Peenemünde es un puerto en el norte de Alemania, donde el río Peene se encuentra con el mar Báltico.
Allí, en octubre de 1942, un grupo de ingenieros alemanes se sentaron en una sala de control a mirar una pantalla de televisión. Mostraba imágenes en vivo en primer plano de un arma prototipo en su plataforma de lanzamiento, a unos 2,5 km de distancia. En otra pantalla, con una vista de gran angular, vieron cómo el arma se elevaba hacia el cielo.
La prueba había tenido éxito. Estaban viendo algo que determinaría el futuro, aunque no de la manera que imaginaban.
El V2, el Vergeltungswaffe o “arma de venganza”, fue la primera bomba propulsada por cohetes de la historia, y se suponía que le daría la victoria a Hitler.
El arma viajaba más rápido que la velocidad del sonido, por lo que no se sabía que estaba llegando hasta que explotaba.
Pero, crucialmente, no podía ser dirigida con precisión: los V2 mataron a miles, pero no lo suficiente como para inclinar la balanza del conflicto.
Wernher von Braun, el brillante y joven ingeniero detrás del V2, se rindió a los estadounidenses cuando cayó el Tercer Reich, luego los ayudó a ganar la carrera espacial.
Si le hubieras dicho que su prueba de cohete sería el primer paso para poner a un hombre en la Luna, no se habría sorprendido.
Eso fue exactamente lo que lo había motivado a dedicarse a su carrera.
De hecho, en un momento, había sido arrestado brevemente después de que alguien en un tren lo escuchó decir que deseaba poder construir naves espaciales en lugar de armas, y reportó ese sospechoso deseo a la Gestapo, la policía secreta nazi.
No obstante, lo que Von Braun no pudo haber anticipado fue que también había presenciando el nacimiento de otra tecnología muy influyente, una que a la Gestapo le habría fascinado tener: la televisión de circuito cerrado, mejor conocida como CCTV.
Las imágenes que había visto junto con otros en esa sala de control fueron el primer ejemplo de una transmisión de video que se usaba no para transmitir, sino para monitorear en tiempo real, en privado, a través de un llamado "circuito cerrado".
Los altos mandos de Peenemünde no habían querido arriesgar sus vidas estando presentes en la prueba, así que le pidieron al ingeniero de televisión Walter Bruch que ideara una forma de monitorear los lanzamientos desde una distancia segura.
Y tuvieron razón en ser tan precavidos, pues el primer V2 que probaron explotó, destruyendo una de las cámaras de Bruch.
Exactamente cuán popular se ha vuelto la creación de Bruch ahora es difícil de precisar.
Una estimación, de hace unos pocos años, calcula que la cantidad de cámaras de vigilancia en todo el mundo es de 245 millones, es decir, una por cada 30 personas. Otra calcula que pronto habrá más del doble de ese número solo en China.
Ciertamente el mercado se está expandiendo rápidamente, y su líder global es una compañía llamada Hikvision, en parte propiedad del gobierno chino.
¿Qué está haciendo China con todas estas cámaras de CCTV?
He aquí un ejemplo.
Imagínate esta escena: estás tratando de cruzar una calle concurrida en la ciudad de Xiangyang. Debes esperar a que las luces cambien, pero tienes prisa, así que no esperas y cruzas.
Unos días más tarde, es posible que veas tu foto, nombre y número de identificación en una gran cartelera electrónica en la intersección, que te muestra como un peatón imprudente.
Pero no se trata solo avergonzarte públicamente: las cámaras de vigilancia se utilizarán en el plan de “crédito social” planificado por el país. Aún no está claro exactamente cómo funcionará ese sistema, pero varios ensayos están utilizando datos del sector público y privado para calificar a las personas sobre si son buenos ciudadanos.
Es posible que pierdas puntos por conducir de manera desconsiderada, pagar tus facturas tarde o difundir información falsa. Si tienes un puntaje alto, los beneficios pueden incluir el uso gratuito de bicicletas públicas; con un puntaje bajo, es posible que te prohíban tomar trenes.
El objetivo es alentar y recompensar el comportamiento deseado, o, como lo expresa poéticamente un documento oficial, "permitir que el digno de confianza deambule por todas partes bajo el cielo, mientras se le dificulta a los desacreditados dar un solo paso".
Quizás esto te recuerda a cierta novela publicada 7 años después de que Walter Bruch fuera pionero de la cámara de vigilancia.
En “1984”, George Orwell imaginó una vida en la que todo se controlaba, no solo en los espacios públicos, sino también en los hogares de las personas. Todos debían tener una “pantalla telescópica”, a través de la cual Big Brother o El gran hermano podía verlos.
Pero en esa historia hay un indicio de que estos dispositivos fueron originalmente algo que la gente eligió comprar: cuando el hipócrita Sr. Charrington necesita darle a Winston una razón creíble por la aparente falta de una pantalla en su habitación, dice que eran "demasiado caras" y que nunca sintió "la necesidad de tener una".
Eso suena como el tipo de conversación que tuve recientemente sobre los altavoces inteligentes controlados por voz que algunas de las corporaciones más grandes del mundo quisieran venderme, para poderle preguntar sobre el clima o decir “Alexa, sube mi calefacción central” o controlar automáticamente lo que hay en mi refrigerador.
Dispositivos como Amazon Echo y Google Home han despegado debido a los avances en inteligencia artificial, y esa es la misma razón detrás de la creciente demanda de cámaras de CCTV.
Mientras que una persona solo puede ver un número limitado de pantallas, el software puede mirar, escuchar y descifrar el significado de muchas más, de manera que la cantidad de vigilancia que puedes hacer solamente está limitada por la potencia informática.
¿Es razonable sentirse un poco preocupado al respecto, o deberíamos sentarnos y disfrutar de las papas fritas que nos traen los drones sin que siquiera las tengamos que pedir?
Eso depende en parte de hasta qué punto confiamos en las entidades que nos están observando.
Amazon y Google se apresuran a asegurarnos que no están husmeando en todas nuestras conversaciones.
Insisten en que los dispositivos son lo suficientemente inteligentes como para escuchar cuando dices la palabra "despertar" y solo entonces envían audio a la nube, para que los servidores más potentes descifren qué queremos.
También tenemos que confiar en que estos dispositivos son difíciles de hackear, por delincuentes y quizás por gobiernos.
Por supuesto, no a todos les inquieta la idea de que el Estado sepa más y más sobre nuestra vida cotidiana.
Como le dijo una mujer china a ABC de Australia, si era cierto que -como había dicho su gobierno- habían instalado cámaras en cada rincón del espacio público, se sentía más segura.
Pero quienes tienen una visión diferente pueden alegrarse al saber que el CCTV aún no es tan inteligente como parece.
La intersección en Xiangyang parece completamente automatizada, pero en realidad los algoritmos de reconocimiento facial no son lo suficientemente confiables. Los trabajadores del gobierno tienen que revisar las imágenes.
Y tal vez eso no importa. La percepción de la vigilancia es suficiente para disuadir: menos personas están siendo imprudentes.
Esa es la idea del "panóptico": si crees que podrías estar siendo observado, siempre actuarás como si lo estuvieras.
Es una idea que George Orwell entendió perfectamente.
Por lo tanto, aunque el CCTV aún esté muy lejos de estar a la altura de su potencial técnico, para aquellos que quieren que cambie lo que hacemos o incluso cómo pensamos, eso podría no ser un obstáculo.
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