Lizzy Cantú: generosidad y egoísmo
Lizzy Cantú: generosidad y egoísmo

Jennifer Aniston puede lucir espectacular, ser una actriz galardonada, una empresaria exitosa, una mujer más que contenta con la vida que se ha labrado, pero nada de eso nos importa. Lo que nos importa es que no ha tenido un hijo. Y de algún modo, eso la hace menos. Eso es lo que le hemos hecho sentir. Y Aniston se siente tan, pero tan cansada de esa mirada metiche y arrogante que , y quiere que nos quede claro que “estamos completas con o sin pareja, con o sin un hijo.”

El texto enfurecido que publicó “” esta semana resuena en una cultura en donde todas y todos nos sentimos con derecho a opinar sobre la vida ajena. Sobre todo si se trata de una mujer. Y medimos -y miden- nuestra valía contra estándares imposibles. Ni tener ambiciones ni preocuparse por los demás es un pecado. Son impulsos humanos y naturales. Y, objetivamente, tener hijos es una experiencia tan vital que seguramente quienes no somos madres nos estamos “perdiendo de algo”.

Del mismo modo que se “pierden de algo” quienes jamás salen de la ciudad donde nacieron, quienes deciden -por las razones que sea- no comer carne, quienes eligieron dedicar su vida a Dios en lugar del matrimonio o quienes han optado por nunca lanzarse en paracaídas.  Pero hay un matiz que deberíamos considerar y es esa tensión entre el “deber” y el “querer”. Entre el “ser” y el “tener”. Vivimos aturdidas entre los imperativos ajenos y nuestra voz interior.

“Lo más subversivo que una mujer puede hacer es creer que se merece conseguir lo que quiere y reconocer dentro de sí misma la voluntad de luchar para conseguirlo”, escribía esta semana la novelista -y esposa y mamá de dos- Rufi Thorpe. En un ensayo sobre la tensión entre la maternidad y el trabajo, Thorpe cuestiona una gran parte de la condición femenina. Ella escribe en medio de una gira de promoción de su segundo libro a la que tiene que llevar a su hijo menor -al que está dando de lactar- y a su madre para que cuide al bebe. Su esposo -que no puede dar de lactar- no puede ayudarla. El bebe no puede ayudarla. Es su madre quien la ayuda. (Su madre, que siempre ha querido ser escritora pero que, entre los sacrificios de apoyar a su hija, aún no encuentra el tiempo para hacerlo). El ensayo de Thorpe es largo, apasionado,  está lleno de interrogantes personales y abunda en algo que muchas veces se deja de lado en este tipo de cuestiones: sentido común. Las invito a .

Pero antes las dejo con esta reflexión suya: “Sacar el máximo provecho de una misma no significa renunciar a la propia identidad como mujer o como madre... Pero tampoco significa doblarse por completo, ni abrirse a tus hijos y esposo y a la ropa interior que está detrás de la puerta y renunciar al terrible, maravilloso y furtivo sueño que es el ser. Ponerse por completo en segundo lugar, ser solo madre, empleada, cocinera, esposa, tampoco es sacar el máximo provecho de uno mismo. Una debe aprender cómo y cuándo no doblarse. Es esto, el balance entre la generosidad y el egoísmo que es tan difícil pero también -me gustaría creer- valioso”. Generosidad y egoísmo. Un binomio tan opuesto como necesario.