Escribe: María Elena Carbajal
Te das cuenta de que estás en el Titicaca cuando no puedes distinguir el agua del cielo. Cuando el frío hiela los huesos y el oxígeno escasea pero, aun así, necesitas estar en la intemperie. Tanta belleza junta no se puede dejar de mirar. El cambio de altura es abrupto. Cuando se vuela de Lima a Puno se va desde el nivel del mar hasta los casi 4 mil metros en solo hora y media; en los Himalaya, un cambio así se hace en tramos de tres a cuatro días. Aquí subimos de golpe, no hay tiempo que perder; el Titicaca, uno de los cinturones energéticos del mundo según algunos astrónomos, no deja de encantar con su belleza.
Tener una isla privada aquí no es cosa fácil, pero Martha Giraldo tiene una. Todas las mañanas, esta mujer que le compró Suasi a su abuela, toma mate de coca mirando el lago, a la vez que conversa con turistas de todo el mundo. Suasi tiene 43 hectáreas y está a 150 km de la ciudad de Puno. Si se camina hacia su parte norte, se pueden reconocer Amantaní y Taquile, las islas del Titicaca peruano que más se conocen.
Era 1997 y Martha, que acababa de adquirir Suasi, empezó a darle vuelta al proyecto sostenible que quería poner en práctica. Empezó construyendo andenes y jardinerías, sacando los eucaliptos y reemplazándolos por árboles de la zona y encontrando cementerios preíncas. Poco a poco, aventureros empezaron a llegar hasta esta isla, en donde se había construido algunos cuartos a base de piedra y madera. Llegaron todos buscando contemplar el paisaje en su estado más natural y conocer la calma a 3.810 m.s.n.m.
Lee la nota completa en la nueva edición de la revista ¡Vamos!