En Costa de San Juan, los manglares dominan el paisaje. En esta comunidad, ubicada dentro del Sistema Lagunar Alvarado en el Golfo de México, las casas se encuentran entre los canales de agua y las canoas son el medio de transporte. Los pocos de más de 100 habitantes aprendieron de sus abuelos las técnicas de la pesca y a vivir en un ecosistema vulnerable y, al mismo tiempo, lleno de una riqueza natural, pero que no siempre ha sido valorado en toda su dimensión.
El Sistema Lagunar Alvarado es el tercer humedal más grande de México; por su importancia internacional fue declarado sitio Ramsar en 2014. Aun así, el bosque de manglar que rodea a las más de 100 lagunas interiores del sistema ha ido extinguiéndose en las últimas décadas por la presión de la ganadería, los incendios, la tala clandestina y la contaminación. La pérdida de los manglares se ha dado pese a que, desde 2007, en la Ley General de Vida Silvestre se prohibió la remoción, relleno, trasplante o cualquier actividad que afecte la integralidad del flujo hidrológico de este ecosistema.
El estudio Manglares de México/Extensión, distribución y monitoreo de la Comisión Nacional para el Conocimiento y uso de la Biodiversidad (Conabio) revela, por ejemplo, que en las últimas cuatro décadas en la región del Sistema Lagunar Alvarado se perdieron más de 7,418 hectáreas de bosque de manglar: si en 1976 tenía 21,150, para 2015 el número disminuyó a 13,732 hectáreas.
La Comisión Nacional Forestal (Conafor) estima una pérdida de cobertura vegetal de 149 hectáreas por año de manglares en el Sistema Lagunar Alvarado, donde convergen seis municipios veracruzanos y más de 200 localidades.
La pérdida de manglar no es cosa menor. Sobre todo cuando se conocen todos los servicios ecológicos que otorgan estos ecosistemas: “Sirven de refugio para crías de varias especies marinas, ayudan a la captura de carbono, actúan como sistema natural de control de inundaciones y como barrera contra huracanes e intrusión salina”, explica Fernando Mota, de la organización no gubernamental Pronatura que desde hace más de diez años realiza actividades de restauración ecológica en la región.
Los pescadores y habitantes del ejido Costa de San Juan empezaron a padecer en su cotidianidad varios de los efectos negativos que tiene la pérdida de manglar. Y fue por eso que, desde hace cinco años, decidieron trabajar en la recuperación del ecosistema y recuperar más de 350 hectáreas de manglares que se perdieron a causa de incendios forestales, pero también por el crecimiento extensivo de potreros para la ganadería.
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Se pierde el manglar y se pierda la pesca
En 2011, el Sistema Lagunar Alvarado sufrió una serie de incendios que duraron activos un mes. El efecto de ese desastre lo padecieron de inmediato en la comunidad Costa de San Juan que depende, en buena medida de la pesca de jaiba, camarón, almejas y otras especies marinas. Después de los incendios, los pescadores ya no lograban las mismas capturas que antes.
Albino Fernández, ejidatario de la comunidad, reconoce que antes del incendio, la tala del manglar era una práctica común entre los pescadores. Cuando la pesca aminoraba, la venta de la madera de mangle era otra opción económica. La tala indiscriminada, sumada a los incendios, provocó un panorama nada favorable.
“Lo primero que se perdió fueron los arroyos, los canales de agua quedaron cubiertos de mangle inservible porque estaba quemado. La pesca aminoró, porque los manglares son cuneros de reproducción de otras especies y ya los manglares no estaban”, recuerda Fernández.
El ejido Costa de San Juan se ubica a unos 10 kilómetros del municipio de Alvarado; para llegar ahí se tiene que tomar una lancha y bordear varios manglares para adentrarse en la laguna. En los años setenta, 57 ejidatarios recibieron del gobierno federal las 1,455 hectáreas que conforman su comunidad, de las cuales 473 son de uso común; la mayoría son lagunas y ríos.
Los incendios del 2011, dejaron daños en más de 250 hectáreas. Esto, junto a la prohibición de talar el manglar que se estableció en la ley en 2007, llevó a que los ejidatarios se preguntaran: “¿Qué vamos a hacer?”
