Las palabras de Miguel Grau luego de una cena en Arica, pocas semanas antes del combate de Angamos, el 8 de octubre de 1879, de que “si el Huáscar no regresa triunfante al Callao, tampoco yo regresaré”, marcaron la memoria de su valentía y de su deseo más profundo. Es necesario recordar esa frase de Grau en momentos que un candidato a la presidencia del Perú retoma el viejo tema: el regreso del legendario monitor a la costa peruana.
LEE TAMBIÉN | Elecciones: cuando El Comercio se convirtió en casa de debates presidenciales y municipales
El Huáscar descansa como un museo naval en el puerto de Talcahuano, en la región del Biobío, en la costa central, a unos 500 kilómetros al sur de Santiago. Chile lo tiene en buenas condiciones, reconstruido y adornado, lejos de la imagen de ese monitor que luchó a sangre y fuego por el honor nacional, y cuyos marinos trataron de hundirlo sin conseguirlo. Por eso es que Chile lo tiene como un trofeo de guerra. Ese fue su derecho.
De alguna forma, en este siglo XXI el Huáscar volvió a las noticias de actualidad cuando en el 2003, el comandante en jefe de la Armada chilena, almirante Miguel Vergara, reveló que la bitácora del monitor existía, que había sido rescatada y guardada celosamente por la Armada chilena. Fue una de las pocas cosas que rescataron del destrozado navío peruano que comandaba Miguel Grau Seminario.
Allí había datos de abastecimientos y compras, así como detalles de sus preparativos; la vida de un monitor glorioso para el Perú. Un diario que registró todo desde el 9 de abril de 1879 (a cuatro días de la declaración de guerra), pasando por el 17 de mayo de 1879, el día en que zarpó por primera vez del Callao hacia al sur, hasta el 6 de octubre de 1879, es decir, a solo dos días antes del combate final.
El valor histórico de esa bitácora era inmenso para los peruanos, tanto o más que para los chilenos. Una copia de la misma le fue entregada en el 2005 a la Marina de Guerra del Perú. Una copia fiel de la bitácora del heroico monitor Huáscar. Desde entonces, el Huáscar parecía haber vuelto desde las tinieblas del pasado en la mente de los políticos, militares y del pueblo en general, y ya no solo cada 8 de octubre.
MIRA TAMBIÉN: Guerra del Pacífico: 36 acuarelas documentan el drama vivido por los peruanos
El gesto de desprendimiento de los marinos chilenos provocó una ola nacionalista en un sector de los políticos peruanos, quienes empezaron a fraguar ciertas ideas “reivindicadoras” del sacrifico del Huáscar. Y así empezó a crecer, más que nunca, el exabrupto de pedir y, a veces exigir, la devolución del monitor de Grau.
En marzo del 2007 era un hecho que la presidenta chilena Michelle Bachelet estaba comprometida con la devolución al Perú de los libros (o parte de ellos) que fueron robados por los soldados chilenos de la Biblioteca Nacional del Perú (BNP). Ese latrocinio ocurrió, por supuesto, durante la ocupación chilena de Lima entre 1881 y 1883, durante la Guerra del Pacífico.
Por tener su origen en el pillaje, los libros peruanos debían haber sido devueltos hace décadas, es más, debieron regresar con Tacna en 1929. Porque eso fue un asalto, y el Perú merecía tener de nuevo en su biblioteca principal esos valiosos volúmenes de los siglos de la Colonia y la República. En el 2007, la presidenta Bachelet contó con el apoyo a esa medida justa del senador del Partido Socialista chileno, Alejandro Navarro, quien consideró también que dicha devolución “tendería puentes entre ambos países”.
MIRA TAMBIÉN: Miguel Grau: bisnieto cuenta cómo regresó al Perú en 1958 con tesoros del héroe de Angamos
Pero el caso de los libros peruanos sustraídos por los soldados chilenos no era el mismo que el del monitor Huáscar. Lo del navío glorioso no fue un robo ni un pillaje. En las artes de la guerra, Chile simplemente se quedó con el monitor tras un combate naval declarado, y lo usó incluso para bombardear puertos en la costa peruana, en la costa enemiga, algo por lo demás usual en cualquier trance bélico de esos años y posteriormente.
