Habíamos reunido ya una veintena de testimonios para el libro del Proyecto Umbral , que busca crear conciencia sobre los beneficios de haber crecido bajo un modelo basado en el mercado y la democracia; y sobre cómo la lucha contra el populismo, la violencia y el mercantilismo ha sido vital para procurar una mejor calidad de vida a los peruanos.
Varias de las personas que habíamos entrevistado insistieron en que habláramos con Fritz Du Bois Freund, uno de los impulsores de las reformas que permitieron al Perú reducir la pobreza como nunca antes en su historia republicana. Así, lo buscamos y nos reunimos con él. Habíamos acotado la entrevista a su experiencia de gobierno entre 1991 y 1994, pero cuando le explicamos los objetivos de Umbral, de saque nos planteó una vuelta de tuerca:
“Por qué no lo haces hasta el 98, para que cuentes toda la historia hasta el triste final. La lección de esos años es que se dejó de priorizar el aspecto económico y prevaleció lo electoral. Al principio Fujimori preguntaba ‘cuánto me cuesta eso’ y, al final, preguntaba ‘cuántos votos me cuesta eso’ . Sin re-reelección se habrían completado las reformas y ya no importaría, como en Chile, que entrase un gobierno de izquierda o de derecha. Ya no pasaría nada. Por la re-reelección casi perdimos todo lo avanzado, colapsó el gobierno y nos tomó cinco años retomar el ritmo económico”.
¿Por qué insistes tanto con las reformas de segunda generación?
Si no sigues avanzando no solo te estancas, sino que es inevitable el retroceso. Eso es lo que pasa ahora. La inercia se acabó. Si comparas el modelo económico chileno con el nuestro, en el suyo sí funcionó el mercado junto con el Estado. En nuestro caso, solo ha funcionado el mercado. Vamos para arriba, pero cada tres o cuatro años tenemos un susto. En los primeros años de Toledo y en las últimas elecciones, hubo dos intentos bien marcados de revertir todas las reformas. Pasamos ambas, pero todavía tienes una puerta abierta por la que se puede meter un torpedo.
¿Cómo te incorporas al Estado?
Yo era consejero comercial en Londres, donde vivía, y llegué en febrero del 91 convocado por Carlos Boloña. En el 90 no había un solo producto -de los 7.000 existentes- que pudiera ser importado sin autorización de un funcionario público. En una economía de mercado no necesitas una institución que controle el comercio, pero entonces había control de importaciones, de exportaciones, de precios... Por eso me llamaron, para cerrar el Instituto de Comercio Exterior (ICE). Lo primero que hicimos fue un barrido legislativo y nos tiramos todas las normas controlistas, terminando con un decreto que declaraba la libertad del comercio y la prohibición de poner impuestos a las exportaciones.
¿Tuviste que pisar muchos callos?
Fue difícil lidiar con el Cértex -subsidio camuflado de devolución de impuestos-, que se otorgaba a las exportaciones industriales. La decisión para proceder al pago dependía solo de un funcionario. Esas oficinas se habían convertido en un nido de corrupción. Los funcionarios negociaban con esos malos empresarios hasta en los baños, pues se encontraron expedientes arrumados detrás del wáter. También recuerdo que cada vez que había un problema con el Cértex, los mercantilistas argumentaban que el Estado debía ser “un poco imaginativo fiscalmente”, o sea, pedían que se endeudara para subsidiarlos.
¿Hubo algún sector especialmente duro?
A principios de los noventa, el grupo más difícil era la Sociedad Nacional de Industrias. Cuando anunciamos la caída de los aranceles -cuyo único objetivo, por décadas, había sido proteger la producción nacional-, sacaron avisos en los periódicos, a toda página, en los que auguraban que los niños andarían descalzos y que se incrementarían los muertos de hambre en las calles. La situación económica seguía siendo delicada y, quizá, estaban
desesperados; pero, conceptualmente, esa era un actitud mercantilista.
Casi inmediatamente pasas al MEF. ¿Cuáles fueron allí tus principales funciones?
Asumí la jefatura del Gabinete de Asesores del 92 al 98, todo el período que se quedó Jorge Camet. Allí formamos una unidad de créditos sectoriales para financiar la reinserción del Perú en el mercado internacional. Hicimos préstamos de ajuste estructural por 4.000 millones de dólares y nos tomó seis años terminar ese proceso. La plata que recibíamos de afuera la reciclábamos pagando la deuda y, de cuando en cuando, nos quedábamos con algo para la caja del MEF. De esa forma íbamos donde Fujimori y le anticipábamos qué debíamos hacer para no quebrar.
¿Cómo actuaron en esas primeras etapas si no había caja?