Recuperar un ecosistema
Los ejidatarios tocaron la puerta de las autoridades federales para, primero, obtener apoyos y reforestar los manglares. Entre 2017 y 2021, el programa de compensación ambiental de la Conafor les otorgó recursos para la reforestación de 252 hectáreas de zonas devastadas por el incendio.
La labor fue titánica. Después del incendio, ante la falta de manglar, en el área crecieron especies invasoras como la anea (Typha dominguensis), el bejuco (Dalbergia brownei) y el tulillo ( Eleocharis cellulosa) que hicieron aún más difícil la regeneración natural del mangle. Además, los canales naturales de agua estaban tapados por la falta de desazolve (limpieza) y el efecto de la ganadería.
“Tuvimos que abrir a pico y pala los canales de agua; con el agua al cuello, hacer trabajos de desazolve (limpieza para que fluyera el agua) y (construir) miles de chinampas para asegurar la sobrevivencia de las plantas”, narra Edel Fernández, uno de los ejidatarios y quien estuvo al frente de varios grupos para la reforestación.
Las chinampas, pequeños montículos de tierra que en el centro de México se utilizan para sembrar en zonas de humedales, fueron utilizadas por los pescadores de Veracruz para sembrar hasta cinco plantas de mangle y evitar que se hundieran en el agua, permitiendo la sobrevivencia de los árboles. Así que los pescadores tuvieron que abrirse paso entre la laguna para reforestar 252 hectáreas donde sembraron 244 mil plantas de mangle de tres especies distintas: blanco (Laguncularia racemosa), rojo (Rhizophora mangle) y negro (Acicennia germinans).
Además, los ejidatarios realizaron más de 9 kilómetros de brechas cortafuego y se abrieron más de 12 mil metros de canales de agua en la zona. También se construyó una cerca perimetral, para evitar la invasión de lirio acuático, y una cabaña ecológica donde ahora hacen las asambleas ejidales.
Los pescadores aseguran que la primera reforestación tuvo una sobrevivencia del 70%. Para la segunda, lograron una sobrevivencia de plantas de hasta el 95%. “Decidimos usar técnicas propias. Por ejemplo, a las chinampas que habíamos construido para sembrar los árboles les pusimos desechos orgánicos del manglar, para que conservaran la humedad, y luego semillas, así aunque se secaran, había otras posibilidades de crecimiento”, cuenta Edel Fernández.
La reforestación generó trabajo para pescadores de varias comunidades en el Sistema Lagunar. Héctor Mota Velazco, titular de la Conafor en Veracruz, explica que se evitó la migración de pescadores en busca de empleos, pero sobre todo “les dio un aprendizaje y concientización sobre el cuidado y el manejo sustentable de los recursos naturales”.
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Valorar al manglar
Para los ejidatarios de Costa de San Juan, la reforestación de sus manglares fue el primer paso para construir una nueva relación con su entorno. Además de recuperar la zona, la comunidad descubrió que había una forma de tener un aprovechamiento sustentable de los manglares. Fue así que en 2016 crearon una Unidad de Manejo Ambiental (UMA) para 73 hectáreas.
Fue una etapa de “mucho aprendizaje sobre cómo convivir con el manglar, cómo darle un manejo forestal; fue entender que podía ser una forma de vida y conservarlo al mismo tiempo”, cuenta Venancio Fernández, comisariado ejidal de Costa de San Juan.
El ejido hoy tiene 40 puntos de aprovechamiento sustentable del manglar. Los ejidatarios producen madera de mangle blanco (Laguncularia racemosa) para hacer cercas y postes. Las ganancias que obtienen de las ventas las reparten entre los ejidatarios en partes iguales.
Cada seis meses, como parte del plan de manejo ambiental, los ejidatarios deben hacer un monitoreo de los manglares: contar, medir y clasificar los árboles en el territorio para analizar los avances de la conservación. La Comisión Nacional Forestal (Conafor) les ha otorgado apoyos para desarrollar silvicultura comunitaria y transformación del manglar, a través de cursos de carpintería.
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Transformar potreros en manglares
En este 2022, los pescadores preparan una tercera etapa de reforestación más ambiciosa: su objetivo es lograr la reconversión a manglares de 102 hectáreas que se usaban para ganadería.