Sin embargo, con respecto al Huáscar los gestos oportunistas han venido tanto del Perú como de Chile. En agosto del 2010, el ministro de Defensa chileno, Jaime Ravinet, llegó en visita oficial a Lima, y aquí, en medio de gestos de cortesía, planteó la posibilidad de que el gobierno de su país (el de Sebastián Piñera) devolviera el monitor Huáscar al Perú. Era su manera de superar las diferencias con nuestro país que ya llevaban 130 años. Dijo entonces: “Esto supone, realmente, rehacer la historia, adquirir un grado de confianza mutua extraordinariamente importante”.
En Chile y en Perú hubo revuelo. Pero más en Chile donde hubo rechazos, pero también quienes apoyaron la idea. Uno de estos últimos fue el presidente del Partido Progresista de Chile, Marco Enríquez-Ominami. El político y ex candidato presidencial respaldó la idea, sin detenerse a pensar en los detalles de un acto de esa magnitud.
MIRA TAMBIÉN: A 140 años del combate de Angamos y el heroísmo de Grau
Estos políticos se expresaban así, a sabiendas de que no se haría realidad por los usos de la guerra. Ni Chile devolvería el Huáscar ni el Perú lo recibiría en esas condiciones o en ninguna otra. Pero Enríquez-Ominami insistía en Lima: “Yo estoy a favor de esos gestos que generen confianza e integración entre ambos países”. Ese 20 de agosto del 2010, el político chileno dio una conferencia sobre la participación de los jóvenes en la política.
Igual pensaba, o al menos así lo expresaba entonces, su compatriota, la presidenta del Partido por la Democracia (PPD), Carolina Tohá, quien usó su cuenta de Twitter para respaldar la posibilidad de devolver el monitor, un trofeo de guerra para Chile luego del conflicto de 1879.
A poco más de un mes para dejar sus asientos en el Parlamento, y ya con los resultados de la segunda vuelta electoral presidencial del 2016 que indicaban que su lideresa, Keiko Fujimori, no sería presidenta del Perú, siete miembros del partido Fuerza Popular (la bancada mayoritaria), encabezados por el congresista José Elías Ávalos, propusieron un documento con el pedido de que el gran monitor del siglo XIX regresara “temporalmente” al Perú para las celebraciones por el bicentenario de la independencia en el 2021.
De su bancada firmaron seis congresistas más (siete en total), pero la moción terminó siendo firmada por 50 legisladores de todos los grupos parlamentarios. Ante el despropósito de sus colegas de bancada, el legislador y almirante en retiro de la Marina, Carlos Tubino tuvo el placer de informar a la prensa que estos ilustres congresistas fujimoristas ya habían “retirado sus firmas” del inusual escrito. Según Tubino, él “ni muerto” hubiese suscrito la moción promovida por sus compañeros de bancada.
Lo mismo pensó la Cancillería peruana. El 15 de junio del 2016, con toda la diplomacia del mundo, el Ministerio de RR.EE. consideró “desacertado” el pedido sobre el glorioso navío del héroe Miguel Grau. Incluso la ministra, Ana María Sánchez, descalificó la moción y dijo que, además, ni siquiera tenía relación con el bicentenario de la independencia (1821).
El 25 de junio del 2016, luego del bochornoso intento congresal de “recuperar” el Huáscar por un tiempo breve, Jorge Colunge, ex embajador del Perú en Chile, escribió en El Comercio un artículo con el título de “El Huáscar y el derecho internacional”.
En él se exponía el despropósito de la moción de esos 50 congresistas salientes, y también qué significaba el “derecho de captura” en situaciones de guerra, lo cual, por código penal y derecho internacional de la época, no calificaba para los productos robados por saqueos, los cuales sí deberían ser devueltos.
Colunge fue claro al decir que no se podía “pedir prestado” algo que en su origen era nuestro, tanto material como espiritualmente. Porque, sin lugar a dudas, el monitor Huáscar es parte de nuestra historia. Una dura, dolorosa y sangrienta historia.
El Huáscar de Grau en el puerto de Talcahuano, como museo naval, honra el valor y la gloria de los hombres de ambas fuerzas militares que allí dieron su vida. Por ello, para Colunge no solo era un trofeo de guerra sino también un espacio para la memoria de los caídos de los dos países. Porque un trofeo de guerra también puede ser un canal o vehículo para la paz, sin necesidad de demagogias o poses electorales.
Contenido GEC