La maldición argentina, por Jerónimo Pimentel. (Foto: Agencias)
La maldición argentina, por Jerónimo Pimentel. (Foto: Agencias)
Jerónimo Pimentel

La selección argentina es, desde hace mucho, un problema curioso: muchos la quieren, pero cuando la consiguen nadie sabe qué hacer con ella.

A fines de los años 90 Marcelo Bielsa tomó el equipo con la idea de ganar el Mundial del 2002 y fue eliminado en primera ronda; dos años después, en la Copa América celebrada en el Perú, cayó en la final ante Brasil y, con la derrota, perdió el puesto. Este resumen es injusto, pues no expresa las virtudes de un equipo que logró un rendimiento notable (perdió apenas 11 partidos en 5 años) y desplegó un juego vistoso; pero cuando el rasero es la vitrina de trofeos el entrenador puede perder legitimidad en 90 minutos.

Este valor, la legitimidad, era el que le sobraba a Pekerman, héroe de las selecciones menores de la Albiceleste, cuando aceptó el reto de entrenar a los adultos. Su ciclo, sin embargo, terminó luego de dos años en la tanda de penales que dio la victoria a los alemanes en el 2006, aquella que inmortalizó a ‘Papelito’ Lehmann. Es posible sostener que a partir de este momento Argentina entra en un proceso inestable y negativo.

Basile tomó al equipo por segunda vez en su carrera, pero no tuvo una etapa propiamente dicha; lo reemplazó Maradona, quien con un Messi en pleno diluyó el prestigio de ambos por culpa de un desempeño ridículo en Sudáfrica 2010; solo para ser sustituido por su ex asistente, Sergio Batista, quien apenas condujo 17 partidos. Sabella, quien venía de obtener una Libertadores con Estudiantes, recuperó el respeto y la solidez de un conjunto que ya, por mucho tiempo, dejaba la sensación de desperdiciar al mejor futbolista del mundo. Hay que ser muy mezquino para atribuirle a ‘Pachorra’ alguna responsabilidad por la final perdida ante Alemania en el Mundial brasileño, su último partido como técnico de dicha selección.

La nueva derrota obligó a convocar a Martino. La idea de que una conexión rosarina entre él y Messi iría a romper la sequía fue frustrada dos veces por Chile, quien negó en dos finales consecutivas las respectivas copas América. Bauza, campeón de la Libertadores con San Lorenzo, fue un paliativo efímero e ineficaz: duró ocho partidos y su paso apenas se puede calificar de olvidable.

La conclusión de este brevísimo resumen es evidente: el comando técnico de la selección argentina es una moledora de carne. ¿Sampaoli podrá revertir este maleficio?

Lo tiene complicado. Su esquema preferido demanda tiempo y continuidad, y la historia reciente ha enseñado que ni los hinchas ni los dirigentes argentinos se caracterizan por su paciencia. Su éxito en Chile se debió, en mucho, a que construyó sobre el legado de Bielsa; ahora, en cambio, recibe un equipo confuso. Su carácter, complicado de cara a los medios, disforzado en su hipercontrol, lo convierte en un blanco sencillo para una prensa ansiosa y sobrecafeinada. La manera en la que obtuvo el cargo, con una mezcla de mentiras y falsas indignaciones, tampoco deja una sensación de seriedad. La única moneda con la que podrá pagar de aquí en adelante es el éxito. Y el éxito, como enseña Kipling, es solo un impostor.

La victoria ante Brasil fue extraña por su carácter amistoso, por el curso de juego y por el paisaje australiano. Sampaoli busca la línea de tres en un equipo que sufre defensivamente, insistirá en la presión alta y en la posesión, lo que parece afortunado, pero en un punto, cuando el tiempo cambie a peor, como se vio en el segundo tiempo, parece dispuesto al pragmatismo. Bielsa le regaló un extraño elogio a propósito de esa disposición a traicionarse a cambio de tres puntos. Será entretenido observar si eso le bastará o si la condena continúa

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