Un día de 1979 se encerró en un baño y con un fierro candente se quemó la mejilla izquierda. La piel tardó en cicatrizar y esa marca, como una falla geológica, se ha convertido en su sello de identidad. Fue un acto que realizó en uno de esos momentos límites de la vida, cuando prefirió llevar a la práctica aquella recomendación bíblica de “poner la otra mejilla”. Antes lo habían pateado hasta dejarlo casi muerto, en la bodega de un barco que servía de calabozo para los presos políticos, en los albores de la dictadura de Augusto Pinochet.
El 11 de setiembre de 1973 fue clave en la historia de Chile y en la biografía de Raúl Zurita. Hasta ese día era un muchacho que estudiaba ingeniería en estructuras metálicas para complacer a su abuela, y que tenía dos hijos y otro por venir de una mujer de la que ya se estaba separando. Hasta ese día, era un poeta en ciernes que había publicado unos textos experimentales en una revista académica. Pero esa mañana se produjo el golpe militar. Él estaba yendo a la universidad, en Valparaíso, cuando los marinos lo capturaron. Lo subieron en un camión, lo encerraron en la bodega de un barco y lo torturaron. Creían que los poemas visuales que llevaba consigo eran escritos en clave. Luego de tres semanas y media de golpes y maltratos, lo abandonaron, desorbitado y humillado, en una calle cualquiera. Ahí cambió todo. Chile ni él volverían a ser los mismos.
“Frente a lo que estaba pasando no se podía responder con poemitas de denuncia, sino con una obra que fuese tan potente y fuerte como el dolor que se nos estaba causando. Nada de lo que había antes, ni la retórica de Neruda ni el humor de Parra, servía para dar cuenta del quiebre absoluto, histórico, político, psicológico, social, emocional, que significó el golpe en Chile, y yo tuve que aprender a hablar de nuevo”, recordó en una entrevista. Y esa nueva voz, ese nuevo lenguaje, empezó a marcarlo a fuego en su propia piel —“mi mejilla es un cielo estrellado”, escribió—.
Por ese tiempo, con Fernando Balcells, Juan Castillo, Diamela Eltit y Lotty Rosenfeld conformó el Colectivo de Acciones de Arte (CADA), un grupo de resistencia cultural frente a la dictadura. La poesía ya no era entonces solo escritura, sino cobraba materialidad. En los cielos de Nueva York, en 1982, dibujó con humo blanco y ayudado por cinco aviones el poema “La vida nueva”; después, en 1993, con maquinarias pesadas inscribió en el desierto de Atacama una frase de más de tres kilómetros de largo que solo podía ser leída desde el aire: “Ni pena ni miedo”.
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Zurita es uno de los invitados de Art Lima. El jueves 19, por la mañana, en Bellas Artes, se reconocerá su trayectoria. La galería Aninat ha montado un stand en la feria, en Chorrillos, con dos proyectos suyos: el primero y el último en más de 40 años de obra creativa.
“Se exhibirán por primera vez al público dos tabillas de yeso que Zurita utilizó en su primera obra de 1974. Las originales las hizo manualmente en casa de su madre y se perdieron durante la dictadura. Ahora se han rehecho dos de ellas”, cuenta la galerista Javiera García Huidobro. Ella se refiere a la serie de poemas Áreas verdes, que Zurita publicó aquel año en la revista Manuscritos. Ahí incluyó, en seis páginas, imágenes de tablas de yeso con inscripciones de versos, líneas y dibujos, las cuales serían un anuncio de esa escritura material que desarrolló en sus acciones posteriores.
Y el segundo proyecto es Verás un dios de hambre, en el que el poeta viene trabajando hace buen tiempo. Se trata quizá de su acción más ambiciosa: proyectar durante toda una noche 22 frases sobre los acantilados de la costa norte chilena, entre Pisagua e Iquique, en la región de Calama. Estos versos solo podrán ser leídos desde el mar. La obra se enmarca en una vieja obsesión de Zurita por el land art, por unir la palabra y la tierra.
En este caso, se mostrarán en la galería 22 piezas fotográficas con las representaciones de cada uno de los acantilados chilenos y los versos proyectados en ellos. “Veras el hambre”, “Verás un desierto!”, “Verás el mar en el desierto”, “Verás tu odio!”, “Verás un país de sed”, “Verás nombres en fuga”, “Verás no ver”, “Y llorarás” dicen algunos de ellos, y son como una especie de diálogo entre el creador y su país, entre el creador y su vida.
Zurita, como artista y como poeta, ha tratado siempre de ser uno solo. En sus memorias ha contado que de niño creía que el mar continuaba en el cielo. Esa imagen utópica lo ha acompañado hasta ahora y la ha tratado de convertir en soporte de su obra que en el fondo es su vida misma. En un estudio sobre su poesía material, los investigadores Arnaldo Donoso y Ricardo Espinaza citan una charla de Zurita en el Goethe Institut de Santiago, en la que el poeta reflexiona acerca de cuál sería el soporte ideal para su obra creativa, y concluye: “Todo aquello que me resta de vida, ese es el soporte […] El soporte es nuestra propia vida objetivada porque a través de ella se va novelando el paisaje”.