En un recorrido por canales del río recién abiertos por los pescadores se pueden observar grandes extensiones que antes eran potreros y que ahora Albino Fernández señala con orgullo: “Estos son los trabajos que hicimos, abrimos los canales para poder transitar y hacer la reforestación. Estás áreas van a ser donadas como parte de la conservación ambiental, la gente sabe que en cinco años se podrían regenerar y obtener recursos con la conservación”, dice.
Mota Velazco, de la Conafor en Veracruz, dice que las acciones en este ejido son un ejemplo a seguir, ya que a pesar de los daños sufridos por el cambio de uso del suelo, incendios y el aumento de especies invasoras, el manglar se ha recuperado con actividades de protección, restauración de flujo hídricos, la elevación del nivel del suelo —con la construcción de chinampas— y la reforestación inducida.
“A raíz de los trabajos de reforestación se ha logrado impactos positivos, por ejemplo, el aumento en la producción pesquera, recuperación del hábitat de la fauna, aumento de superficie forestal con posibilidades de aprovechamiento bajo manejo, mayor retención de humedad del suelo, funcionamiento ideal hidrológico”, enumera.
De acuerdo con el monitoreo de la propia Conafor, la reforestación en la región ha desplazado hasta en un 85% la vegetación secundaria (Typha domingensis), que es el principal competidor de las plantas de manglar.
Fernando Mota explica que este año la organización Pronatura trabajará con diez comunidades del Sistema Lagunar Alvarado en la conservación y restauración de manglares. El reto, asegura, es lograr un equilibrio entre la conservación del manglar y alternativas de sustento económico para las comunidades: “Se trata de influir a la gente que está metiendo presión al manglar, para que que vean que recuperar el manglar les genera un ingreso y un beneficio en su calidad de vida y empiezan a tener un poco más de conciencia de conservación”.
El futuro: una nueva UMA y ecoturismo
El mayor reto que ahora tienen los pescadores es dar mantenimiento a los canales de agua que se abrieron y evitar que se azolven. Lograrlo significa un doble beneficio: seguirán conservando el manglar y podrán realizar recorridos turísticos por esas áreas.
Desde hace unos años, los pescadores buscan diversificar sus ingresos utilizando las áreas de uso común. Por ejemplo, rentan algunas hectáreas del territorio para la instalación de apiarios donde se produce miel de mangle.
“Cada año el ejido saca recursos de la renta de estos espacios; también se instaló un horno para hacer carbón de mangle y comercializarlo, es un proyecto que estamos valorando arrancar”, cuenta Venancio Fernández, comisario ejidal y presidente de la UMA.
Los pescadores también evalúan propuestas para entrar al mercado de bonos de carbono con sus 73 hectáreas de aprovechamiento forestal.
“También estamos viendo la posibilidad de hacer una Unidad de Manejo Ambiental para la tortuga pinta de traspatio. Aquí hay como cuatro o cinco especies de tortuga de agua dulce; la intención es conservarla, pero también comercializarla. También hemos pensado en tener un proyecto con el lagarto moreletti (Crocodylus moreletii), porque hay mucho en esta zona”, explica Albino Fernández.
Para el ejidatario, estas actividades pueden ser opciones económicas para los pescadores, sobre todo durante la veda de camarón o en la temporada de lluvias, época en que disminuye la pesca diaria.
El ejidatario Venancio Fernández reconoce que la percepción que tenían del manglar ha cambiado desde que han tomado conciencia de que el ecosistema es vital para su actividad económica: “El manglar es la vida de nosotros, si no tuviéramos mangle no viviríamos, no tendríamos todo esto. El manglar no se va acabar, si poco a poco dejamos las actividades de ganadería y aprovechamos conservando, eso nos va a beneficiar a todos”.
Albino Fernández, quien es secretario ejidal, se define como un silvopescador, término inventado por los pescadores de esta comunidad para explicar la unión entre el aprovechamiento del manglar y la pesca en la laguna: “Somos los hijos del mangle. Aquí nacimos, esta es nuestra vida. Lo que hacemos tiene un doble beneficio: nos mejora la pesca, nos da empleo, pero también le damos al mundo aire, estamos restaurando los pulmones de la tierra”.
* Imagen principal: Costa de San Juan, en el Sistema Lagunar de Alvarado. Foto Óscar Martínez
El artículo original fue publicado por Flavia Morales en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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