Natalia Parodi: "Hacer que suceda"
Natalia Parodi: "Hacer que suceda"
Redacción EC

Desde chica siento en las espaldas el enorme peso de terminar lo que empiezo, y con eso el temor de dejarlo a la mitad y decepcionarme de mí misma. Me pasa igual con cumplir lo que prometo. Por eso pienso bien antes de prometer. Porque me lo tomo muy en serio. Y las promesas más difíciles a veces han sido las que me he hecho a mí misma.

A lo largo de los años he conocido personas de todo tipo. Y cuando me he encontrado con los de mi especie, siempre he sentido una conexión especial. Personas apasionadas, entregadas, sensibles, con una búsqueda genuina, capaces de comprometerse de lleno en todo lo que hacen.

Hace algunas semanas dos de mis mejores amigos sacaron a la luz proyectos en los que han estado sumergidos creando y dando forma a sus ideas, sentimientos y sensaciones: Javier Echevarría estrenó el unipersonal ‘Se busca emprendedor’ y Bruno Ascenzo la película ‘A los 40’. Ambos son valientes trabajos que llevan el espíritu del momento que cada uno vive y el sabor con que lo atraviesan.

A Javier lo conocí hace 14 años a través de amigos en común un día que resultamos sentados juntos en la misma fila del cine. Era solitario pero yo no lo sabía y transgredí un límite: por fastidiarlo le metí un cabezazo –suavecito- que él no esperaba. Se desconcertó un instante y luego rió. Nadie jamás se había acercado así. Le pareció divertida mi irreverencia y de inmediato ingresé a su mundo. Ese fue el inicio de una amistad que hasta hoy sólo crece y crece.

Javier era misterioso. Un día descubrí que coleccionaba en un cajón recortes de periódico de artículos que le parecían interesantes. Leía todo tipo de cosas. Desde neurociencias hasta budismo, matemáticas, política, arte y quién sabe cuántas cosas más. Siempre curioso, paciente, lúcido y firme, reunía ingredientes aunque no supiera todavía para qué. Pero algo iba cocinando. Aderezaba todo con fe, con ilusión y con una motivación que hasta hoy es inmensa. Además creía en la magia y sumado a su capacidad para hacer del trabajo un placer, era siempre inspirador y enormemente creativo.

Cuando Bruno tenía 9 años un día fue donde su papá y le pidió: ‘Llévame a la Casa Dasso’. Su papá le respondió ‘¿Qué es eso?’. Y aquél niño inquieto le dijo ‘Es donde se graban las telenovelas’. Así el papá llevó a su hijo aún desconocido a la Casa Dasso, sin imaginarse que al tocar esa puerta, Bruno ingresaría a una nueva vida. Comenzó a ir seguido y pronto lo llamaron para actuar. Un tiempo después estaba protagonizando la novela infantil que lo lanzó a la fama. De ahí no paró más.

Yo lo conocí cuando tenía 16 años. A pesar de ser mucho mayor que él, nos hicimos muy amigos. Éramos de la misma especie y enseguida nuestra amistad fue profunda, tierna y divertida. Lo que siempre me fascinó de él fue su incansable curiosidad. Desde pequeño investigaba cómo funcionaba cada cosa, cada cámara, el switcher, el plano, cómo se hacía cada toma y para qué servía cada botón. Así pasaron los años y con agudeza, humor y tenacidad, ha hecho todo lo que se ha propuesto: desde programas de radio y televisión, novelas, obras de teatro, guiones, programas por Internet, de entretenimiento, de entrevistas, cursos y viajes, hasta llegar a director de cine. Nunca se conforma con sólo desempeñar el papel que le asignan. Aplica todo lo aprendido para llegar lejos y un poco más allá. Y siempre usa su imaginación para aterrizar sus sueños. Es de los que le sacan el jugo a la vida.

Hoy ambos se atreven a soñar y seguir luchando por lo que quieren. Son grandes emprendedores. Cuando una puerta se cierra, tocan otra. Y si ninguna se abre, construyen un túnel o un puente. El temor no los detiene. La dificultad tampoco. No esperan sentados ningún milagro. Por supuesto si llega lo agradecen, pero mientras tanto, aunque tome años, ponen todo de su parte hasta lograr que las cosas sucedan.

No digo que estoy orgullosa porque eso sería como apropiarme de sus triunfos. Lo que siento es admiración. Nos hacen ver que se puede disfrutar el camino y que si se conserva ese impulso hasta el final, se pueden cumplir esas promesas que uno se hizo a sí mismo.

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