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Bicentenario de José Olaya: ¿cómo se celebraron en el Perú los primeros 100 años de la muerte del prócer chorrillano?
José Silverio Olaya Balandra nació en 1782 en Chorrillos, por lo tanto, enfrentó a la muerte aquel 29 de junio de 1823 a los 41 años, convirtiéndose en un prócer de la independencia del Perú. Hoy que es su bicentenario, recordamos la vez que el pueblo peruano celebró el primer centenario de Olaya durante el ‘oncenio’ de Augusto B. Leguía.
José Olaya fue el prócer que prefirió la muerte a delatar a sus compañeros patriotas en esos agitados días de junio de 1823, cuando la proclamación de la independencia se había dado dos años antes, pero el país en general aún seguía debatiendo entre apoyar o no a los independentistas. Olaya no lo dudó ni un segundo. Su imagen fue desde entonces la de un hombre valeroso, íntegro y patriota. Su recuerdo hizo inolvidable la conmemoración de su centenario en 1923, así como hoy se celebra su bicentenario.
EL RECUERDO DE JOSÉ OLAYA EN SU PRIMER CENTENARIO (1823-1923)
Las celebraciones por el centenario de la muerte heroica del prócer chorrillano José Olaya marcaron en lo popular la década de 1920, un decenio completamente patriótico, pues desde 1921 se venía recordando cada una de las fechas más significativas del proceso emancipatorio, y seguirían viniendo con los 100 años de las batallas de Junín y Ayacucho en 1924.
Ese mismo 29 de junio de 1923, la noticia más mediática tuvo que ver con la nueva tecnología automotriz: se rompió un record de velocidad en automóvil en Londres, Inglaterra. Esa nota era, de lejos, la que más llamaba la atención de los lectores. Y es que William Campbell realizó esa proeza con un auto fabricado en tierras inglesas, con “un motor de 350 caballos”. Con ese coche de carrera recorrió “un kilómetro en 16 segundos”, a una velocidad de 218 km./h.
En medio de esa proeza automovilística, la mejor noticia de ese día fue la que nos hizo recordar que 100 años antes un hombre, un pescador, había muerto por la patria. José Olaya nadaba del Morro Solar al puerto chalaco para llevar información valiosa entre los patriotas. Tras ser capturado, y luego de ser torturado sin resultados –pues no soltó ningún nombre clave–, fue fusilado el 29 de junio de 1823, en ese pasaje de la Plaza de Armas de Lima que hoy lleva su nombre.
Cien años después de ese hecho histórico, el viernes 29 de junio de 1923, se escucharon en toda Lima, 101 cañonazos en recuerdo del héroe peruano. El fusilamiento de Olaya se había ejecutado a las 11 de la mañana, y a esa misma hora, se escucharon los tiros de artillería en 1923, en un Lima pequeña si la comparamos con la urbe limeña de hoy. “A esa misma hora, se izará en todos los edificios públicos el pabellón nacional”, decía El Comercio el 29 de junio de 1923. Un pabellón nacional que José Olaya no llegó a conocer.
El conmemoración popular se vivió en la villa de Chorrillos o “en el pueblo de Chorrillos”, como le decían aún. Esa vez, nadie olvidaba que Olaya había sido fusilado por órdenes del brigadier españolRamón Rodil. El acontecimiento se había realizado en la “Plaza Mayor de Lima”, con más precisión, en el Callejón de los Peteteros (hoy Pasaje Olaya).
Olaya era sentido, ya en ese 1923, como un héroe completamente del pueblo, porque a este pertenecía el humilde pescador chorrillano. Cuando se celebró aquel inolvidable centenario, vivía en Lima su biógrafo Ismael Portal (1863-1934), un escritor e historiador dedicado a la figura del prócer (entonces era el único), y con él los lectores de los años 20 supieron que Chorrillos era una caleta que existía desde los tiempos incaicos, y que había sido siempre un “pueblo de pescadores”.
LA IMAGEN INMORTAL DE OLAYA QUE YA TENÍAN LOS PERUANOS DE HACE UN SIGLO
José Olaya vivió en esas primeras décadas del siglo XIX la tensión de un país aún por definirse. Era un país de rumores y traiciones, y aún peligroso para expresar las ideas libertarias. Un Perú de intrigas y en esa dimensión el pescador héroe arriesgaba la vida en cada brazada que daba en el mar limeño durante sus incursiones patrióticas.
