Un buen estratega, uno que piensa en la victoria, se preocupa por elegir sus batallas. El cliché sentencia que uno debe tener la sabiduría para saber cuándo pelear y la disposición para alejarse de un combate destinado al fracaso. Por salud mental, y sin darle tanta reflexión al asunto, nos retiramos todos los días de cientos de pequeñas luchas: nos vestimos todas de negro para no perder tiempo en decidir respecto a una tenida más alegre. Postergamos planear la vejez de nuestros padres porque odiamos la idea –inexorable– de que ellos van a convertirse en ancianos. Renunciamos a inscribirnos en la clase de natación, porque sabemos que la piscina es cara, lejana y fría en esta época del año. Nos resignamos a que seguiremos siendo fumadoras, aunque cambiemos el pucho de papel y tabaco por uno electrónico. Accedemos a que los niños vean otra media hora de televisión, porque nos aterra la idea del inminente berrinche. Permitimos que nuestro chico lleve nuestra cartera aunque nos moleste, porque nos da flojera exponerle nuestra teoría de la autosuficiencia feminista. Elegir bien nuestras batallas es un acto de modestia, humildad, eficiencia y madurez. Pero esa misma actitud a veces es también la diferencia entre nosotras ‘a secas’ y nuestra mejor versión. Esa en donde somos campeonas –de repostería, habilidad sexual, pimpón– y nos colgamos la medalla –real o imaginaria– con satisfacción. En esta edición, encontrarás dos docenas de razones y una pizca de inspiración para empezar a adueñarte del bienestar de tu cuerpo. No es genética, ni magia ni talento. Se llama fuerza de voluntad y está en tu cabeza. Te invitamos a ejercitar ese músculo. «Si conoces a tu enemigo y a ti mismo, no necesitas temer el resultado de cien batallas. Si te conoces a ti mismo pero no al enemigo, por cada victoria ganada también sufrirás una derrota». Así aconseja desde hace siglos Sun Tzu, el maestro chino que ha asesorado por igual a dictadores, políticos de sanas ambiciones y empresarios exitosos. Examina tu interior: tu único enemigo es la desidia. Una bonita palabra que, por cierto, está emparentada con deseo, pero que más bien significa en latín algo así como desplomarse en una silla. Empieza a moverte.
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