Lizzy Cantú: para dejar de criar princesas
Lizzy Cantú: para dejar de criar princesas


Le dimos con palo a las princesas de los cuentos. Las tachamos de sosas, de ingenuas, de delicadas, de pasivas, de machistas, de aburridas. Una de las mayores satisfacciones de editar viù! es que me permite conocer a cientos de mujeres y tener el privilegio de conversar con algunas de ellas. Bajo el pretexto de un conversatorio en la Feria del Libro invitamos a María Luisa del Río y a Sheila Alvarado a discutir quiénes eran sus heroínas favoritas de los libros y por qué les atraían. Escucharlas fue para mí delicioso y aleccionador.

Con inteligencia y gracia ambas nos hablaron de “personajas” piernonas, rebeldes, aguerridas, complejas, valientes, hermosas, que no se sentaban en un trono a esperar a que las rescate un príncipe a caballo ni se ponían a llorar la desgracia de vivir encerradas en una torre o al servicio de una madrastra. Ellas imaginan mujeres de ficción que nos inspiren a tomar la iniciativa, buscarnos la vida, defendernos de los dragones y encontrar el amor en la vida real.

Al final, un caballero del público hizo una pregunta que decía más o menos así: “¿Y cuándo creen ustedes que las mujeres van a dejar de ser princesas?”. No lo decía como un reproche sino con un genuino interés. María Luisa, con la fuerza que la caracteriza, respondió algo como: “Pero, ¿cuándo hemos sido princesas, además de las poquísimas que en efecto tienen el cargo? Yo nunca he sido una princesa, ni he conocido ninguna jamás”.

La pregunta me siguió inquietando durante los siguientes días y se me volvió a aparecer una mañana al leer una columna de Jill Filipovic sobre Donald Trump titulada “”. La autora escribe “los hombres a menudo han dado a su descendencia femenina más oportunidades que a sus parejas femeninas, quizá porque ven a sus hijos como extensiones de sí mismos”.

Y prosigue citando un estudio -- que señala que 2/3 de los hombres quieren una hija que sea independiente, pero solo 1/3  desea lo mismo de su esposa. El 40% quiere una esposa que sea ama de casa, pero solo el 5% desea lo mismo para sus hijas. Los hombres, parece, saben en el fondo que vivimos en un mundo injusto, que discrimina a las mujeres y los beneficia a ellos. Muchos de ellos están dispuestos a transar con -u obviar- esa realidad para no perder sus privilegios, pero ni siquiera ellos desean para sus hijas el destino de sus madres y hermanas. Aun a riesgo de perder a sus princesitas, aun sin mover un dedo para impedirlo.