”, existe la preocupación por la posible transmisión de enfermedades. “Al igual que la mayoría de las especies silvestres que habitan el área, los carpinchos pueden ser potenciales reservorios de enfermedades zoonóticas, como la brucelosis o la leptospirosis”, señala la doctora Chemisquy, algo que podría ocurrir dada la estrecha convivencia con los humanos en el área. Rubén Quintana, doctor en Ciencias Biológicas y presidente de la Fundación Humedales, recuerda lo ocurrido en un refugio de la provincia de Corrientes, donde los carpinchos fueron atacados por una epidemia de sarna que mató a numerosos ejemplares. “La presencia de altas densidades en un sitio concreto no suelen ser positivas”, sostiene.
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Educación, refugios, control reproductivo y traslados
El conflicto, en todo caso, parece planteado y existen ciertas prisas por encontrar soluciones. Una primera reunión con autoridades provinciales y científicos del CONICET llevó a trazar cuatro líneas posibles de acción. Dos de ellas serían inmediatas: fortalecer las campañas de educación dirigida a los habitantes de Nordelta y los ocasionales visitantes, y generar espacios de resguardo para los carpinchos afincados en el lugar. Estudiar mecanismos adecuados para controlar la reproducción de la especie será el paso siguiente; y como última carta cabría la posibilidad de valorar el traslado de ejemplares hacia otros puntos de la provincia. De hecho, un alcalde de un municipio cercano a la turística ciudad de Mar del Plata ya mostró su predisposición a recibirlos.
El doctor Quintana expone sus dudas sobre la posibilidad del traslado: “No sería algo sencillo, y entre otras cosas habría que realizar un estudio sanitario previo porque se podría afectar a las poblaciones silvestres del lugar adonde se los lleve. Además, si en el destino elegido ya hubiese carpinchos también habría que valorar la compatibilidad genética, porque mezclar poblaciones distintas sería intervenir en el proceso evolutivo de la especie”, asegura. Tampoco resultará fácil hallar un método para reducir la tasa reproductiva. No hay antecedentes al respecto y no cabe la posibilidad de la castración del macho dominante porque sería rápidamente reemplazado por otro.
Por el momento, la Asociación Vecinal ha puesto en práctica algunas de las acciones recomendadas. “Hemos instalado cartelería vial para alertar de la posibilidad de choques con animales que crucen las calles y una campaña de difusión con medidas posibles, como cercar los jardines, sobre todo de las casas que están a orillas de los lagos, y fumigarlos con un repelente que huele de manera semejante a un depredador”, informa Cantón. Al mismo tiempo, se están definiendo los lugares de refugio que se reforzarán con plantación de arbustos y vegetación herbácea con la intención de “anclar” allí a las familias de roedores que ya están establecidas, “aunque en ningún caso serán lugares cerrados”, aclara el vocero de los vecinos.
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Humedales desprotegidos
Mientras tanto, el affaire de los carpinchos en Nordelta ha reavivado en el país el debate sobre la necesidad de una ley que regule la actividad en los humedales. Hasta ahora, los proyectos elevados al Parlamento nacional no han logrado atravesar la fase del estudio en comisiones sin llegar nunca a ser tratados para su eventual sanción.
“En tanto no exista un ordenamiento territorial y evaluaciones de impacto ambiental acumulativo seguirán creándose complejos de este tipo y sucediéndose los problemas”, opina Rubén Quintana ante el anuncio de la creación de un barrio más pequeño pero semejante a Nordelta en plena ciudad de Buenos Aires sobre la costa del río de la Plata. “La urbanización de tierras donde hay humedales suele provocar, entre otros muchos perjuicios, inundaciones frecuentes porque se pierde la capacidad de absorción de los componente hídricos y porque al elevar el terreno para construir se producen escurrimientos hacia las zonas periféricas que quedan más bajas”, coincide la doctora María José Corriale.
De hecho, en la localidad de Escobar, apenas a 23 kilómetros de distancia de Nordelta, crece desde 2010 el complejo Puertos, también llamado Nordelta 2, una ciudad de 1400 hectáreas con un enorme lago central, promovida por el mismo constructor que el modelo original, y que reproduce casi todas sus características, incluyendo la ocupación de un área de humedales. Desde entonces, cualquier lluvia intensa provoca anegamientos en los barrios que circundan el complejo.
Tranquilos y relajados, los carpinchos miran despreocupados a los transeúntes echados al sol, como si ya se hubieran adaptado a la vida en una de las urbanizaciones más selectas de la Argentina. Su actitud permite suponer que han perdido el miedo al contacto con los humanos. También, que permanecen ajenos al impacto mediático que su presencia ha provocado en las últimas semanas, y que en ningún caso se proponen ser protagonistas de alguna revolución.
El artículo original fue publicado por Rodolfo Chisleanschi en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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