Y lo hacía libre, sin cargar en la conciencia la falta que podía hacerle a una esposa e hijos, pues no los tenía. Solo contaba con sus hermanos y sus padres, José Apolinario Olaya y Melchora Balandra. Él era el segundo de los doce hijos que tuvieron. Todos ellos muy patriotas en tiempos difíciles para serlo.
Los Olaya habían llegado de Eten (Lambayeque) a Chorrillos en tiempos coloniales, y era un clan familiar muy unido, indicaba una crónica de El Comercio. Asimismo, se indicaba que, según el biógrafo Portal, ese año de su inmolación José Olaya trabajaba con su hermano Cecilio en un local de baños, que este había levantado en el balneario chorrillano. “Era la temporada de verano de 1823″. (EC, 29/6/1923)
Pero Olaya fue un patriota no solo ese año de 1823. El Comercio señalaba entonces que “por espacio de más de dos años actuó activamente en los centros de conspiración, cuando en noviembre del año de 1820 la escuadra de Lord Cochrane fondeara muy cerca del Callao”. (EC, 29/6/1923). El prócer nacional hizo esos encargos de paso de información en su caballito de totora y muchas veces, para llamar menos la atención, a puro nado, de Chorrillos al Callao.
Según su biógrafo más antiguo (Portal), muy citado en tiempos de ese centenario deOlaya, era muy difícil que Olaya hiciera el regreso del Callao a Chorrillos también a nado. Con seguridad, en esos casos su retorno era por tierra. La famosa “señora de Luna”, a quien el héroe dejaba las “cartas”, se encargaba de hacerlas llegar a los jefes patriotas como Lord Cochrane y el mismo Antonio José de Sucre.
Pero las visitas de Olaya llamaron la atención de los espías del virrey La Serna, y un día el brigadier Rodil, el guardián del Castillo de Real Felipe en el Callao, mandó que lo siguieron sigilosamente. Olaya, con seguridad, sabía que lo seguían. Pero su deber era más importante que su propia vida.
Entonces fue detenido por una tropa al mando del secretario de Rodil, Manuel Llanos. El chorrillano fue conducido a una celda del Palacio de gobierno. “El 28 de junio de 1823, después de salir de la casa en referencia, de regreso de uno de sus viajes al Callao, es detenido en la calle de la Acequia Alta. Se le conduce en seguida a Palacio ante la presencia de Rodil”. (EC, 29/6/1923).
La calle “Acequia Alta” es hoy la cuadra cinco del jirón Cailloma, en el Centro de Lima. Olaya fue detenido a las cinco de la tarde de aquel infausto día. El biógrafo Portal describió el momento histórico: “El indómito Rodil pretendió seducirlo por medio de ofrecimientos de toda especie, para que declarase el nombre de la persona a quien había entregado aquellas comunicaciones: mas, viendo que nada conseguía, ordenó que le aplicasen doscientos palos, los mismos que soportó el patriota, sin pronunciar palabra. Insisten sus verdugos en la declaración y no la obtienen: aplicáronle entonces el horroroso tormento de arrancarle las uñas de las manos”. (EC, 29/6/1923)
La fortaleza de José Olaya nacía del respeto a su palabra y de una conciencia de patria que se estaba forjando justamente con sacrificios como el suyo. Portal concluyó la descripción del doloroso tormento: “Después, durante la noche, le cuelgan de los pulgares, y, finalmente, para acabar con tanto horror y tanta crueldad como principiaron, le condenan a muerte”. (EC, 29/6/1923)
Torturado, exhausto, aún mantuvo dentro de sí, hasta el último minuto de su vida, el secreto de la libertad que sabía que portaba. Se había deshecho de toda la información antes de ser capturado, arrojando las cartas y los documentos “a la acequia que corría por la calle de San Marcelo”, dijo Portal.
Olaya no les dio el gusto de verlo arrodillado, pidiendo clemencia o, peor, el gusto de escucharlo delatando a sus contactos. En las crónicas de 1923, en su centenario, ya se hablaba de él como el “prototipo del patriota modesto”. El mutismo de Olaya salvó muchas vidas y patrimonios que luego apoyarían a la total independencia del Perú.
