Verónica Linares: "Atención, atención"
Verónica Linares: "Atención, atención"
Redacción EC

Escribir esta columna semanal me exige respetar al milímetro una especie de ritual para concentrarme. De lo contrario, corro el riesgo de demorar hasta dos días en cerrar un párrafo.

Lo primero que hago es salir de mi casa. Es indispensable, pues ha pasado más de una vez que me siento frente a la computadora y de pronto pasan cosas inusuales, por decir, que suene el teléfono fijo. ¡Como nunca! Ese aparato para callado toda la semana y justo el día que quiero concentrarme, suena. A veces es alguien ofreciéndome algún producto o una grabación que me recuerda el prefijo para las llamadas internacionales. Otras veces es la señora del mantenimiento preguntando si puede pasar a recoger la plata. También llama mi mamá, que está por salir al supermercado y quiere saber si me adelanta algunas compras. Le digo que no es necesario, le agradezco su preocupación, corto y me quedo reflexionando sobre el eterno rol de madre que  cumplimos sin siquiera proponérnoslo. Entonces veo en el reloj del microondas que es casi el mediodía. Así que prefiero huir.

Una vez en la calle pongo mis celulares en silencio. No me atrevo a apagarlos porque me aterra pensar que ocurra una emergencia en casa y no puedan comunicarse conmigo. Además, de vez en cuando chequeo las noticias. Tampoco me voy a abstraer del mundo. La idea es no escuchar en qué momento llega un Whats App, un correo electrónico o los mensajes del Twitter y Facebook. Es una tentación, alguna vez he agarrado el teléfono para responderlos y cuando me doy cuenta ya perdí 45 minutos o una hora.

¿No sienten a veces que la vida es como un reality show? ¿Que lo que sucede está cronometrado y que los productores a propósito te ponen obstáculos para ver cómo reaccionas? Así funcionan los realities y así me siento a veces. Que alguien se divierte viendo cómo hago para llegar a tiempo a recoger el saco de mi marido de la lavandería para esa presentación importante, mientras cargo mi cartera con la laptop, la mochila con los pañales, a Fabio en el brazo derecho y con la mano izquierda reviso el celular. Sudando así sea invierno. No importa todos los check que cumpla en un día, siempre habrá algo más que hacer.

Luego de reducir las funciones de mi Smartphone hasta dejarlo tan inútil como uno análogo, saco mis tampones y me los coloco con precisión en los oídos para eliminar la mayor cantidad de ruido posible. Solo entonces arranco. Lejos de la gente para no iniciar una conversación sin querer queriendo. Ahora mismo veo al agente de seguridad del café donde estoy. Me llama la atención su juventud y seriedad. Casi no mueve los ojos. ¿Habrá querido ser militar? Debe tener unos 22 años. ¿Tendrá miedo a que se reglamente la llamada ‘Ley Pulpín’? ¿Podré entrevistarlo para el blog? ¡Concéntrate, Verónica! Entonces me cambio de mesa y pongo mi silla de tal forma que en mi campo visual solo haya una aburrida pared.

Soy muy distraída y trato de eliminar cualquier agente externo que capte mi atención. Así que trato de crear el ambiente adecuado. ¿Ustedes creen que tenga algún grado de TDA (síndrome de déficit de atención)? Cuando era niña no existía esa definición, o por lo menos era poco difundida, así que no lo sé. Lo que sí me consta es el testimonio de mis profesores del colegio, de la universidad, de mis jefes del matinal y del programa de noche, que ven cuánto me cuesta estar quieta y atenta: ¡Verónica, ya vamos a salir al aire, prevenida!

Ni qué decir de la paciencia de mis compañeros de conducción. Alguna vez, luego de regresar de vacaciones, me piden tranquilidad o que hable más lento. Me encuentran muy acelerada. En realidad, se desacostumbraron de ese movimiento incesante a su lado. Es decir, de mí. No los culpo.

A nadie le gusta reconocer que tiene defectos y menos aun enumerarlos, pero es un ejercicio saludable. Es bueno conocer nuestras debilidades para aprender a sacarles la vuelta y evitar que nos controlen. Convertir un defecto en virtud, eso es. Como decimos los periodistas: todas las noticias tienen más de un ángulo. Que el espejo no solo sirva para ver si engordaste un kilo más o si te salió una nueva arruga. A mí me resulta perfecto parecer una loca antisocial. Sentada en el rincón más vacío de un local, dándole la espalda a todos y con tampones naranjas en los oídos. Pero logré mi objetivo: Esta columna. ¡Mira más adentro!

Contenido Sugerido

Contenido GEC