Receta rápida para que todos piensen que has perdido la razón: anda a un restaurante y pide un lomo saltado sin papas, sin arroz y sin tomate. Cada vez que yo hago ese pedido obtengo la misma reacción. Los que me acompañan en la mesa, se burlan y murmuran: mujeres. El pobre mozo con un signo de interrogación sobre la cabeza solo atina a repreguntar: «¿Sin papas, ni arroz, ni tomate?». En realidad lo quiere decir es: «¿estás segura? Porque eso se llama de cualquier manera, menos lomo saltado». Cuando recién salía con el papá de Fabio, recuerdo que me miraba sorprendido. Creo que hasta arrugaba la nariz. Le parecía imposible que alguien comiera sin arroz.
Hoy cumplo cinco años y dos meses visitando a un nutricionista. Por un problema en el estómago, reduje mis almuerzos a un desabrido pollo a la plancha con arroz y papa sancochada. El gastroenterólogo me prohibió el tabaco, el alcohol, los chocolates, las frituras, los ácidos y las gaseosas. No podía comer ensaladas con limón, tampoco ciertos vegetales y frutas. No sabía qué comer. Así que acudí a un experto para que me enseñara a combinar la comida teniendo en cuenta las restricciones médicas que tenía. Recuerdo que en la primera cita le especifiqué que no quería bajar de peso. En el 2009 era de las que decía que no se dejaba llevar por esa moda enfermiza de querer verse esquelética. «Tengo cuerpo peruano», solía decir.
Ahora aquel nutricionista se ha convertido en uno de mis mejores amigos. Me siento frente a él dos veces por semana y no solo le cuento qué comí sino también qué haré cada día. Su metodología es personalizada. A pesar de que ya pasó mi problema de salud, sigo yendo a su consultorio para mantener alejados esos cinco kilos que bajé desde que lo conocí. No sé si es por vanidad o por estilo de vida.
Por la sala de espera del nutricionista desfila todo tipo de pacientes: Las que quieren bajar los rollos para el verano, los casos críticos de obesidad, las que hacen dieta hace años y se estancaron en un peso, las que quieren recuperar sus medidas después del parto. También hay hombres y cada vez son más. Antes, la mayoría llegaba junto a su novia. O más bien, arrastrados por sus novias y con el parte bajo el brazo que indicaba el estricto ‘deadline’: tres meses para entrar en el smoking de la boda.
El martes me di con la sorpresa de que el papá de Fabio había llamado a mi nutricionista, para hacerle unas consultas sobre su alimentación. Reí tanto. No me malentiendan: aplaudo su fuerza de voluntad. Para mí está muy bien como está. Pero si bajando un par de kilos se siente mejor, excelente. No pude evitar recordar su cara al verme comer solo la hamburguesa del sánguche dejando de lado el pan, los tomates y la lechuga porque en mi dieta solo me tocaban carnes. Pero lo que me hizo reflexionar fue la bolsita que llevó a la casa: eran dos kilos de la famosa semilla de chía.
Ese día no me atreví a contarle a él que esa semillita está inflada por el márketing. Estaba tan entusiasmado que no quise desmotivarlo. Claro que la chía es buena, pero mi nutricionista me explicó que mejor aun y más barata es la linaza. Tiene más concentración de grasa que ayuda a la piel y el cabello. Más concentración de fibra que bota la grasa del cuerpo y fitohormonas que ayudan en la premenopausia y posmenopausia.
Además me contó que los hombres ya no se sienten bien con esa curva de la felicidad que exhibían orondos en la playa. Hace años se ufanaban de tener una barriga más grande en el verano porque tomaban más cerveza. Ahora, no dejan de tomarse unas botellitas, pero balancean ese exceso con menos comida. Hasta los ‘headhunters’ toman en cuenta el peso de los posibles ejecutivos: dicen que alguien que no controla su apetito desmedido no posee disciplina.
Me parece maravilloso que ahora a ellos también los juzguen por su apariencia y que su sobrepeso se tome como un posible síntoma de inestabilidad emocional. Cuando escuché eso sentí, por primera vez, que el mundo estaba cambiando, un poquito. Sentí que estábamos en la misma cancha y bajo las mismas reglas de juego. Aunque él por ahora sea del equipo de la chía y yo de la linaza.
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