Los padres queremos que a nuestros hijos les vaya bien, que sean exitosos, según la versión que cada uno tiene de lo que el éxito significa. Estos deseos se expresan más o menos así: Que obtengan reconocimiento, status, poder o dinero. Que escalen alto dentro de la jerarquía de su profesión o campo laboral. Que sea un emprendedor y cree una súper empresa, o sea el presidente de la compañía para la que trabaja. Que se convierta en un socio altamente cotizado del bufete de abogados más prestigioso. Que lo reconozcan como el futbolista número uno del equipo campeón, o el mejor chef del mundo.
La consigna es: «Haz lo que quieras, sé lo que quieras ser, pero sé el mejor». Combatir la mediocridad. Dar todo de sí mismo, tomarse las cosas en serio, luchar por la excelencia con las mejores intenciones y fe en las capacidades de su hijo. Pero empieza la presión y las críticas cuando el desempeño de la chica o el chico no destaca. Entonces surgen frases como «Las cosas se hacen bien o no se hacen». Y ahí comienzan los problemas.
Julia, inteligente, sensible y ágil, escuchó toda su vida esta frase dicha por su madre. Fue una destacada alumna y excelente tenista, de las mejores de su promoción. Al terminar el colegio dudó de su capacidad para ser la mejor tenista y decidió ingresar a la universidad en busca de algo más ‘seguro’. Probó tres carreras, siempre añorando el deporte, su verdadera vocación. Al graduarse consiguió un trabajo en el cual se esforzaba mucho por ser la mejor, y logró sobresalir. Pero la frustración dibujada en su cara se notaba cada vez más con el paso del tiempo. Y una depresión silenciosa se apoderaba de ella, sin que ella supiera por qué. Y a pesar de tener aparentemente todo, no era feliz.
Giancarlo, por otro lado, creció en una familia de clase media, donde el dinero alcanzaba para vivir tranquilos pero no sobraba. Su papá había sufrido problemas de salud años atrás y se le había recomendado tranquilidad para que no se le subiera la presión. La madre extendió la recomendación a su familia: Cuídense mucho, trátense bien, disfruten la vida. «Hagan lo que hagan, que sea lo mejor que puedan, y nunca sentirse mal por lo que no pueden». Giancarlo estudió lo que quiso y sus padres lo apoyaron, incluso, cuando decidió interrumpir sus estudios e irse a mochilear por el mundo durante un año. Se retrasó en la universidad pero se permitió explorar y conocer otras personas y otras culturas lo suficiente como para llegar a conocerse mejor a sí mismo. Al regresar retomó su carrera y se graduó bien, tranquilo y contento.
Junto con una actitud trabajadora, exigente, que busca eficiencia y calidad, se puede colar la mirada juiciosa, la intolerancia, la inflexibilidad, la opresión y la pérdida del derecho a equivocarse. Y el efecto es nefasto: para evitar el riesgo de cometer errores, esos hijos solo se atreverán a hacer aquello en lo que están seguros que tendrán éxito, y no se permitirán probar lo nuevo, lo diferente, ni seguir sus impulsos si no están seguros de que el resultado será excelente. Es decir, vivirán renunciando a todo lo que implique incertidumbre, perdiéndose la oportunidad de explorar cosas nuevas que podrían enriquecerlos, sacar sus propias conclusiones y ampliar su conocimiento y experiencia de vida.
Por eso, «las cosas se hacen bien o no se hacen» es una de las frases más castrantes que los padres pueden decir a sus hijos. No es lo mismo que decir «da lo mejor de ti». Ambas madres querían lo mejor para sus hijos. Un pequeño detalle hizo toda la diferencia. Una cortó las alas y la otra ayudó a volar.