Natalia Parodi: "Para no criar hijitos de mamá"
Natalia Parodi: "Para no criar hijitos de mamá"
Redacción EC

Hay algunas personas que, aunque parezca que recibieron desde niños todo lo que necesitaban para la vida, no logran florecer como adultos autónomos y realizados. Sus padres no entienden en qué fallaron. Creen haberles dado todo lo que estaba en sus manos para que lleguen muy lejos y sean felices. Pero esto no ocurre.

Con amor les dieron muchas cosas, dinero, viajes, regalos y momentos de felicidad de revista, como fabricando escenas que se verían maravillosas en un álbum. Sin embargo, descuidaron lo fundamental: enfocarse más en la calidad que en la cantidad.

No digo que brindar y proveer de cosas lindas, finas y deliciosas a los hijos sea el problema. Hay gente valiosa e independiente que ha recibido a chorros. Pero cuando se da sin explorar las necesidades reales del niño; cuando se lo anula de saque dándole cosas sin preguntarle qué le ocurre; cuando se parcha con cosas materiales en vez de detenerse a explorar su mundo emocional (comunicación real, observación, escucha, paciencia y atención) u otras maneras de dar sin dar, tiene efectos negativos en su desarrollo psicológico.

Es importante darle espacio al niño para que experimente sus propios deseos y sus propias necesidades. Pensemos por ejemplo en una mamá que le hace las tareas a sus hijos. Les alivia la carga, pero esos niños no aprenden a afrontar sus responsabilidades ni a desarrollar su propia creatividad y manera de resolver sus problemas. O los papás que se empecinan con que sus hijos jueguen fútbol, sin tomar en cuenta si el niño lo disfruta, o si tal vez él prefiere hacer otra cosa. Esto tiene un efecto castrante, pues no se los deja ser lo que son a su manera, ni desarrollar su propio mundo dándole la forma que ellos quisieran. ¿Resultado? No descubren qué ni cómo lo hubieran hecho ellos mismos. Entonces adquieren una idea preconcebida de cómo ‘deben’ ser las cosas, de acuerdo al gusto de sus padres. Pero no exploran cómo ‘podrían ser’, ni su propio gusto, ni su propio estilo, ni tienen idea de qué significa escuchar su propia voz.

Si a un niño no se le pregunta suficientemente cómo está, qué quiere, qué piensa, no aprenderá a preguntárselo a sí mismo. Es decir, si no recibe empatía durante la crianza, no aprenderá a mirarse, a conocerse, ni descubrirá quién es realmente. Y a largo plazo, no aprenderá tampoco a ser empático, a entender ni a pensar en los demás.

Ser adulto no es garantía de madurez. Lo que como padres se debe desear a los hijos es que logren ser ellos mismos. No que sean lo que sus padres quieran diseñar ni lo que sus padres hubieran querido ser. Se debe ayudar al niño a convertirse en alguien que logre ser autónomo, que se reconozca a sí mismo, que pueda dar espacio al otro también, que sepa turnarse las responsabilidades, que funcione como equipo con el otro, que pida ayuda si la necesita y que también sea capaz de captar cuando alguien lo necesite a él.

Cuando esto no se logra, hablamos de adultos cuyo autoconocimiento es pobre, que en realidad no son felices y que no logran entender por qué. Su crecimiento interior es limitado y afecta también sus relaciones. No han logrado dejar de ser niños para convertirse en adultos hechos y derechos.

Lo más saludable es que desde pequeños se ayude a los niños a reconocer y entender sus propios miedos, sus propias dificultades, sus frustraciones y necesidades. Ayudarlos a descubrir sus propios recursos sin soplarles la respuesta. No pretender que sean perfectos sino hacerles saber que no lo son, que nadie lo es, y que no importa porque aun así son maravillosos y merecen ser amados y se les quiere muchísimo. Con eso a la base, los padres deben soltar su necesidad de sentirse indispensables y entonces esos niños estarán más cerca de ser los adultos autónomos que tienen derecho a ser.

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