Tuvieron 20 años todos y 40 también. ¿Qué hicieron para no dejar de ser top en lo que hacían? Aquí unos secretos (y unos ejemplos).
Germán Carty. Tenía 45 años el día en que impuso su último récord: ser el primer futbolista peruano en jugar en Primera con esa edad. El nombre de ese club no importa más que el suyo, que en todo ese tiempo fue un sinónimo y garantía de notable profesional. Carty ya había sido campeón con Cienciano en la Copa Sudamericana, además del goleador del torneo, con una entereza física que no era milagrosa; era educación. Siempre fue así. Una tarde de 1995, cuando acababa de fichar por la ‘U’, Germán visitó a su amigo Roberto Aspe en su casa camino a La Balanza, en Comas. Era el cumpleaños del volante rosado y mi viejo, amigo del jugador, también pasó a saludarlo. Después de abrir algunas cervezas, alguien le hizo a Carty la pregunta obligada, la clásica. “No, gracias. Yo no tomo”, respondió el delantero. En la otra vereda ya se construían los antihéroes del ampay, así que esa frase tuvo el efecto revelador de los extraterrestres. Sirva este fortuito hecho del que fui testigo para entender lo que separa vigencias de descalabros. Y de por qué Germán Carty mantuvo siempre el físico que ya hubiera envidiado cualquier ‘jotita’.
Sergio Ibarra. Solo el día en que el periodista Julio Vizcarra fue testigo del reto Ice Bucket Challenge –tirarse agua con hielo al cuerpo por una causa benéfica mundial–, el Checho tuvo miedo. Tiritó. Antes no. Nunca. Ni cuando dejó su Río Cuarto querido para dormir en un cuartito de 2x2 en Miraflores y lo dejó sordo la bomba de Tarata, ni cuando se enfrentó a su Boca en la final de la Recopa 2004 y fusiló al ‘Pato’ Abbondanzieri como si en esa patada se jugara los frijoles de sus hijas. Solo ese ímpetu, ese chaleco antibalas a prueba de críticas y criticones hizo que el NN que llegó a Lima en 1992 se convierta, a medida que se le envejecía el DNI, en el goleador histórico del fútbol peruano. El récord de récords. Y encima tiene carisma. Y encima estudió para técnico. No fue uno de la ‘U’, de Alianza o de Cristal. No fue uno de Muni o del Boys. Fue el Checho Ibarra, profesional al 200%, el que se ganó despacito un nombre en la tabla de artilleros del fútbol peruano del que ahora –con absoluta justicia– no será borrado jamás.
Claudio Pizarro. ‘Tupacamarizado’ en cada convocatoria de la selección, Claudio ni siquiera necesita dar notas para que hablen todos de él. En el Perú su nombre sirve para pifiarlo por los goles que no hizo con la selección; en Alemania es para reconocer su vigencia: con 38 años formó parte del plantel principal de Werder Bremen y lo hizo con un profesionalismo que ni las lesiones o la falta de gol apagó. Y como si fuera un mensaje encriptado, en vez de decir “vuelvo al Perú” sostiene que “quiere seguir en Europa”. Algunos lo llaman locura. Para otros, menos rencorosos, es ambición.
Leao Butrón tiene 40 años, tapa 10 puntos en partidos picantes, lleva una familia y está por terminar un Máster en Gestión Deportiva. No es el único ejemplo en el fútbol peruano, claro. Pero deberían ser muchos más.