El día de su muerte -29 de junio de 1823-, los limeños que salían de la misa dominical -porque fue un domingo que los realistas mataron a Olaya- miraron con estupor y algunos con indignación cómo una descarga cerrada de fusilería le quitaba la vida a ese humilde y valiente pescador, en un pasaje al lado de la Plaza Mayor de Lima. (EC, 29/6/1923)
Esos limeños no sabían ni se imaginaban que sus descendientes recordarían como a un héroe a ese hombre sencillo que era fusilado a pocos metros. Acompañó a Olaya en su último suspiro, un sacerdote de apellido Meneses, y a unos metros, la fría mirada de Rodil.
Sobre los delatores de Olaya (espías de los realistas), el capitán de NavíoJosé Valdizán Gamio escribió en El Comercio, el 29 de junio de 1973, día del sesquicentenario del héroe, que estos eran “José Mirones, un mulato que lo espiaba en Lima; y el pescador Leocadio Laynes, vecino de los Olaya en Chorrillos”. (EC, 29/6/1973)
El capitán Valdizán también añadió un dato interesante en torno a los minutos finales de José Olaya: “Antes de morir y al acercársele un esbirro para preguntarle su última voluntad, Olaya arrancóle de las manos la escarapela patria que le había arrebatado al apresarle, asestándole, violentamente, una sonora bofetada”. (EC, 29/6/1973)
EL DETALLE OLVIDADO QUE SE RECORDÓ EN EL CENTENARIO DE OLAYA
Dentro de las crónicas que se publicaron durante esos días agitados de junio de 1923, no se dejó de mencionar el famosodecreto que firmó José Bernardo de Torre Tagle, jefe supremo del Estado, presidente del Perú, con fecha del 3 de setiembre de 1823, es decir, solo dos meses y 4 días después del martirio de José Olaya.
En su parte resolutiva, luego de detallar la personalidad del héroe y la forma en que murió, el decreto señalaba textualmente, en sus dos primeros ítems, lo siguiente:
1.- “Por cincuenta años pasará revista el mártir, como subteniente vivo de infantería del Ejército en el estado mayor de plaza”.
2.- “Cuando sea nombrado en dicho acto, el sargento mayor de dicha plaza responderá PRESENTE EN LA MANSIÓN DE LOS HÉROES”.
Esta costumbre se realizó inquebrantablemente y por ley hasta 1873.
Pero la fiesta del centenario en Chorrillos empezó, en realidad, la víspera: el jueves 28 de junio de 1923. La encargada era la municipalidad, la cual ordenó que, desde el mediodía de ese jueves, todas las casas fueran embanderadas; asimismo, los locales comerciales. Antes, en esas horas previas del amanecer, el concejo chorrillano había organizado “un gran albazo”; esto es, bandas de música popular que festejaron, en plena calle, la figura centenaria de José Olaya.
Era el centenario del prócer chorrillano y había que celebrarlo desde esa víspera. Un hijo del pueblo lo merecía. De esta forma, a las 7 de la noche, “tuvo lugar la apertura oficial de la tómbolas organizadas por las compañías de bomberos ‘Olaya’ y ‘Garibaldi’”. (EC, 29/6/1923). Ya había comenzado el invierno, pero los chorrillanos igual participaron masivamente en el paseo de antorchas que desde las 9 de la noche organizó la Escuela Militar. Hubo además una entretenida retreta en el malecón, que interpretaron las bandas militares.
“A las once se quemaron vistosos fuegos artificiales en la Plaza Olaya”. Y a la medianoche, se escucharon estruendosos ruidos: “Era la salva de 21 cañonazos en homenaje a la fecha centenaria que todos recordaban”. Así, el pueblo saludaba la llegada del centenario de la muerte del gran José Olaya Balandra. La alegría y los abrazos patrióticos cundieron durante esa jornada previa.
El 29 de junio de 1923 fue, en verdad, el día de las ceremonias oficiales, con el presidente de la República Augusto B. Leguía a la cabeza, pero sin el jolgorio ni las sinceras muestras de orgullo que se vieron y vivieron en Chorrillos un día antes, cuando la gente hasta recitó la frase que Olaya pronunció frente a su madre (llevada por Rodil para quebrarlo), y que se hizo muy popular: “Si tuviese mil vidas, gustoso las daría por mi patria”.
Ya han transcurrido 200 años de esa frase que, para los peruanos, es una de las más hermosas que hayamos escuchado. Y se la debemos a Jorge Olaya.
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