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Tranvías en Lima: cuando la vida andaba a 30 km. por hora
El historiador peruano Jorge Basadre Grohmann (1903-1980) afirmaba que el creciente desarrollo urbano del Perú había empezado a fines del siglo XIX. Una clara señal de ese cambio fue el tranvía eléctrico, que apareció unos años después en Lima, en 1904.
Con la llegada del tranvía de tracción eléctrica, cuando el siglo XX empezaba a andar, es que los limeños y chalacos sintieron que la vida se les hacía más fácil. El presidente Manuel Candamo inauguró la primera ruta de tranvías, el 17 de febrero de 1904. Esta iba de Lima a Barranco, y luego a Chorrillos.
Meses después, el 27 de julio de 1904, entró en circulación la nueva línea del “Ferrocarril Eléctrico” (como lo llamaban popularmente), la que enlazó la capital limeña con el puerto chalaco.
Hasta entonces solo existía el llamado “tranvía de sangre”, que era jalado por mulas y que funcionó desde marzo de 1878 hasta fines del siglo XIX. La ‘Compañía del Ferrocarril Urbano de Lima’, que había utilizado la mencionada tracción animal, se fusionó con la exitosa “Empresa Eléctrica Santa Rosa”.
A lo largo de las décadas de 1910 y 1920, el servicio de tranvías se prodigó en cuatro líneas: la urbana de Lima y las interurbanas del Callao, Chorrillos y Magdalena.
En 1923, el conjunto de estas líneas hacía un total de 166 km. Pero el servicio que más recuerdan los antiguos usuarios empezó a funcionar en 1934, con la creación de la “Compañía Nacional de Tranvías”.
Esta compañía se mantuvo activa durante tres décadas. Los limeños de vieja estirpe y las oleadas de migrantes del interior que llagaron a Lima en los años cuarenta y cincuenta compartieron aquella modalidad de locomoción.
El historiador y ensayista Hermann Buse de la Guerra, en un nostálgico artículo póstumo sobre el tranvía, publicado en El Comercio el 22 de octubre de 1965 (“Despedida del tranvía”), contó que este medio “favoreció las mataperradas en los Barrios Altos, en las Cinco Esquinas, en los inquietos jirones de Monserrate y en las típicas callecitas de Abajo el Puente”.
Buse de la Guerra añadía que la profesión de ‘gorrero’, por así llamarla, abundaba en esos buenos tiempos de uniformes caquis y cabellos engominados.
“Hubo gorreros habilísimos, capaces de las mayores hazañas, que trepaban a la carrera. Jamás el tranvía estuvo solo. Como un gran caudillo, era esperado y seguido, seguido hasta en la clandestinidad”, describía en su nota Buce.
LA HORA DEL ADIÓS DE LOS TRANVÍAS
Pero la vida siguió su curso. La ciudad mutó, devoró lo viejo y anunció lo nuevo como una obsesión. Las nuevas pistas, como la moderna Vía Expresa, en el Paseo de la República obligaron a pensar en el cierre del servicio de tranvías. También conspiraron para ello los onerosos costos de su mantenimiento y la falta de repuestos en el mercado.
En 1965, ya solo había 24 tranvías recorriendo a duras penas las calles. La antigua “Compañía Nacional de Tranvías” agonizaba en cada lento viaje. La huelga general de operarios y empleados, el 18 de setiembre de 1965, acabó definitivamente con este sistema de locomoción de Lima.
Asimismo, las deudas abundaron y las máquinas terminaron en los talleres como chatarra enmohecida y silenciosa. Ante la declaración oficial de cierre, el 19 de octubre de 1965, El Comercio dio la noticia con una frase lapidaria: “No volverán a circular más los tranvías en Lima”. El telón para ellos se bajaba después de 61 años.
Vine de Talara a Lima para estudiar periodismo en la Universidad Católica y me encontré con los tranvías, algo nuevo para mí, que unían toda la ciudad. El de Chorrillos, por ejemplo, iba por Paseo de la República, llegaba al Centro, pasaba por El Comercio y seguía por Lampa hasta Palacio de Gobierno, y de allí al Rímac.
En aquella época, la mayoría de muertes relacionadas con tranvías eran en verdad suicidios. Había pocos casos de atropellos debido a que la velocidad era mínima. Por lo general, el tranvía iba a entre 30 y 40 kilómetros por hora.
De aquella época también recuerdo nítidamente que los alumnos se gastaban la propina y que debían volver a casa colgados de los estribos del tranvía. Es verdad, la mayoría de adolescentes gorreaba este tipo de movilidad, era una tradición popular subir y no pagar.
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