Hace 25 años Javier Pérez de Cuéllar recibió un premio Nobel de la Paz
El entonces secretario general de las Naciones Unidas recogió la máxima condecoración mundial a nombre de las Fuerzas de Paz de la ONU, conocidas como ‘Cascos Azules’. Esa tarde del 10 de diciembre de 1988, en la ciudad de Oslo, las manos del diplomático peruano estrecharon las del rey Olav de Noruega para celebrar la labor de estos agentes por la paz mundial. Huellas Digitales recuerda ese momento clave en la vida de don Javier.
Siete años después, en 1988, el querido embajador se hallaba en el escenario del premio Nobel de la Paz. Entre el público destacaban soldados heridos de la ONU, quienes fueron invitados especialmente a la ceremonia. En un momento previo, de mucho sentimiento grupal, todos los asistentes inclinaron las cabezas al darse un minuto de silencio en memoria de los 733 soldados de las Fuerzas de Paz muertos hasta ese día.
La coyuntura se impuso en la cita, pues el secretario general tuvo que pedir en medio de su discurso por la liberación del teniente coronel de la Infantería de Marina de EE.UU., William Higgins, quien había sido secuestrado a comienzos de ese año en el Líbano, cuando servía en un grupo de observación de las Naciones Unidas.
Desde 1948 en que se dio a conocer la Declaración Universal de los Derechos Humanos, estos ‘Cascos Azules’ estuvieron en los lugares más conflictivos del planeta. Debieron pasar 40 años para que el premio Nobel les fuera concedido. De ese esfuerzo sabía muy bien Javier Pérez de Cuéllar, quien había terminado un primer periodo de secretario general (1982-1986), y en 1988 estaba en el segundo año de su segundo periodo, el cual acabaría en 1991.
Durante su gestión de 10 años, el diplomático peruano tuvo que enfrentar numerosos conflictos, como la invasión de Afganistán, el retiro de las fuerzas extranjeras de Angola, el fin de la guerra -no declarada- entre Irán e Irak; y, finalmente, la invasión iraquí a Kuwait en 1990. En cada uno de esos escenarios hubo luego soldados azules trabajando por la paz de esos territorios. También los hubo en América Central para apoyar al Grupo de Contadora; y, asimismo, en la solución de los conflictos entre Libia y Namibia, y Chipre y Turquía.
El discurso
Esa tarde de diciembre, la emoción del peruano fue grande. Al recibir el premio del presidente del Comité Nobel, Egil Aavik. Javier Pérez de Cuéllar mencionó la nueva actitud de la ONU para estar en los sitios más peligrosos con su cuerpo oficial de resguardo. “Las operaciones de paz representan el deseo de paz de la comunidad mundial (…) El otorgamiento del premio Nobel de la Paz a estas operaciones ilumina la esperanza y refuerza la promesa de este extraordinario concepto”, dijo el diplomático. Un elemento clave de ese concepto lo expresó muy bien el embajador al remarcar que los ‘Cascos Azules’ son los “sirvientes de la paz”, no los “instrumentos de la guerra”.
Era la primera vez en la historia de los Nobel que se otorgaba el premio de la paz a una organización de fuerzas armadas. Una paradoja surgió de la noticia: ¿cómo un conjunto militar ya no piensa en guerrear, ocupar y dominar, sino en pacificar y prestar ayuda? Era algo que solo la ONU y su política de paz podía dar explicación. Con ese espíritu surgieron las Fuerzas de Paz.
Las cifras corroboraban esa presencia pacífica sostenida: en 1988, alrededor de 10 mil soldados de 35 países intervinieron como ‘Cascos Azules’ en el mundo, aunque la mayoría se concentraba en el Medio Oriente. En 40 años de vigencia de la institución, pasaron por ella cerca de 500 mil soldados.
El premio pecuniario de entonces, 390 mil dólares -para muchos una fortuna- solo cubría un día de permanencia estas fuerzas en el sur del Líbano. No obstante, el valor simbólico del premio no tenía precio: era un auténtico reconocimiento a todo el sistema de seguridad de las Naciones Unidas. Y allí estaba un peruano para recibirlo. Un verdadero orgullo.
Javier Pérez de Cuéllar viajó a París apenas acabó la ceremonia en Noruega, pues los 40 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos también merecían la presencia del secretario general de la ONU.
Un año antes, en octubre de 1987, el embajador peruano había recibido un premio personal: el premio Príncipe de Asturias por promover la cooperación Iberoamericana. Y apenas un mes después, en enero de 1989, obtendría el premio Olof Palme de Entendimiento Internacional y Seguridad Común; y al mes siguiente, en febrero de 1989, el premio Jawaharlal Nehru de Entendimiento Internacional.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio / Agencia AP
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