Para que te des una idea. En el edificio del MEF, en la avenida Abancay, Alfredo Jalilie -entonces viceministro de Hacienda, quien manejaba los recursos del Estado- tenía un pasillo largo entre su oficina y el ascensor. Él acompañaba a todo el mundo [funcionarios, presidentes regionales y de otros organismos] agarrándolos del brazo y les decía cómo te quiero, cómo te adoro, un poco más les daba su beso, y los ponía en el ascensor. Apenas se cerraba la puerta tiraba el papel al tacho. “Next!”. A nadie le daba nada. Esa fue la única manera de hacerlo porque en ese entonces tenías veinte y gastabas cien. ¿Cómo hacías? Había que ‘mecer’ a ochenta.
¿Y hasta cuánto duró eso?
Recién a fines de los noventa se pudo hacer una ley tributaria. Antes no podías. El país estaba tan quebrado que necesitaba cierta flexibilidad. No cabía hacerte el disciplinado. Apenas pusimos las cuentas en azul, decidimos hacer una ley que se aprobó recién en el 99 y que sigue vigente. Si no le ponías candados al Estado, nunca iba a ser disciplinado. Después de eso, lo normal es que haya superávit en el Perú, cuando hace unos años tenías déficit de 10 puntos del PBI todos los años.
¿Por qué crees que la mayoría de peruanos no reconocemos los beneficios de estas reformas siendo tan evidentes?
La gente no ve tan claramente los cambios y, la verdad, la manera como a veces se vende el asunto es un tanto elitista, solo para líderes de opinión. Lo que tienes que hacer es vender mercado, nunca se ha hecho. Lo que sí se hizo fue una campaña para vender la brecha de infraestructura y eso quedó como una tarea nacional. Se convirtió en un objetivo.
¿Cómo hacer entender esos beneficios?
La libertad de elección es uno de los beneficios que puede comprender la gente. Antes tenías un solo comercializador de azúcar, de leche, de aceite... no podías elegir y, eso, si conseguías los productos. Ni siquiera podías viajar porque había control de divisas. Ahora, en una economía abierta, tienes el derecho a elegir, tienes acceso a todo tipo de productos y a distintos precios, incluso en salud y educación. Antes, así tuvieras dinero, no podías elegir porque el Estado controlaba todo. El Estado creía saber lo que tú querías, ahora tú escoges lo que quieres.
El principal valor será siempre la libertad...
Hoy en el Perú eres libre de hacer lo que quieras con tu tiempo y con tu dinero. Sin embargo, algunos no se acuerdan que durante 30 años el 10% de la población decidió irse a vivir al extranjero porque no había oportunidades. Hoy recibimos a peruanos que están felices de regresar a un país en la senda de la prosperidad y también a extranjeros que, con buen olfato, reconocen que el Perú tiene futuro.
Hay muy poco margen para salirse del camino
¿Sobre qué cimientos se sostiene la seguridad económica del país?
No hay manera en que uno pueda controlar a un futuro gobierno, pero entre la Constitución peruana, la Ley Orgánica del Banco Central -que le brinda autonomía- y los tratados de libre comercio se reduce el margen de maniobra de cualquier gobierno. Puedes aumentar el gasto social, tratar de fortalecer algunas empresas públicas pero, en general, el margen es pequeño.
¿Acaso no ha habido intentos de cambiar la Constitución?
Si se discutiera en serio la reforma constitucional, a los seis meses ya no quedaría un ‘mango’ en el país. Imagínate la fuga de capitales. Y sin el capítulo sobre el régimen económico Toledo se hubiera traído abajo la economía. Gracias a ese capítulo, hoy no se puede retroceder en la disciplina económica. Eso es lo que le ha dado divisas al país y lo que ha contribuido a impulsar el crecimiento. Eso te protege de levantarte una mañana con un ‘corralito’ [prohibición de retirar efectivo de bancos, para evitar fuga de capitales, como pasó en Argentina en el 2001 ].
¿En qué consideras que estamos más rezagados ahora?
El Estado ha ido perdiendo su capacidad de garantizar el orden y de vigilar la aplicación de la ley. Es decir, no cumple sus funciones elementales. Basta ver los problemas de los gobiernos regionales o la burocracia. Los peruanos estamos en todo el derecho de exigirle resultados.
“Yo no espero buenos gobiernos en el Perú, solo quisiera gobiernos que no interfieran con el país”.
“El Estado ha ido perdiendo su capacidad de establecer el orden y de vigilar la aplicación de la ley”.
“Entramos a la elección anterior con 9% de crecimiento, ahora estará en 5% y aparecerá alguno que quiera arreglar todo a patadas”.